Andrés Calamaro: más de veinte años de Honestidad brutal

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«Sin drogas, Honestidad brutal hubiera sido una grabación distinta, otro el método»

 

La edición por vez primera en vinilo de Honestidad brutal y de la caja de seis cedés Honestidad brutal extra brut supone una excelente oportunidad para charlar con Andrés Calamaro, echar la vista veintitrés años atrás y rememorar la creación de un álbum legendario que marcó un antes y un después en el rock en español. Por Juan Puchades.

 

Texto: JUAN PUCHADES.
Fotos: JAVIER SALAS / JERÓNIMO ÁLVAREZ.

 

Hay discos llamados a marcar —o romper— el ritmo de su tiempo y, además, a hacer Historia. Sin duda Honestidad brutal, de Andrés Calamaro, está entre ellos. Publicado en abril de 1999, provocó desde el momento mismo de su edición un movimiento sísmico en el rock en español, particularmente en España. Aquel doble álbum torrencial de incierto sonido —lo-fi, pero no tanto— era tan de verdad que parecía escrito desde las tripas y grabado con sangre. Mostraba a un creador en el filo, dándolo todo a lo largo de treinta y siete canciones en una explosión de ritmos, palabras y sentimientos que no dejaba indiferente a nadie que lo escuchara. Con él, despidiendo el siglo XX y concluyendo su decenio de residencia continuada en Madrid, Andrés Calamaro —que venía fuerte tras lo hecho con Los Rodríguez y Alta suciedad— dinamitó los dictados del rock. Casi se deja la salud en el empeño, pero los nueve meses de grabaciones constantes no solo fueron un hito que rápido se convirtió en leyenda, sino en el modelo, el espejo en el que muchos compañeros quisieron mirarse. Lo que vieron reflejado, asustó a la mayoría. Tras Honestidad brutal nada volvería a ser igual. Tampoco para Andrés Calamaro.

Ahora, por primera vez, aquel doble álbum ve la luz en vinilo (en una edición en tres elepés). En paralelo, se edita una caja con seis cedés que, bajo el título de Honestidad brutal extra brut, reúne los dos originales más Versión original, que recupera el cedé de la primera semana de grabaciones que desembocarían en Honestidad brutal y que Andrés remitió a su discográfica en 1998 pensando que podía ser su nuevo álbum. Un disco que solo se editó en 2020, en una edición limitada en vinilo para el Record Store Day. Además, se incluyen otros tres cedés conteniendo un total de cuarenta y cinco canciones entre inéditas, versiones alternativas y algunas en directo. Todo un festín que obliga a que echemos la vista atrás, regresemos al final de la centuria pasada y rememoremos con Andrés Calamaro los días, las noches y los meses de Honestidad brutal.

 

¿De quién ha partido la idea de publicar este Honestidad brutal extra brut?
Es una suma de ideas: la del reclamo público por escuchar inéditos y alternativas, ampliar el campo de batalla de Versión original —que se publicó como disco y medio [lo comenta porque solo tenía tres caras grabadas] para el Record Store Day de 2020— y reeditar Honestidad brutal «oficial», esta vez en un álbum de tres elepés editado por Joe Blaney y mejorado en Sterling Nashville. Publicar inéditos y alternativas en cedé no es idea de nadie, nosotros le llamamos Grabaciones encontradas hace treinta años, y ese modelo de colecciones no dejan de publicarse. Adhiero las entrañables Bootleg series [de Dylan], los rescates de Rolling Stones, las grabaciones completas en el jazz e investigaciones «arqueológicas» que desentierran grabaciones interesantes.

 

Seleccionando los inéditos habéis estado Germán Wiedemer, Ricky Falkner, David Bonilla y tú. ¿Cuál fue el criterio para elegir los inéditos o las diferentes tomas de las canciones conocidas? ¿Escuchasteis todo lo archivado del periodo Honestidad brutal?
No, no escuchamos los multipistas, nos ajustamos a los rescates de David [Bonilla] en los archivos de DRO. Descartamos muchas cosas, incluidas interesantes mezclas y work in progress, inéditos y curiosidades, ya que eran cientos de cosas. Abrimos el periodo hacia 1999, grabaciones en vivo y sesiones alternas contemporáneas al disco, quizá anteriores a la publicación en cedé.

 

En el libro sobre Honestidad brutal que escribió Darío Manrique dijiste que «revivir este disco sería traumático», pero aquí estás otra vez, veintitrés años después. ¿Se ha hecho duro escuchar todo esto de nuevo?
No fue duro, al contrario. El límite es el pudor, la vergüenza. Tampoco una barrera sentimental ni nada parecido. Nos reímos con algunas cosas, nos sorprendimos con otras. De momento, no hay un libro, o documento, que haga justicia a lo que realmente fueron aquellas grabaciones, Jorge Larrosa está empezando a escribir unas «memorias que consisten en Miss Olvidos». Olga Castreno [su mánager] prefiere no recordar demasiado, y Guido Nisenson [ingeniero de sonido] tiene una memoria excepcional.

 

¿Es preferible controlar uno mismo las reediciones como esta, u olvidarse y que post mortem sean otros quienes desentierren grabaciones inéditas, como pasa con tantos artistas? ¿Qué piensas de esos discos que los músicos, en vida, no quisieron que vieran la luz y que publican los herederos o los propietarios de las grabaciones?
Bueno, ocurre en el cine, las artes plásticas y la literatura. Resulta polémico en el caso de The Beatles, con muchas ediciones que no hacen sino confirmar que la discografía original —distinta en Inglaterra y en USA— es inmejorable. Hablamos de la obesa antología de los noventa, los másteres de 2009 posteriores a las primeras ediciones en cedé, nuevas mezclas de los discos, el Let it be naked y el infumable documental de siete horas y media. Las reediciones de los discos —y los que nunca se reeditan—, los doblajes en el cine: es mucho, y fuera de control. Quizá Frank Zappa haya dejado instrucciones precisas, aunque tampoco nos consta. Mis bootleg preferidos son los ensayos de Band of gypsys [Jimi Hendrix] en Baggy’s, las Toronto tapes de Keith Richards, Rolling Stones en el Capitol de New Jersey, los conciertos completos de Allman Brothers en el Filmore East y otro similar de Humble Pie de 1971. También la mezcla alternativa de Lanquidity [Sun Ra], el Come back de Elvis en 1968… pierdo la cuenta.

 

«El objetivo era dejarnos llevar, alquilamos dos estudios en simultáneo para grabar infinitamente, rodeados de amigos, camellos y muchachas»

 

En una ocasión, medio en serio medio en broma, me dijiste que lo mejor sería quemar todas estas cintas —diría que te referías tanto a las de Honestidad brutal como a las de El salmón— para que no vieran la luz… Nunca lo hiciste.
Elvis Costello propuso «eliminar la música grabada» a finales del milenio, y conceptualmente es una idea muy interesante: evitar la nostalgia y las efemérides, las plataformas, por entonces inéditas o invisibles. Se refería a toda la música, al conjunto total y completo. Supongo que, de todos modos, algo similar está ocurriendo, el olvido es poderoso, la posteridad dura cincuenta años como mucho, hay generaciones que no saben quién fue Carlos Gardel, nunca lo escucharon, lo mismo con los Beatles o Cream. Dispongo del sacrificio de mis propias grabaciones si Elvis se sale con la suya. Sin nostalgia, todo en tiempo real.

 

En la práctica, esta no es la edición completa de Honestidad brutal, porque se supone que grabaste cien canciones. ¿No habría sido mejor ir a por todas, de una vez? ¿Algún día verá la luz una integral de Honestidad brutal?
No lo creo, sería como presentar una película que dure quinientas horas, todo el metraje y sin editar. Descartamos bastantes cosas entre las nunca escuchadas y las tomas alternativas, aun así son cuarenta y cinco cosas distintas las que se publican.

 

Entiendo que habéis intentado que los tres discos de inéditos (dejo al margen el 3, el que contiene Versión original, que tiene vida propia) y tomas alternativas mantengan una dinámica de escucha para el oyente, pero se habría agradecido, teniendo en cuenta que esto no es material para todos los paladares, haber ordenado las grabaciones por bloques, incluso manteniendo la secuencia de grabaciones, casi a modo de cuaderno de grabación, ¿no?
Intentamos lo de siempre, editar una secuencia musical con sentido, tres cedés distintos que se puedan escuchar de principio a fin. Discos que empiecen bien, que transcurran interesantes y terminen honorables.

 

Llegaste a grabar un disco solo para que lo escuchara Pappo, del que aquí incluyes algunos temas tan rotundos como “El olvido no tiene perdón”. ¿No has pensado en editar ese disco para Pappo de manera independiente, puesto que forma parte del periodo Honestidad brutal pero no lo ideaste como parte del mismo?
“El olvido no tiene perdón” no estaba del todo inédito, lo incluimos en Obras incompletas, la antología de canciones elegidas, versiones e inéditos posteriores a Los Rodríguez. Sí, es verdad que grabamos un disco en un fin de semana, exclusivo para Pappo, Norberto Napolitano, y eso hicimos, ni más ni menos. Pasados dos días —y sus noches— le invitamos a que viniera al estudio a escuchar y, eventualmente, grabar alguna guitarra.

 

Aguantando el paso del tiempo

¿Tienes la sensación de que el Honestidad brutal original, el de 1999, el de 37 canciones, ha resistido bien el paso del tiempo?
Tengo esa sensación, sí.

 

Tras escuchar las diversas versiones de algunos temas, ¿crees que ese Honestidad brutal fue el mejor posible, o hubo tomas que escuchadas ahora te parecen mejores?
Hay muy buenas «tomas distintas» y formidables mezclas de Joe Blaney, que tampoco son tantas. “Una bomba” es, según creo, una grabación distinta que estaba acreditada como «JB mix». Sinceramente no estoy seguro, no distingo otros músicos que en la que fue publicada entonces, pero recuerdo que repetimos algunas canciones. Lo mismo hicimos con algunas en El salmón, grabaciones en estudio, con más micrófonos y asistencia musical: no todo está grabado en casete de cuatro pistas.

 

 

En origen, el disco iba a ser un solo cedé, el que grabaste durante una semana en abril de 1998 y que ahora conocemos como Versión original, publicado en 2020 y que aquí se incluye como cedé 3. Una grabación más cruda, inmediata, registrada en el estudio de tu hermano Javier y en la que ya está el hueso de Honestidad brutal. Pero al escucharlo, en DRO/Warner te pidieron que lo mejoraras y ampliaras… y llegaron las cien canciones y el doble Honestidad brutal. Visto en retrospectiva, ¿en DRO tuvieron razón al pedirte que ampliaras y mejoraras esas grabaciones?
Bueno, aquella semana fue «accidental», no sabíamos que estábamos grabando un disco, no lo pensamos así. Definitivamente, DRO no me pidió nada, seguimos grabando voluntariamente. Nueve meses más. Versión original hubiera sido un buen disco, atractivo… pero lo terminamos demasiado rápido, quisimos seguir rentando estudios y grabando en el «infierno analógico».

 

A partir de ahí comenzó el proceso de regrabar esos temas (en ocasiones de nuevo, en otras añadiéndoles pistas a lo ya registrado), y de componer y grabar nuevas canciones que se extendió a lo largo de nueve meses. ¿Tenías un objetivo o te dejaste llevar? ¿En algún momento te sentiste perdido y no supiste cómo o cuándo parar? ¿Se te fue de las manos?
Estaba «demasiado» seguro de mí mismo, con una convicción envidiable. El objetivo era dejarnos llevar, alquilábamos dos estudios en simultáneo para grabar infinitamente, rodeados de amigos, camellos y muchachas. No queríamos terminar ni volver a casa. O no teníamos casa.

 

Durante esos nueve meses, tal vez más, fuiste acarreando treinta kilos de cintas con cien canciones en diferentes viajes por tres países y diez estudios. ¿No te decayó el ánimo durante todo ese tiempo, no pensaste que estabas metido en una locura importante, que habías roto con todos los esquemas convencionales de grabación?
Estábamos rompiendo la forma tradicional de grabar, sí; viajamos mucho entre Buenos Aires, Madrid, Nueva York y Miami, de ida y vuelta varias veces; grabamos en casi quince estudios distintos. Nos mantuvimos exultantes y conflictivos, todo al mismo tiempo.

 

Fue un periodo particularmente tóxico y aunque pueda parecer que todo fue diversión (unos tipos «poniéndose» con alegría y grabando canciones con no menos entusiasmo), hubo momentos de tensión, tú mismo definiste algunas de las sesiones como «un campo de batalla». Uno de ellos sucedió con Alejandro Sanz (que grabó en un par de temas: ahora has recuperado uno, «Aquellos besos»), cuya sesión en los textos de Extra brut defines como «accidentada». La rumorología de la época aseguraba que hubo una buena discusión que subió de tono, casi llegasteis a la manos y acabaste echándolo del estudio. El mismo Joe Blaney le comenta a Darío Manrique en su libro que no quiere hablar de este disco y que desde la grabación está tratando de olvidarlo; y, por otro lado, la leyenda afirma que al segundo día de grabar con él, lo echaste del estudio. ¿Todo es cierto? ¿Estabas muy intratable? ¿Hubo más episodios similares?
Vivíamos en un mundo vicioso, en el pecado. Nosotros nos volcamos en la música, tampoco perdíamos tiempo en conversar recién salidos del baño. Con Joe tuvimos opiniones dispares, es verdad, pero no fue nada personal y seguimos amigos, nos escribimos y nos vemos con la mejor frecuencia posible. Hubo un conato de «motín a bordo», pero terminamos el disco entre todos. Con Alejandro jamás discutimos, ni mucho menos nos peleamos en el estudio; aquello, como mucho, fue un malentendido. Grabamos bastantes cosas en una sesión, una canción que escribimos in situ, los vocales en “Aquellos besos” y algún intento más. Fue una borrachera conjunta, por así decirlo. Cosas normales de las que pueden ocurrirle a cualquiera a ciertas horas. Somos amigos y muy buenos compañeros, lo adoro y admiro.

 

Aunque la firma fue conjunta, tuya y de Joe Blaney, ¿fue un disco producido esencialmente por ti?
Quizá no sea la producción perfecta que Joe Blaney hubiera deseado, pero no es menos cierto que ya teníamos cosas grabadas cuando le llamamos. Tuvimos opiniones distintas a propósito de dos o tres cosas, nada más grave que eso. Fundamentalmente por las primeras grabaciones con apenas micrófonos y previos, y con mis ejecuciones en la batería. Al final pusimos un poco de todo, fue una solución salomónica.

 

¿Por qué no has vuelto a trabajar con Blaney, un productor con el que hiciste algunas muy buenas grabaciones?
Llamarlo para El salmón hubiera sido una provocación. Luego dejé las grabaciones por unos años y volví al estudio con Javier Limón y Pepe Loeches. El siguiente disco lo grabamos con [Litto] Nebbia y el siguiente con Cachorro Lopez y César Sogbe. Joe y yo nos escribimos para contarnos cosas de la vida y las grabaciones. Todavía estamos a tiempo, somos camaradas y buenos amigos.

 

Memoria y detonantes

Para esta nueva edición has reconstruido los créditos de los inéditos de memoria, ¿no estaba todo anotado?
Fue imposible reconstruir los créditos, ¡ni los del disco original pudimos! En la mayoría de las canciones ejecuto varios instrumentos y nunca quise tirarme el moco con créditos fenomenales. Me daba pudor acreditarme en batería, bajo, guitarras, teclados, percusión y coros. Existen los informes del estudio, las páginas donde se informa qué hay grabado en cada pista (los canales); en 1999 acreditamos quiénes grabamos sin especificar qué instrumentos. Los inéditos son un enigma, fue imposible acreditar exactamente quiénes somos.

 

En 1999, seguramente en febrero, junto a Diego A. Manrique estuve un par de días contigo en el estudio Sintonía mientras terminabas de mezclar el disco (en concreto “Una bomba”, a la que fuiste añadiendo detalles de percusión), y aparte de que estabas muy obsesionado con la grabación, era lo único en lo que pensabas, dabas un poco de miedo por tu extrema delgadez, habías perdido un montón de kilos. ¿Tiene uno que dejarse la salud para crear discos como Honestidad brutal?
Bueno, no estábamos abonados a la vida saludable ni fuimos vegetarianos, pero teníamos menos de cuarenta años y tampoco lamentamos tragedias. La salud no depende de nosotros, nunca completamente. Hace poco nos dejamos vacunar y encerrar —como ganado— sin protestar casi. Peores secuelas nos dejó el vacunatorio, y el tiempo es implacable, merece ser transcurrido con atrevimiento y deseo. No nos privamos de nada, no sería justo quejarse de semejante abundancia.

 

Esos días te hicimos una entrevista, y a la pregunta de que el noventa por ciento del disco habla de tus problemas amorosos, respondiste: «No solo el noventa por ciento, seguramente más». Sin embargo, con el tiempo has querido matizar el que los temas más sentimentales tuvieran que ver con la ruptura con tu pareja de aquel tiempo y has negado la separación como detonante de las grabaciones. ¿Tanta importancia tiene que ese fuera el detonante? Tantos años después, ¡¿qué más da?!
No estaba diciendo la verdad entonces, Honestidad brutal es un multitexto poblado de mujeres distintas, no solamente Paloma, la mujer mundial, Victoria, Soledad y la rubia que viene y se va. Quizás entonces me estaba haciendo la víctima con algún fin. Y es verdad que eso no tiene importancia, es una anécdota. Los hombres provocamos estas cuestiones, si no conservamos una relación duradera es porque la arruinamos voluntariamente, o casi. Luego el disco supone una reconciliación, casi un plan perfecto. La mayor parte no son «canciones para divorciados» ni detonan merced a un quiebre específico: “Mujer mundial”, “Paloma”, “Victoria y Soledad”, “Una bomba”, “Jugar con fuego”, “El tren que pasa”, “Naranjo en flor”, “Hay”, “Socio de la soledad”, “Mi quebranto”, “Mi propia trampa”… La mayoría son independientes del «detonante» per se.

 

Honestidad brutal fue (es) un disco corajudo, arriesgado. Y sí, un álbum de ruptura, soledad, melancolía, abandono y rencor, pero también festeja la amistad, la juerga, la toxicidad, el sexo. Es bastante más variado de lo que el tópico ha fijado, ¿no crees?
Sí lo creo, sí, celebra y festeja la amistad, el rock creativo, la juerga de músicos, el sexo y los romances rápidos. El disco empieza [“El día de la mujer mundial”] en la carretera, en Provincia de Buenos Aires, un 8 de marzo, pasando factura a un flirt de categoría. Es verdad que abunda en reflexiones metafísicas, contempla el tiempo y lo retuerce.

 

¿Habría sido el mismo disco sin drogas? ¿Hasta qué punto fueron esenciales para su desarrollo?
Hubiera sido una grabación distinta, otro el método. Las primeras sesiones las grabamos fumando canutos como buenos chicos, no fue hasta un viernes que hicimos una compra de la rica cocaína que se sirve en Sudamérica. En España se complicaron las cosas porque no resulta posible meterse coca impura por la nariz, hubo que mezclarla con otras sustancias, entonces fue una orgía tóxica pero tampoco nada de otro mundo. La sustancia nos permitía secuestrar el tiempo y resistir el cansancio de sobrehumanas formas.

 

«El disco abunda en reflexiones metafísicas, contempla el tiempo y lo retuerce»

 

Honestidad brutal es, tras casi diez años viviendo en España, el álbum que marca tu regreso a Argentina, y en el que vuelves a tratar cuestiones claramente argentinas: “Clonazepán y circo” y “No tan Buenos Aires” serían las más evidentes (y tampoco tienen que ver con rupturas sentimentales, por cierto). ¿Había una clara voluntad de regresar a tu país o hubo algo de huida de Madrid?
Pasó que terminamos una gira sudamericana, estábamos en Buenos Aires con algunas letras escritas, entramos al estudio a registrar lo que hubiera sido un lado B para algún sencillo de Alta suciedad. No, no hubo una clara voluntad. No obstante, huir en avión es aconsejable, quizá estaba tomando distancia por unos meses, no lo había pensado hasta ahora.

 

 

“Graciela”, una de las inéditas incluidas en Extra brut, es estupenda. ¿Han quedado muchas más inéditas con tanto nivel o las fuiste reutilizando para los siguientes álbumes?
Las canciones que grabamos en El cantante y On the rock son posteriores a El salmón. Lo que no usamos en Honestidad brutal no lo volvimos a escuchar, casi, hasta el año pasado. “Graciela” es algo así como el outake «célebre». Era la canción preferida de Blaney.

 

En uno de los temas inéditos, “El fontanero”, cantas: «Mi salvación fue la inspiración. Soy un segunda fila en Argentina. Me fui con la música a otro lado, donde no conocen mi pasado. Cuántos músicos actuales hay que no escuchan ni discos fundamentales, ay, ay, se les nota aunque toquen un millón de notas». Una canción totalmente improvisada, loca, pero de una sinceridad desarmante y una crítica bien evidente a otros músicos. ¿Te ha dado apuro recuperarla ahora?
No, aquellas eran jornadas interminables, grabábamos sin parar: de noche nos permitíamos retocar las grabaciones, cuando amanecía solo grabábamos primeras tomas. No recordaba “El fontanero” hasta que la escuché el año pasado. Un reputado asegura haber estado ahí conmigo, evitaré pronunciar su nombre para ahorrarle el escarnio. Por lo demás, con los músicos somos buenos amigos, les estimo a todos.

 

Algo sorprendente es que gran parte de Honestidad brutal surge de una escritura rápida: componías, escribías las letras (solo o en compañía de otros) y grababas y, sin embargo, son textos que han logrado perdurar, se mantienen. Siempre se te ha dado bien la escritura inmediata, ¿no?
Tampoco tengo mucha técnica para escribir, con los textos más largos necesito corregirme una y otra vez. Podría pasarme la vida corrigiendo, lo mismo con la mayoría de las grabaciones. Algo así pensaba Paco de Lucía, quien hubiera preferido no editar nunca y grabar constantemente para mejorar los posibles discos, era tajante con eso.

 

También hay una gran variedad de ritmos y ecos sonoros (rock, pop, tango, reggae, ska, candombe, bossa, jazz…) que sorprendió y sigue sorprendiendo, pero todo encaja, empasta bien y la secuencia tiene sentido, algo que no siempre sucede. Y aquí tiene mérito porque son 37 canciones, ¿fue la magia de la «inspiración y locura»?
Somos músicos especialistas tocando con pericia, sabemos comportarnos en el estudio, y yo tampoco soy un fundamentalista del rock tópico, abrazo los estilos con humildad y reconciliado con la música bonita o la roñosa. El rock todo lo abarca, hasta las flautas traveseras y los sintetizadores alemanes. Como siempre, nos volcamos con la música a conciencia pura, no buscamos el aplauso, ni la fortuna ni la aprobación de Mark Fisher: gustar y ofender es un buen equilibrio. La bossa es familiar en Buenos Aires, fue popular en los años sesenta. El candombe fue mi primera tarea, me adoptaron los tambores uruguayos en mi adolescencia. El jazz es «un veneno paciente» que se tiene o no se tiene, como el blues y el flamenco. Siempre hay algo para aprender y seguir entendiendo. El jazz modal está en el aire, es el equivalente al arte moderno de Pablo Picasso. Empecé tocando instrumentos, intentando encajar con casi cualquier servicio musical disponible, no tengo la virtud de un folclorista o no tengo raíces completamente determinantes.

 

A veces tengo la sensación de que eres demasiados músicos a la vez, que te dejas llevar por la mucha música que te gusta y que la acabas trasladando a tus grabaciones; y en tu caso, «grabaciones», como sabemos, no son necesariamente «discos»… ¿Es eso una suerte o una condena? ¿Una gracia o una desgracia?
No, a ver: me resigno a no ser un buen pianista de jazz y tampoco es una tragedia, tuve la oportunidad de practicarlo pero me volqué en el rock de muy joven, como religión musical y estilo de vida. Y me encanta encajar en distintos estilos, poder grabar con Carrasco y Mercé, con Cigala, con Jerry González, Julio Iglesias, Raphael, Barricada, Extremoduro, Dos Minutos, Luis Alberto Spinetta, Indio Solari, Juan Gabriel o Los Tigres del Norte. Es un honor y un privilegio. No esperaba semejantes oportunidades.

 

 

Evitando a Dylan

La influencia de Dylan también estaba muy presente en algunas canciones de Honestidad brutal, en algunos fraseos o en la manera de encarar la interpretación vocal. A lo que se sumó que, en 1999, poco antes de que el disco se pusiera a la venta, giraras con él. Te vi en la rueda de prensa previa al concierto de Valencia, en la que ibas a presentar el disco, pero aparte de que estabas bastante «ausente», a cualquier pregunta que te formularan los periodistas locales, respondías con algo alrededor de Bob Dylan que tenía poco que ver con lo preguntado. Parecías muy obsesionado con él y, me temo, en gran medida fuiste el causante de que otros músicos y aficionados españoles se obsesionaran con Dylan (y en algunos casos que lo descubrieran por vez primera). ¿Cuándo se te pasó la fiebre? ¿Sigues escuchándolo con interés?
Dylan está operando para la posteridad, maniobra con la eternidad, quizás es el único que puede, que sabe y que quiere hacerlo. No siento que cante para que lo escuchemos nosotros; ni yo, en este caso. La suya es una obra que puede reposar cincuenta años. Lo que escribe, cómo canta inspirado. Es algo que se percibe hasta en las fotos. No he querido escucharlo en sus discos más recientes, ni en el documental con Scorsese… Maniobra una información que podría alterar más que mis sentidos, algo que excede el placer de escuchar música. Me abriría la conciencia como un melón, lo evito como a la ayahuasca. Prefiero volver sobre discos como Shot of love, de 1981, el tercer álbum cristiano. Esa obsesión de la que hablas es una forma de aprender. Ahora sigo «obsesionado» con Ismael Rivera, Duane Allman, Sun Ra, Remedios Amaya, Albert Collins, Johnny Guitar Watson y Niño de Elche… ¡Estudiando!

 

Por lo que comentas, no sé si los has escuchado, pero, ¿qué te parecieron sus tres álbumes de versiones de estándares (el último triple)? ¿Y el primero en unos años con temas propios, Rough and rowdy ways?
Grabar estándares siempre es adecuado, Bob Dylan se proyecta al futuro con ochenta años. En cincuenta años alguien va a elegir qué versión escuchar de “Strangers in the night”, si la de Sinatra o la de Dylan. Escribir canciones no es tan importante, se exagera la importancia de las canciones «nuevas», hay otras cosas que importan más que los temas propios. Dylan los tiene y lo sabe. Es un creador, pero un intérprete. Respecto a Rough and rowdy ways… es talking blues, tiene demasiada letra: necesito estudiarlo con tiempo. Dylan ya genera inquietud, tanto en vivo, en libros, con Scorsese, como en discos, está a un nivel legendario y ya con una edad. Creo que si lo escucho mucho va a revolverme los conceptos, quizá sea lo que te decía, que se está proyectando a la posteridad, una suerte de eternidad… algo, por cierto, inquietante. Juega con la inmortalidad de la obra, ¡o de la persona! Realmente está firmando algunas de sus mejores cosas, lo mismo en las giras… es algo memorable.

 

¿Es Dylan un buen espejo en el que mirarse para seguir en tu oficio?
Supongo que mirar a los ojos a Bob Dylan nos podría convertir en estatuas de sal, pero, qué duda cabe, es un ejemplo formidable, intocable. Es como manipular plutonio. Viste muy bien, es un gran cantante y músico, no va fardando de intelectual siendo muy culta persona, sabe cómo grabar discos, se proyecta hacia la eternidad como lo más normal del mundo, y sigue girando, ¡sus directos son obras de arte!

 

Volviendo a Honestidad brutal: el sistema de trabajo era poner en práctica tu teoría de las primeras grabaciones, aunque se regrabara encima de ellas. Un método que te dio mucho rédito pero al que has renunciado en los últimos años, ¿por qué?
No, nunca renunciamos al método porque es el único que conocemos. Grabar y luego grabar más cosas. No sabría cómo hacerlo de otra manera, si es que existe otra forma. Empezar por los instrumentales, no repetir demasiadas tomas, luego cantar tres o cuatro veces y sumar lo que creamos suficiente.

 

«No buscamos el aplauso, ni la fortuna ni la aprobación de Mark Fisher: gustar y ofender es un buen equilibrio»

 

¿Fue casual que tuvieras 37 años cuando el disco vio la luz e incluyeras 37 canciones, o fue premeditado?
Tampoco estoy completamente seguro. 37 eran los años de Walt Whitman cuando escribió Canto a mí mismo. Sería mucha casualidad, pero quién sabe…

 

La grabación costó trescientos mil euros, la más cara de DRO hasta entonces. ¿La discográfica te recriminó en algún momento el gasto?
La inversión en la grabación tampoco representa el total de un presupuesto, en aquel entonces se fabricaban cedés y se distribuían por toda España y América, en algunos casos se promocionaban con inversiones específicas. Si un disco no es adecuado, se lo guardan en un cajón para no invertir más dinero, no fue el caso. Es imposible pagar un disco donde canta Maradona y Mariano Mores toca el piano, no hay precio para lo que vale eso. Bien podrían haber cobrado los trescientos talegos ellos dos, ¡porque lo valen!

 

Ventas y retiradas

Honestidad brutal recibió muy buenas críticas y marcó a mucha gente, incluyendo a otros músicos, pero se vendió menos que Alta suciedad. Como creador, ¿prefieres alumbrar un disco que se venda mucho o uno con buena reputación, apreciado por la crítica y el público y que permanezca en el imaginario colectivo?
Venderse tampoco es gran cosa. La paradoja del éxito y el prestigio tiene más de teoría que de práctica. Pensar los discos «para vender» no es la tarea de un músico, y casi siempre es un error de concepto, son muy escasos los discos de éxito global. No tiene nada de malo perseguir el éxito, pero no encuentro mucho sentido a lamentarse por las escasas ventas de un disco. Soy nacido en Argentina, un gaucho, una persona modesta.

 

¿Es uno mismo un buen juez de sus propios discos?
Somos juez, abogado y condenado. Jueces severos, fiscales duros.

 

Tras Honestidad brutal, ¿no habría sido más conveniente, comercialmente, publicar un álbum más «razonable» que El salmón? ¿En aquel momento te faltó reflexión o te sobró soberbia?
Es que prefiero no hacer estas cosas por conveniencia comercial o financiera, no tengo instinto para eso. No me parece aconsejable para un artista de rock. A veces hay que ofender o romper platos. Mejor conformarse con sostener un estilo de vida sobrio y cuidar de la familia.

 

Tras la gira de Honestidad brutal te retiraste de los escenarios hasta 2005, y se produjo un fenómeno curioso durante ese tiempo: en tu ausencia, el disco y estas canciones crecieron entre el público, principalmente en Argentina, incluso creció tu leyenda, alentada, sin duda, por El salmón. Aquello fue algo inesperado, ¿no? ¿Una retirada a tiempo es una victoria?
Honestidad brutal fue un disco de culto desde que fue editado. No prometo que haya sido premeditado, pero tenemos corazones discográficos sofisticados y complejos. El salmón es como es, no sé ni cómo explicarlo. Por aquel entonces se publicaban cedés en oferta, cosas como Las 101 mejores canciones del pop español o Los 100 mejores boleros. Pensé entonces en publicar cinco cedés de materiales originales y venderlos a precio de uno y medio. Intentaba poner el foco en el sobreprecio de los discos. Avisamos a tiempo. Tenía bastante sentido, quizás un poco adelantado al tiempo, advertir del sobreprecio de los compactos mientras distribuíamos música gratuita en la «interné» de aquel entonces, previa a la de las plataformas. La paradoja de adelantarse a las cosas es la soledad en la vanguardia.

 

«Dylan está operando para la posteridad, maniobra con la eternidad, quizás es el único que puede, que sabe y que quiere hacerlo»

 

Extra brut lo edita Warner, pero si no me equivoco, ahora tienes contrato con Universal. ¿Eres dueño de tus propias grabaciones y publicas llegando a acuerdos con diferentes sellos en cada ocasión?
Somos independientes hace muchos años, no recuerdo desde cuándo; quizás desde On the rock o antes. Sufragamos las grabaciones completas y los vídeos, luego ya vemos… Quisimos ser leales con DRO [Warner], pero las cosas como son: intentamos hacer las cosas bien y no mucho más. Tampoco soy un completo nómada con las ediciones musicales, trabajamos bajo el signo de Grabaciones Encontradas [su propia empresa para las grabaciones y los conciertos], compartimos treinta años con DRO y cedimos dos discos a Universal para ajustar algunas cosas técnicas en América Latina.

 

Alguna vez has dicho que quizá tus mejores discos ya los grabaste. ¿Pensar eso, no es, de algún modo, tirar la toalla?
Por lo visto digo suficientes disparates como para no tomarme siempre en serio. Es posible que haya grabado mis mejores discos, y es posible que no. Ahora estamos completando un registro en directo, algo poderoso que bien podría empatarse como «mejor disco» porque lo tiene todo: desparpajo, virtuosismo, libertad, repertorio, mando y temple. Creo que mis «discos» no son solamente discos de discografía, me proyecto en los directos, las colaboraciones, las tertulias, la fotografía, las grabaciones privadas, escribiendo versos y editoriales, ideas para cine o teatro, contestando entrevistas y en mi trato con las personas. Luego la toalla no la tiramos nosotros, los músicos, es la estructura discográfica que ha cambiado, diversificada en nuevas formas de consumo cultural y formatos.

 

Han pasado los años, qué duda cabe, pero es inevitable, al escuchar de nuevo Honestidad brutal, comparar la actitud de ese tiempo y esas grabaciones con tus últimos discos. Al escucharlos uno diría que, pese a las buenas canciones, que siempre están ahí, todo suena muy bien, muy limpio, pero falta pasión, nervio, algo de aspereza. ¿No has pensado en producirte tú mismo, con mayor libertad, intentando trasladar algo más de emoción?
Bueno, me encanta trabajar con productores y estar al servicio de una grabación. Pero emociones las justas, tampoco soy una persona demasiado emotiva o apasionada. En estos últimos meses, que fueron mayormente de directos en México y España, participé en grabaciones con distintos productores e ingenieros, tenemos un feedback siempre positivo y refrescante. No sé si quiero comandar una grabación como hace veinte años, entonces grabábamos en sesiones de ocho horas y queríamos prolongarlas a doce o más. Ahora me basta con cuatro horas en el estudio, me parece una medida razonable.

 

¿Piensas en Ricky Falkner como un posible productor para el futuro?
Ricky me encanta y somos amigos, siempre le he de consultar y podemos hacer planes, claro. Pero los dos estamos de gira casi todo el tiempo, él es un músico y productor cotizado y reclamado que no para de tocar en directo. Grabamos juntos para Mikel [Erentxun], Los Rodríguez, “Gibraltar” [canción de la película Taxi a Gibraltar] y colaboró en curar inéditos y alternativas para este Extra brut.

 

Tu último disco de canciones inéditas es Cargar la suerte, de hace cuatro años. ¿Tienes en el horizonte un próximo álbum de canciones nuevas?
Como te decía, no importan tanto las canciones nuevas, se le da demasiada importancia a las canciones sencillas y menos a la interpretación. Tengo la sensación de que los discos se escuchan poco, o no se entienden del todo. Sigo apto para todo servicio, con letras, canciones, arreglos, producción, giras, cine, contenidos y fotografías. No creo que importe cerrarse en ofrecer canciones, la música tiene otras herramientas. El flamenco no necesita canciones, el jazz casi tampoco, como el blues y el rock. Manejamos otros patrones, como la improvisación, el compás, la música en directo y la interpretación. Tampoco soy Cole Porter. Luego, como manda el canon de los cantores: hacer propias las canciones que cantamos y cada vez que las cantamos, lo que nos hace toreros. Cargar la suerte.

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