Músicos en la sombra: Manolo Mejías, el exbajista de Amaral que acompaña a Leiva

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“En una de las giras de Amaral, hicimos ciento ochenta conciertos en año y medio. Esa es la manera de aprender, tener que subirte al escenario todas las noches”

 

El bajista Manolo Mejías ahora mismo está en la banda de Leiva, pero arrastra tras de sí experiencias junto a Amaral, Mikel Erentxun, Dani Martín o Los Peces. Nos lo presenta Arancha Moreno.

 

Una sección de ARANCHA MORENO.

 

Hace quince años que no suelta el bajo, ni en el escenario ni en casa. Con la grabadora apagada y la mirada del que no tiene prisa, me cuenta que es de los que creen en que la música debe practicarse y estudiarse todo lo posible, y así lo hace también cuando no gira ni graba. Aunque Manolo Mejías no ha tenido muchos tiempos muertos, o esa sensación da al ojear su carrera: Amaral le fichó en 1999, después de verle tocar con su primer grupo, Latino Diablo. Compartió con ellos seis años de buenos tiempos, giras inmensas y ventas disparadas que Manolo duda que vaya a volver a vivir. Aún así, este bajista podría presumir –no lo hace– de acompañar continuamente a artistas cotizados: Mikel Erentxun, Pereza, Dani Martín… En la actualidad es uno de los pilares en los que se asienta la rodada y numerosa banda de Leiva. De vez en cuando apuesta por otros proyectos, como hizo en su banda Extraños en el Paraíso. En los últimos años, además, está aprendiendo a tocar el contrabajo y curtiéndose en esta nueva batalla con la Navatos Jazz Quartet.

Me cuentas que llevas quince años tocando, pero lo matizas, ¿por qué?
No llevo quince años a nivel profesional, esto viene de un hobbie. En el 95, un músico que ha tocado con mucha gente, Juanjo Melero, vino a grabar una demo en mi casa y me dijo que unos amigos suyos necesitaban un bajista. Yo le dije que no, que no sabía nada de música y tocaba por intuición. Trató de convencerme toda la noche, no lo hizo, y a la mañana siguiente me llamó Javier Pedreira para tocar con ellos. ¡Juanjo no me había hecho ni caso! Me daba pánico la situación, pero soy echado para adelante, así que me fui a verlos y me cogieron.

¿Ese fue tu primer grupo, junto al guitarrista Javi Pedreira?
Sí, Latino Diablo. Javi es un gran amigo, y uno de los que me ha llevado a ser profesional hoy. Fue mi primera experiencia semiprofesional, no se ganaba dinero, pero todo lo demás era profesional: el nivel de los músicos, la gira, los discos… Grabamos dos discos y un epé, pero no daba para comer. Pasamos cinco años de nuestra vida y lo vi claro: quería hacer eso con toda mi alma y era el momento de intentarlo. Dejé la carrera en cuarto (estudiaba sociología) y me metí a ello. Fue una experiencia muy enriquecedora, como una master class constante, me llevó a hacerme profesional sin darme cuenta.

¿Hasta entonces fuiste autodidacta?
Realmente lo he sido siempre. Ha habido compañeros que me han llevado a ser mejor, pero nunca he tenido maestro. Mi relación más intensa estudiando música viene de los tres últimos años, en los que mi amigo Toño de Miguel me ha enseñado muchas cosas. Hasta entonces siempre trabajaba escuchando música. Sacaba las líneas de otros bajistas, las practicaba cuando tocaba, y a base de ensayo y error, aprendí a tocar.

¿Qué pasó después de aquel primer grupo?
Me llamó Amaral, cuando aún era una cosa muy pequeña. Habían sacado un primer disco, tenían mucha ilusión y acababan de venir de grabar en Londres el segundo disco, «Una pequeña parte del mundo». Me llamaron porque se acordaron de una actuación de Latino Diablo que habían visto tres años antes en Zaragoza. Me enseñaron por dónde iban los tiros y me ofrecieron hacer la gira. Para mí fue muy sorprendente, muy gratificante y a la vez un reto. Yo venía de tocar cosas que tenían que ver con el hip hop y el funk, y no controlaba mucho el estilo de Amaral. Me obligó a ponerme las pilas, aprendí muchísimo con la gente que tocaba y fueron unos años muy divertidos.

Antes de tocar con ellos, ¿les conocías?
Les conocía porque vivían en mi barrio. El guitarrista de mi grupo sí les conocía, y a veces hablábamos, pero yo no sabía quiénes eran.

¿Solías grabar los discos de Amaral, o solo ibas de gira con ellos?
En el siguiente disco, «Estrella de mar», yo grabé las maquetas y el productor grabó con sus músicos ingleses, aunque algunos de mis bajos se quedaron en el disco. En «Pájaros en la cabeza» sí grabé todo el disco en Londres. El productor quería grabar con músicos ingleses, con los que el trato era fácil, pero ellos impusieron que yo lo hiciera. Enganché muy bien con los músicos allí y fue muy fácil.

Tú has vivido todo el despegue hacia el éxito de Amaral, entonces.
Cuando yo empecé a tocar con ellos habían vendido siete mil copias del primer disco. Luego pasaron de vender siete mil discos a vender noventa mil en el segundo, y seiscientos mil en el tercero. Tengo la fortuna de haber vivido una época buena de la música y haberla disfrutado mucho. Dudo que los músicos que arranquen ahora vayan a vivir algo parecido, la mayoría no. Es complicado. Yo he tenido la suerte de pasar por ello, y eso no me lo quita nadie. Antes, en verano recogías lo que habías sembrado durante el año. Ahora, si me guío por lo que he vivido este año, es un desastre. Lo que estamos viviendo es una cosa no resuelta, estamos viviendo un tiempo de catarsis, hay que esperar.

Trabajando con ellos, ¿hubo un momento concreto en el que te diste cuenta de que lo que estaba ocurriendo con Amaral era ya muy serio?
No sé si hay un momento, hay muchos conciertos muy espectaculares. A los primeros conciertos iba poca gente, íbamos sembrando, y la sensación era “qué bandaza, cómo canta Eva”. Pero realmente lo ves cuando las ventas se disparan, y de repente hay una campaña de televisión que antes no había, y vas al pueblo y tu abuela conoce a Amaral. Me acuerdo de un concierto, en una playa de Donosti, delante de cien mil personas, con repetidores de sonido. No veíamos el final de la playa, era increíble. Para hacer música era un escenario complicado, los mejores sitios son garitos, pero la cosa era tan masiva que había que optimizar beneficios y que la gente pudiese verlo. Me imagino que para los números es bueno hacerlo, pero para la música no lo creo.

Ellos crecieron mucho como grupo, así que tú debiste crecer mucho como músico, con giras tan intensas, ¿no?
Es inevitable. En una de las giras, hicimos ciento ochenta conciertos en año y medio. Esa es la manera de aprender, tener que subirte al escenario todas las noches. Era un aprendizaje constante: montar un tema, tocar un día en un garito para fans, subir un invitado a cantar y aprenderte su repertorio… El trabajo y el dinero es maravilloso, pero el mejor regalo es aprender y superar las pruebas.

¿Por qué dejaste de tocar con Amaral?
Después de siete años, hubo un momento en el que lo personal era difícil, habíamos vivido muchas cosas y todos necesitábamos tomar aire. Decidí que necesitaba cambiar, tocar con otros músicos y otras canciones, para seguir creciendo. Fue un punto triste, pero de necesidad vital. Fue dejarlo, y a los pocos días me llamó [Mikel] Erentxun. Era como el otro lado: un artista consagrado, que había pasado por todo, que a lo mejor estaba en un momento más de capa caída, entrecomillado, porque el tipo sigue haciendo sus discos, hace lo que quiere y tiene su público. Él me dijo que confiaba en mí, que grabásemos juntos. Lo grabamos, y después surgió una gira también.

¿Qué aprendiste con Mikel Erentxun?
Que para hacer música es mejor los sitios pequeños que los grandes, ahí es donde puedes matizar y crecer, no solo tocar las canciones. No creo que fuera peor una cosa que la otra, fue distinto, todo tiene un lado bueno y lo disfruté mucho. Los veinte primeros bolos que hicimos a trío con Mikel me parecieron una lección todo el tiempo. Es un tío muy grande, ha tocado con formaciones enormes… La primera gira la hicimos en trío, él, un batería y yo, y salía al escenario y se lo comía. Me quedaba sorprendido, un tipo de casi cincuenta años sigue creyendo en esto, era una lección para mí. Siempre hay que tener el gusano dentro. Es lo que deberíamos hacer todos, si no, deberíamos plantearnos qué hacemos aquí. Yo intento subir al escenario y sentirme afortunado de poder hacerlo. Para mí es importante.

Y después empezaste a tocar con Pereza. ¿Te conocían de verte en directo, o de escucharte en grabaciones?
No lo sé, tampoco les pregunto por qué me llaman. En el fondo, haber tocado con gente tan grande te hace tener una exposición pública. No eres mejor ni peor, hay otros músicos que tocan de maravilla y se lo merecen tanto o más que yo, pero aquí necesitas un manager que te venda, y en este caso son los conciertos, las grabaciones…

Así que con Pereza vuelves a recintos grandes, de nuevo.
Bueno, no hacíamos cosas tan grandes al principio. Pereza es un grupo intermedio a nivel comercial, se podía permitir hacer sitios grandes en verano, pero también hacíamos muchos garitos. La diferencia es que era una banda con más músicos, donde estaba Leiva, que tiene las ideas muy claras y que sabe lo que tiene que pasar en cada momento con cada uno de los instrumentos. Era algo que hasta entonces no había vivido, ¡qué oreja tenía! A lo mejor el cambio fue más estilísticamente, porque de Amaral a Mikel las canciones tenían estructuras parecidas, era más fácil amoldarse. En el caso de Pereza era un estilo muy stoniano, muy rocanrolero, que me obligó a estudiar otra vez, para superar ese escollo, entenderlo y hacer lo que él quería que hiciera. Pero no fue tan grande como Amaral, lo más grande que hice fue un Palacio de Deportes, o una vez Las Ventas, pero eran cosas muy puntuales. Veinte mil personas son muchas, pero no son las cien mil de aquella playa de Donosti.

También hay que hablar de la duración de esos bolos, que a veces superaba las tres horas…
La primera gira que hice con Pereza era más o menos normal, en cuanto a la duración de los conciertos, pero la segunda sí ha sido muy larga. Ellos querían mostrar mucho, pero tenían muchas canciones, muchos discos, y eso suponía quitar muchas cosas, y eran dos componiendo y dos queriendo mostrar su parte. Por mucho que redujeran, acabábamos tocando veintiocho canciones, y se llegaba a dos horas y media, dependiendo de cómo alargasen las presentaciones, y las improvisaciones, que es algo que yo no había vivido.

¿Te gustaba esa improvisación?
Todo lo que supone un reto me parece alentador, cuando no lo supero no me gusta tanto, pero está bien enfrentarse a ese tipo de cosas, te hace crecer como persona.

La banda de Pereza, y ahora la de Leiva, es muy numerosa, ¿lo hace más difícil?
Cada vez ha ido más, yo nunca había tocado con batería y percusión, dos guitarras, el saxofón, que acabó quedándose definitivo… Hay que tener las ideas muy claras, porque todo el mundo tocando sin control podía ser un desastre. Ahí es donde se demostró lo artista que era Leiva, arregla todo para que todo suene y esté bien. En su banda ahora somos ocho personas en el escenario, pero eso requiere un cerebro.

«Intento escuchar a todos, creo que es importantísimo, el que no escucha a los demás no es un buen músico, pero eso hay que practicarlo»

 

Cuando estás tocando en un concierto, en situaciones así, ¿hasta qué punto puedes escuchar al resto?
Parte de ser buen músico es escuchar a los demás, es básico. Hasta qué punto puedes hacerlo… No lo sé, yo intento escuchar a todos, creo que es importantísimo, el que no escucha a los demás no es un buen músico, pero eso hay que practicarlo.

Desde que estás con Leiva, ¿habéis derivado hacia otro giro estilístico?
Leiva está en constante desarrollo. Tiene una capacidad para la música muy grande, es autodidacta, pero vale para eso, ha tenido la suerte de dedicarse a esto, que le de para comer y por eso ha podido desarrollarlo más. Él ha ido creciendo como compositor y como músico, el estilo ha ido desarrollándose, pero no creo que haya un cambio sustancial. Él sigue haciendo lo que hacía cada vez mejor: concreta más las ideas, es capaz de expresarse mejor, pero no creo que haya cambios radicales, es una transición muy natural y que se veía venir. De «Aviones» a «Diciembre», lo que hay son mejores canciones, mejor ejecutadas. No creo que haya cambios bruscos por ningún lado.

También es un valiente, porque mantener una banda de ocho personas en estos tiempos es bastante poco habitual.
Es un valiente o un descerebrado [risas], no lo sabemos, ¡te lo digo cuando terminemos la gira! Hombre, él tenía claro que tenía que ser así. Hay que apretarse los machos y tirar hacia delante. Imagino que de la experiencia que estamos viviendo este año él valorará pros y contras de cara al futuro y tomará sus decisiones. Es un tío muy inteligente y muy válido, lo que él decida estará bien seguro.

¿Leiva da mucho margen a los músicos, a la hora de desarrollar el instrumento?
A veces sí y a veces no. Creo que todos los que estamos ahí estamos elegidos, no es casual, con lo cual es un voto de confianza, y en mi caso es la cuarta vez que me llama, algo verá para que quiera que esté. En la anterior gira sí hubo mucha más cancha. Esta vez, con la presión de tener que hacer las cosas solo, él quería todo como lo que él había hecho, es multiinstrumentista y ha grabado todos los bajos del disco. Según va desarrollándose la gira, me lo voy llevando un poco hacia mi lado, donde yo lo siento, y hace concesiones. Depende de lo claro que lo tenga.

¿Se sigue improvisando?
Sí, forma parte de su estilo, es parte de cómo siente la música, así que eso no va a cambiar, para bien en este caso.

Antes de tocar con Leiva en solitario, giraste con Dani Martín también. ¿Cómo surgió?
Sí, me llamó para hacer unas maquetas primero, en un día grabamos prácticamente todo el disco para mostrárselas a la compañía, para que vieran los temas que él llevaba arreglados a guitarra y voz. Todo el mundo debió quedar contento, porque de ahí nos llamaron para hacer el disco («Pequeño»), él sugirió que hiciéramos la gira todos porque estaba contento.

¿Y cómo fue trabajar con él?
Bien, los cambios de músicos siempre son una experiencia enriquecedora. Lo más grato de la gira es que he vuelto a tocar con dos amigos músicos con los que hace tiempo que no tocaba, Carlos Gamón y Javi Pedreira. Convivir y hacer música con ellos siempre es un placer. Es otra manera de entender la música, no hay concepto de banda, de gente tirando en la misma dirección, ha sido un trabajo más profesional.

Siempre has enlazado proyectos de gente muy conocida, ¿te ha dejado margen para poder hacer otras cosas?
He tocado con otra gente, pero tengo que aclarar que han sido sustituciones puntuales. En un parón de Amaral sustituí a Candy Caramelo con Ariel Rot, o a Jacob Reguilón con Antonio Vega. Tocar con Antonio Vega fue una experiencia vital muy diferente; aparte del respeto a la persona y al artista, cuando tocaba (en su época final) era todo muy libre, había que seguirle a él, agudizar el oído y seguirle. También toqué con Txetxu Bengoetxea, un artista desconocido que tiene una creatividad increíble. Grabé un disco de DJ Kun, en la época en la que vendía mogollón. He tenido proyectos tan extensos que no me han permitido hacer muchas otras cosas, pero he procurado implicarme en otros proyectos. Grabé los dos primeros discos con Los Peces, y toqué con ellos siempre que lo necesitaron. Pero por desgracia, la mayoría de la gente no te llama, te cree siempre trabajando y no siempre es así.

Además del bajo, has empezado a estudiar el contrabajo.
Sí, es una evolución natural. Hace tres años y pico decidí que necesitaba un estímulo. Llamé a un chico que acababa de llegar de Nueva York, Toño de Miguel, nos hicimos amigos y él me ha ido enseñando a tocar jazz, que es un hobbie para mí. Asusta mucho, porque cuando llevas años tocando algo y te sientes un poco sólido, de repente sientes que vuelves a empezar. Hace año y medio, aprovechando un pequeño ingreso de dinero de un pico de trabajo, me compré el contrabajo y empecé a estudiar con él. Tengo un combo de jazz, quedamos para tocar juntos y estudiamos todos en casa.

Los Navatos Jazz Quartet.
Sí, ensayamos en casa del batería, en La Navata, un pueblo junto a Galapagar [Madrid]. Es muy gratificante, soy muy malo pero me siento muy bien, porque he retomado la ilusión de tener que aprender algo nuevo, es una improvisación constante. Hacemos estándares de Chet Baker, Miles Davis…

Así que eso es lo que estás haciendo ahora, además de la gira con Leiva.
Sí, lo de Leiva parece que va para largo. Su idea es sacar un segundo disco, reunir a toda la banda en principio y seguir trabajando. Pero no sé, no se sabe. Me gusta vivir el día, no sé que va a pasar con mi vida el año que viene. Lo del contrabajo es un hobbie, así que seguiré pasándomelo bien haciéndolo mal.

¿Alguna cosa pendiente en tu lista musical?
Realmente no, si me muriese mañana podría hacerlo tranquilo. Soy un tipo muy afortunado. He hecho algo que me gustaba mucho y me ha hecho muy feliz. He podido vivir de ello, he podido dar de comer a mi familia con mi trabajo, he disfrutado y me gustaría seguir haciéndolo mucho tiempo. Si puede ser, seguir creciendo dentro de lo que ya hago. Si no puede ser, ya inventaremos algo.

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