Anoche un DJ me salvó la vida, de Frank Broughton y Bill Brewster

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LIBROS

«Es un libro esencial, porque habla de música y habla con una prestancia impecable»

 

Frank Broughton y Bill Brewster
Anoche un DJ me salvó la vida
TEMAS DE HOY, 2019

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

A ningún aficionado a la música se le escapará, aun siendo poco perspicaz, que la de los disyoqueis es una figura de relevancia máxima en determinadas escenas. Cabezas de cartel, millones por sesión, mezclas a porrillo y casi los únicos discos que se venden… Desde luego, no siempre ha sido así; los nuevos santones que son capaces de enardecer a una multitud con ganas de baile empezaron siendo callejeros, tomando el pulso a la calle en la que iban a buscar a esa multitud. Justamente lo contrario de lo que sucede hoy en día.

El tiempo que va desde esos primeros momentos hasta nuestros días aparece minuciosamente detallado en las más de 800 páginas de esta nueva revisión de un libro que, aparecido ya hace unos años, ha sufrido sucesivas ampliaciones hasta llegar a esta edición. No piense el lector, sobre todo si es de los que piensa que el trabajo de los DJ está sobrevalorado y es una de las piezas más prescindible del engranaje musical, que es un libro sin interés, con datos que ni le van ni le vienen. Al contrario. Es un libro esencial, porque habla de música y habla con una prestancia impecable. Ahí aparece la manera de trasmitir canciones, las diferentes escenas, el público, las canciones, las salas… y los autores siguen el buen criterio de atender mucho a la historia oral —algunos de los protagonistas fueron buscados en la guía telefónica—, a las opiniones de quienes estuvieron ahí, palabra esencial para poder trasmitir qué pasó en aquel momento, cuál fue la extraña magia que hizo que ese pálpito quedara fijado en la memoria colectiva.

Es apasionante ir notando, en el ingente volumen de páginas, cómo poco a poco pequeñas innovaciones acaban dando giros completos a la manera de tratar la música, y cómo las diferentes escenas se superponen unas a otras hasta ofrecer, si no un continuo, sí por lo menos una red de sonidos ligados con fuerza. Los primeros son los locutores de radio, desde 1906 —la primera vez que alguien radió un disco— hasta Alan Freed. Y de aquí hasta los disyoqueis de club, la importancia de París como gestora de esta cultura y de las reuniones para escuchar música —incluso durante la ocupación nazi— y de Jamaica como iniciadora de un movimiento colectivo.

Todo llega a su culmen con el norther soul, el primer movimiento en el que un pinchadiscos marca el camino, ya alejado de los conocimientos de su público, y el único realmente puro, aquel en el que la industria nunca metió la mano; «un inframundo casi perfecto», señalan los autores. Aunque su llegada al gran público vino de la mano de la disco music, verdadera movilizadora de masas que, no lo olvidemos, comenzó de manera absolutamente underground y muere en su punto álgido, cuando la toma Giorgio Moroder.

A partir de aquí el hip hop, cuyo origen sigue envuelto en mitos y leyendas, el house, Ibiza, las raves y todos los estilos que nuestros lectores ya han vivido. Todo con lo más importante: sus salas, sus calles, sus anécdotas y su ambiente. Ambiente que ya no ven en las superestrellas actuales, de las que se permiten decir los autores que no aman la música. De hecho, no es un libro sobre los disyoqueis, sino sobre toda la lenta marea que ha hecho que podamos bailar, y casi tratan con más cariño que a estos — y con capítulo propio— al técnico que diseñó los primeros altavoces de discoteca.

Anterior crítica de libros: Everybody dance, de Susana Monteagudo y Marta Colomer.

 

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