Unas vacaciones en invierno, de Bernard MacLaverty

Autor:

LIBROS

«Un inmenso y tierno elogio del amor como el único milagro que nos puede salvar»

 

Bernard MacLaverty
Unas vacaciones en invierno
LIBROS DEL ASTEROIDE, 2019

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Gerry Gilmore es bebedor de whisky. Nada grave, unos deditos repartidos a lo largo del día, que sitúa convenientemente para que no entren en el campo de visión de su esposa, Stella. Tampoco es nada serio que, al quedarse sin existencias, baje a cualquier supermercado justificándolo con cualquier otra tontería, no vaya a preocuparse Stella. Ambos son irlandeses, pero la situación en Eire les hace buscar acomodo en Escocia. Stella, embarazada, llegó a recibir un disparo que casi mata a su hijo, quien ahora vive en Canadá, ya casado. Para cambiar de aires, deciden pasar un fin de semana largo en Ámsterdam.

Él se lo toma como una visita cultural, pero Stella tiene otros propósitos. Ha buscado información en internet sobre las beguinas, mujeres que —sin profesar— viven en comunidad, en casitas individuales, sin hombres, y dedican su tiempo a seguir un modo de vida cristiano. Planea que actúen como red en su caída, porque se ha planteado abandonar a Gerry. No solo por la bebida, sino también porque esta le hace ser poco sensible con ella y acrecienta sus manías. La principal: burlarse con pullas hirientes de las convicciones religiosas de su mujer.

Apenas son los únicos personajes, y ese fin de semana es la única ambientación de su aventura —aunque hay constantes retrospecciones—, pero resulta una novela vivaz y dinámica, en la que el lenguaje y el estilo hacen parecer que siempre le están pasando cosas al matrimonio. Ambos desvalidos, pero Gerry es un personaje más plano y peor trazado. Su imagen perdido, borracho por los pasillos del hotel, sin saber volver a la habitación, resulta entre patética y ridícula; Stella, por el contrario, siempre sola, es un personaje que se siente explotar por dentro.

Si hay poca abundancia de secundarios, sí la hay de lugares, que actúan casi como personajes. La visita a la casa de Ana Frank despierta algo turbio en Stella y acrecienta su sensación de culpa; la cancelación de todos los vuelos en el aeropuerto es análoga al estancamiento de su relación —pero también a que no pueden salir de ella— y el recogido claustro urbano donde se encuentra la iglesia puede interpretarse como introspección interior. Así, los espacios se cargan de fuerza simbólica y potencian la dureza de las palabras y de los silencios. Ello hace también que Stella se obsesione buscando símbolos de destrucción y que en todo Ámsterdam encontremos signos de emociones perdidas y recuperadas.

En el fondo, sí, se trata de una novela conformista, conservadora incluso por su final; pero a la vez —no son contradictorios ambos frentes— un inmenso y tierno elogio del amor como el único milagro que nos puede salvar.

Anterior crítica de libros: La brigada 22, de Emilio Gancedo.

 

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