And it’s still alright, de Nathaniel Rateliff

Autor:

DISCOS

«Baladas densas, con escasa producción, amargura, tristeza e incluso ira son la receta para curar sus heridas»

 

 

Nathaniel Rateliff
And it’s still alright
STAX RECORDS / CAROLINE INTERNATIONAL, 2020

 

Texto: EDUARDO IZQUIERDO.

 

El norteamericano Nathaniel Rateliff inició su carrera apostando por un folk de corte country, con aroma soul, que no le acabó de funcionar. De hecho, el estilo ayudaba a no diferenciar su propuesta de muchas otras que llegaban del otro lado del Atlántico y que se englobaban en el cajón de sastre de la música estadounidense. La cosa empezó a cambiar con la llegada a su vida de The Night Sweats, una banda que dotaba a sus canciones de un carácter mucho más negroide, alejándose de los sonidos de raíces para acercarse definitivamente al soul. Formados en 2013, tan solo tardaron dos años en dar forma a su primer larga duración que, por si alguno necesita situarse aún más, era editado por uno de los sellos básicos del Southern Soul, Stax Records. Con un sencillo insuperable como “S.O.B.”, siglas tras las que se esconde la expresión «son of a bitch» (que vendría a ser el castizo hijo de puta), la cosa adquirió unos niveles de éxito esperados por muy poca gente. Incluida en numerosas bandas sonoras, la adictiva canción alcanzó el número uno en las listas de música adulta de Billboard, algo sin duda sorprendente.

Los tiros de su carrera siguieron por ahí los años siguientes. Rateliff parecía a gusto con su música, y su banda se nos antojaba la compañía perfecta para desarrollarla. Aunque, por supuesto, algo iba a cambiar, y concretamente en lo personal, para dar un vuelco a lo que se había construido alrededor del músico de Missouri. El verano de 2018 uno de sus grandes amigos y productor de los discos de los Night Sweats, el también músico Richard Swift, fallecía a causa de unas complicaciones relacionadas con su hepatitis, producto de su adicción al alcohol. Eso sumió a Rateliff en una profunda depresión, potenciada además por su propio divorcio. Ya no le apetecía subirse a un escenario a cantar enérgicas canciones cargadas de ritmo y desenfreno. Más bien necesitaba refugiarse en su guitarra y cantar sobre su dolor y la ausencia de esperanza. De golpe su luminosidad se tornó oscuridad, y ahí empieza a nacer este And it’s alright.

Curiosamente, tras una portada cargada de luz y con un sonriente Nathaniel se esconde su colección de canciones más sombría. Diez temas que vuelve a firmar en solitario, algo que no hacía desde 2015 con el epé Closer. Poco tardamos en darnos cuenta que aquel hombretón líder de una banda de soul en toda regla se ha vestido aquí de cantautor sensible para ponernos en bandeja los pensamientos que se esconden en los recovecos más ocultos de su alma. Baladas densas, con escasa producción, amargura, tristeza e incluso ira son la receta para curar sus heridas. Algo autoimpuesto. Como si de un Harry Nilsson del siglo XXI se tratara. Comparación que no le es ajena y a la que contesta en una reciente entrevista para los compañeros de Rolling Stone: «Eso es lo que realmente amo de Harry Nilsson. Siempre hizo lo que quería hacer en un mundo donde todo tiene que ser una especie de mercancía para la industria. Es agradable poder simplemente escribir canciones porque te gusta la idea de escribir canciones y ser capaz de trabajar con tu propia mierda». Esa porquería que le había perseguido en los que debían ser sus mejores momentos, algo que parecía ir en paralelo a su vida. Mientras mediáticamente estaba mejor que nunca, en lo personal vivía el alejamiento de su mujer Jules, y para superarlo se refugiaba en el alcohol, algo que llevaba tiempo haciendo su amigo Swift y que iba a acabar con su vida.

Como el que le ve las orejas al lobo, un golpe tan duro sirvió a Rateliff para intentar curarse, y el método utilizado fue la escritura de canciones como “All or nothing” o “What a drag” que ahora ven la luz. Trabajándolas en el mismo sitio en que había hecho música con su amigo. Aprovechando la tristeza que reinaba en el ambiente para que la atmósfera del disco se impregnara de ello. Y vaya si lo hace. Duro y crudo, el resultado engrandece a Nathaniel como músico y compositor. Porque, aunque piezas como “Tonight#2” intentan mantener algo de alegría, es en canciones como la titular “And it’s still alright”, hablando directamente de la muerte de Swift, cuando el músico se desgarra y nos pide, de alguna manera, que ayudemos a lamer sus heridas. Él lo ve como un disco de esperanza, aunque a nosotros nos cuesta no salir deprimidos de su escucha. Y esto, lejos de ser una rémora, es una de las grandes virtudes de un álbum completísimo. Porque tampoco se puede estar dando saltos de alegría todo el día, ¿no? Cada cosa tiene su momento.

 

Anterior crítica de discos: Capital desierto, de El Hijo.

Artículos relacionados