«Vives en las cintas que me grabaste», de Rob Sheffield

Autor:

vives-en-las-cintas-que-me-grabaste-28-08-18

«Somos la música que hemos querido»

 

Rob Sheffield
«Vives en las cintas que me grabaste»
BLACKIE BOOKS

 

Texto: CÉSAR PRIETO. 
A un crítico musical se le presupone pasión por la música. Rob Sheffield, redactor desde 1997 de “Rolling Stone”, la posee en alto grado, y si hicieran falta más argumentos para demostrarlo, ahí está “Vives en las cintas que me grabaste”, una doble historia de amor que nos cuenta la relación cómplice y sentimental de Renée y Rob y su devoción por las canciones. Se enamoraron cuando esta tenía 23 años, escribieron crónicas de conciertos a cuatro manos y, poco después, ella falleció un mediodía, de golpe. Rob conserva una caja llena de las cintas de casete que habían grabado.

Eran otros tiempos. Entonces la manera de compartir música con amigos y de hacerse una lista personal eran las casetes. Lo más sencillo era grabar elepés enteros, pero se solían combinar canciones que provenían de la radio o de los propios vinilos. Las había conceptuales, las había hechas al azar, las había de temporada,… todo valía. Incluso de diseñaban portadas con dibujos o recortes que se organizaban en collage. Y se les ponía título. Uno podía ser su propio sello discográfico. Lo curioso es que, aunque ya no sirvan para nada, quién las hizo, las sigue conservando.

Como Rob, que al principio de cada capítulo incluye la carátula de una de las cintas y sobre ella basa la trama, que va engarzando episodios de su historia sentimental. Unas memorias que comienzan con la primera cinta, en 1979, diseñada para el baile de octavo curso —nueva ola, disco, AOR— en un Rob que se educó en los ochenta, con lo cual tuvo una década para experimentar hasta que conoció a Renée. Porque el libro es sobre todo un canto de amor a los noventa, a Pavement, al impacto de la muerte de Kurt Cobain…

El tono es de monólogo interior —dotado de coherencia, eso sí—, como cuando repasa las condiciones que deben asumir los grupos de synth pop, pero si hay un capítulo revelador es el de la muerte de Renée. Ahí está el verdadero centro que da explicación a la palabra, y curiosamente la fuerza centrípeta que lo convierte en núcleo se da desde un registro muy descriptivo, nada sentimental, pero que por eso mismo resulta más aterrador. A partir de ese momento, poco a poco el texto se desliza a ser una novela sobre la soledad, a la que se le puede engañar, que se borra con amigos, pero que siempre está latente.

Por circunstancias, he ido combinando la lectura de la novela con mañanas de limpieza en la que iban apareciendo mis viejas cinta de casete. Hay maravillas que no recordaba pero que me han abierto el pasado y me han hecho ver lo que en el fondo también se cuenta en la novela: somos la música que hemos querido. Somos nuestra música para mal o para bien.

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