Adiós a Sleepy LaBeef, corazón de rock and roll

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En este homenaje de urgencia, Juan Puchades recuerda la figura del enorme rockero Sleepy LaBeef, que tan unido estuvo a España, y que acaba de fallecer.

 

Texto: JUAN PUCHADES.

 

Allá por 1977, Sleepy LaBeef aterrizó en Europa de la mano de la discográfica británica Charly Records. Inmediatamente, el sello barcelonés Auvi comenzó a distribuir sus discos en España. El gigantesco Sleepy empezó a visitar nuestro país y, con su chaqueta roja y el sombrero negro, se hizo habitual del plató del televisivo Aplauso (donde Carlos Segarra o Loquillo lo acompañaron en alguna ocasión, como si fueran su banda de acompañamiento, en los playbacks habituales del programa: pueden verlos en el primer vídeo), de las emisoras de radio y de nuestros escenarios. A sus 43 años, Thomas Paulsley LaBeff  (Arkansas, 1935) estaba siendo arrastrado a primera línea en pleno episodio revival del rockabilly, con Matchbox y Robert Gordon como abanderados principales (luego llegarían los Stray Cats). Pero lo suyo era otra cosa. Sleepy guardaba las esencias del género, pues no en vano, en 1956 (a los 21 años) ya había comenzado a grabar al calor del imparable rock and roll. No estuvo en la primera oleada del género, pero sí en la inmediata segunda.

Sleepy LaBeef fue uno de tantos músicos que en aquel tiempo se sumaron al nuevo ritmo, pero se manejaba también en otros palos, como el góspel (con el que se formó), el country, el rhythm and blues o los sonidos pantanosos de Luisiana. Poseedor de un vozarrón tremendo, solo comparable a su inmenso cuerpo, mientras la mayoría de segundos espadas del género abandonaban tras algunos singles sin éxito, él perseveró y sobrevivió grabando y actuando donde podía: garitos, cafés, honky tonks… Desde mediados de los años sesenta lo acogió la poderosa Columbia como artista esencialmente orientado al country, y brilló en el circuito campestre durante un tiempo. Aunque siempre, tanto en estudio como en directo, siguió dándole al rock and roll y a su peculiar manera de unir estilos. En los setenta, y desde Sun Records, retornaron las grabaciones de rockabilly y en Europa encontró su lugar: su estrella se iluminó como nunca antes lo había hecho. Se comenzaron a recuperar viejos discos mientras grababa nuevos álbumes alimentados con inoxidable e inagotable repertorio clásico. Elepés sencillos, con formaciones esenciales (guitarra, bajo, batería, piano, poco más) en las que destacaba su voz imperial, su dominio de la guitarra eléctrica y su alucinante sentido del ritmo.

En España se convirtió en una especie de héroe de culto, cercano, querido y apreciado por la comunidad rocker. Incluso en 1979 grabó el álbum Sleepin’ in Spain, con el gran Josep Mas «Kitflus» incorporado a su banda como pianista. Avanzada la década ochenta, y conforme la pasión rockabilly decaía, Sleepy LaBeef estaba ya aposentado en su leyenda. Una leyenda europea aunque bastante ignorada en Estados Unidos. Se le empezó a conocer como «el jukebox humano» dada la cantidad de clásicos que podía interpretar en vivo: atesoraba en su cabeza un repertorio enorme. Durante los años ochenta y noventa siguió grabando y girando, poniendo patas arriba las salas europeas y estadounidenses por las que pasaba. España siguió siendo una de sus plazas fuertes, en muchas ocasiones con bandas de instrumentistas locales reunidas para la ocasión, y de ese modo reducir gastos. Mientras, los discos continuaban saliendo desperdigados en distintos sellos de diferentes países. Así, por ejemplo, en 1988 pudo ver la luz Live in Valle Real (Village Records), con la Peter King Band y Carlos Segarra, de Los Rebeldes, como invitado; aunque hubo más álbumes grabados en España, tanto en vivo como en estudio. Desde luego seguirle la pista a su discografía nunca ha sido fácil.

Ya en el nuevo siglo redujo sus visitas europeas y se centró en el circuito rockero y nostálgico de los Estados Unidos. También comenzaron a escasear las grabaciones, aunque en 2012 se reivindicó con un documental y su correspondiente álbum registrado en Nashville. Nunca abandonó los escenarios y siempre tuvo al periodista musical y escritor Peter Guralnick como su máximo valedor. Y no es de extrañar, Guralnick, autor de la sensacional e imprescindible biografía de Elvis Último tren a Memphis, adora los sonidos clásicos, los de cable a tierra, y en eso LaBeef no tenía rival: aunque no fue uno de los pioneros (de ellos solo quedan Jerry Lee Lewis y Little Richard, el primero todavía en forma; el segundo, muy enfermo), nos conectaba con los orígenes como pocos músicos en activo: verlo en directo era asistir a la materialización del espíritu de los primeros latidos del rock and roll. Para quienes lo descubrimos a fines de los años setenta fue darnos de bruces con un cantante excepcional, con una fuerza vocal y escénica demoledoras, y ya nunca dejamos de seguirlo y apreciarlo. Sleepy LaBeef era una apisonadora capaz de hacer bailar y levantarle el ánimo al más estoico de los mortales con esos temas clásicos que en sus manos y garganta echaban humo. Si localizan cualquiera de sus álbumes, no importa cual, háganse con él, seguro que no les defrauda. Porque lo bueno de Sleepy LaBeef era que lo suyo no tenía trampa ni cartón, se trataba de música inmediata puesta en pie con absoluta honestidad y un corazón que le salía por la boca a cada nota.

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