“Tigres de cristal”, de Toni Hill

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LIBROS

“Es así al mismo tiempo una visión en negro de la España negra (valga la redundancia) y una novela de instituto narrada con bastante cercanía”

 

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Toni Hill
“Tigres de cristal”
GRIJALBO

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

El barcelonés Toni Hill le tiene tomada la medida a la novela negra. Si transcurre en su ciudad, mucho mejor; y si está protagonizada por personajes que no pasan de la adolescencia, ya maneja los hilos con total soltura. En esta ocasión se traslada a finales de los años 70 y al extrarradio —los no-lugares también son ambientaciones típicas en él— de su ciudad. Allá por esa época casi todos los niños de padres inmigrantes teníamos tíos repartidos por antiguos descampados de Badalona, Hospitalet o Cornellà. Es en esta última donde se levanta el barrio de San Ildefonso, la Ciudad Satélite, un reducto de los otros catalanes con leyendas de bandas callejeras y de ciudad sin ley, con calles nada cuidadas y bares regionales. De ahí han salido La Banda Trapera del Río y Estopa.

Es en este lugar, entonces otra dimensión, donde un adolescente aparece muerto entre los cimientos de un edificio en construcción. Un compañero de clase paga por ello, pero la resolución del enigma vendrá muchos años más tarde, cuando se encuentre con la vida destrozada y con otro compañero que ha tenido éxito. Fin de la historia para no desvelar más de lo que revela la sinopsis de la contraportada.

Es maestro también Hill en no dejar que el estilo interfiera en la historia. Un estilo transparente, casi de reportaje periodístico por el que se mueven los personajes a veces de manera abrupta. Unos personajes que no están llevados a los límites del análisis psicológico porque la historia no lo pide, pero que están bien resueltos y son creíbles, que se derrumban y salen adelante. Miriam y su hijo Iago —con el telón de fondo de la crisis económica para tocar notas sociales— o Lara están bien pintados en su ambigüedad.

También son un decorado de la trama las elecciones de 1977, porque la historia va pasando de un tiempo a otro con capítulos dedicados a ese pasado que ahora se aclara y otros a un presente en que cualquier acto deriva de lo que pasó en esa lejana noche de diciembre de 1978. Ello permite a la vez que la trama se amplíe aún más, con cambios de narrador hasta lo metanarrativo. Es así al mismo tiempo una visión en negro de la España negra (valga la redundancia) y una novela de instituto narrada con bastante cercanía. Y sobre todo, un recorrido por secuencias de la hoy discutida Transición que fue una gesta heroica y muy cruda, sobre todo en los barrios obreros.

 

 

Anterior crítica de libros: “La maleta de Ana”, de Celia Santos.

 

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