Álbum, de Marta Plumilla

Autor:

DISCOS

«Su música es un cruce entre los juglares y el arte dramático. De otro mundo»

 

 

Marta Plumilla
Álbum
MALVADAS ARDILLAS, 2020

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Uno está esperando que llegue. Sabe que puede tardar, que son raras avis, que aparece uno de tanto en tanto; pero es imposible que se pierda la semilla. Son esos discos en los que no hay cauces ni géneros, aparte de todo, llenos de sana locura, de magnetismo surrealista y personalidad. Son escenarios de «bendita chifladura», como los que cantaban Vainica Doble, hadas y madrinas de muchos de los posteriores. Estamos hablando de Sisa, de la Romántica Banda Local, de El Niño Gusano. Entre los extranjeros, por poner un caso, Jonathan Richman, que perfectamente podía haber compuesto “Mi vida en Marte”, mundos personales que van desde la animación checa a los cómics de Los Supersónicos. Un Marte de animación en el que, ¡oh!, no hay bares que culminen la felicidad de residir en él.

Es el disco de Marta Plumilla —Álbum—, plagado de sorpresas como un parque de atracciones decadente, de melancolía —grasa sentimental de varias canciones— que aparece en la magia surrealista de “Salón de baile” —sin estribillo, no se necesita en muchas de las canciones—, en el ambiente de verbena triste de “El señor que soy” o en el crescendo que se llena como un volcán —«quiero ser fuego», dice la letra— de “Mi monstruo y yo”.

Derivan en parte todas estas sensaciones de los arreglos del disco: sencillos pero efectivos y llenos de imaginación. Sierras, coros espectrales en western crepuscular y oscuro que es “La esperanza” o unas cuerdas que le dan cierto aire renacentista a la nana que es “Eso”. Todas estas preciosidades se alían en “Mi vida en Marte”, ya citada, o en “Hoy voy a ser normal”. En ella, capta un ideal de vida lleno de extrañeza ante la normalidad, voces asombrosas, intervenciones digresivas y un final al que pocos se atreverían; y todo esto envuelto en una melodía embriagadora, una acústica y un violín que araña. No es la canción pop perfecta, porque ni siquiera es pop, va mucho más allá que eso.

Quizás porque Marta Plumilla viene de Sarria, en Lugo, cruce de peregrinos; quizás porque a los veinte años entró en el mundo del teatro en Madrid, pero su música es un cruce entre los juglares y el arte dramático. De otro mundo. Lo que es realmente cierto es que hay que cuidarla. No todos los días se descubre algo así.

Anterior crítica de discos: Tus poderes, de Roldán.

Artículos relacionados