Los poemas de Dylan y las fotos de Feinstein

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dylan-08-11-09

«Quizás haya sido positivo el que esta curiosa simbiosis entre fotografía y versos haya estado oculta durante tantos años madurando en silencio. Ahora es, quizás, más fácil de interpretar y entender que cuando fuera creada. No en vano, la perspectiva del tiempo ha puesto a cada uno en su lugar»

Analizamos el libro «Fotorretórica de Hollywood. El manuscrito perdido», que recoge poemas de Bob Dylan ilustrando las fotos sobre Hollywood que en los años 60 realizó su amigo Barry Feinstein. Una obra aparecida recientemente en España.


Texto: JAVIER DE CASTRO.


Hacia 1964, un Bob Dylan convertido ya en celebridad, conoció a un emergente fotógrafo de prensa llamado Barry Feinstein con el que habría de colaborar en diversos proyectos conjuntos. El vaso comunicante fue Mary Travers, novia y futura esposa del fotoperiodista y, a la sazón, solista femenina del trío Peter, Paul & Mary, que protagonizó junto a Dylan y otros personajes como Pete Seeger o Joan Baez, grandes momentos de la música protesta en aquellos combativos primeros años 60.

Fenstein fue el encargado de inmortalizar al de Duluth para la portada de su álbum «The Times They Are A-Changin’», uno de los más decisivos de la etapa seminal de su carrera, y en aquel preciso momento nació una relación personal y profesional que no dejaría de fortalecerse en lo sucesivo, alargándose en plenitud de facultades y con muy buena armonía hasta bien entrada la década de los 70. Pongamos como ejemplo de esta colaboración el año 1966, cuando Feinstein, de forma intermitente aunque intensa, estuvo cubriendo varias de las giras de Bob, como la que lo movió por Gran Bretaña y que marcaría un antes y un después para su popularidad en el Viejo Continente. Al margen de sus frecuentes colaboraciones para diversas publicaciones de prestigio como «Life» o «Time», Feinstein también trabajó en la industria del cine, lo que le permitió conocer con profundidad los entresijos de Hollywood y familiarizarse no sólo con sus ciudadanos más famosos y todo el glamour que los rodeaba sino, también, con la gente y los paisaje urbanos anónimos que convivían en franco contraste.

Fue precisamente durante un viaje mano a mano a Denver y su regreso a Nueva York, cuando Dylan y Feinstein cimentaron su amistad y pergeñaron un proyecto común cuyos elementos primordiales serían las instantáneas en blanco y negro que el fotógrafo llevaba varios años recogiendo en Hollywood y una serie de poemas escritos ex profeso por el cantautor para ilustrarlos. El caso es que tanto el trabajo de uno como el del otro –vete tú a saber por qué– acabaron traspapelados en algún cajón o en alguna carpeta y han permanecido inéditos hasta el año pasado en que salieron a la luz por fin y fueron editados por vez primera para el mercado anglosajón. La edición que ahora comentamos, «Fotorretórica de Hollywood. El manuscrito perdido», sacada adelante por Global Rhythm en su línea habitual de productos exquisitos y de cuya estupenda traducción se ha ocupado Miquel Izquierdo, nos desvela esa colección de fotografías de indudable interés documental, cuyo argumento son aspectos diversos de la cotidianeidad en la meca del cine pero haciendo hincapié, de paso, en la vida de unos cuantos de sus protagonistas. Astros e historias inalcanzables para el común de los mortales y que la mayoría hemos contemplado y envidiado en películas de culto, pero que gracias a estos testimonios gráficos los descubrimos hermosos y altivos, al tiempo que frágiles y terrenales. No en vano el objetivo de Feinstein los recoge en su quehacer diario, compartiendo su vida y su presencia junto a la comunidad que los acoge y, por consiguiente, también haciéndose partícipes de sus alegrías y no pocas de sus miserias.

En riguroso blanco y negro, hermosos retratos, escenas diarias y ritos sociales de toda índole, donde el protagonismo de celebridades y gentes anónimas son materia compartida. Calles y estudios cinematográfico; espacios abiertos y cerrados; actos públicos y celebraciones íntimas; escenas dramatizadas o situaciones reales… conviven como un todo en esta soberbia colección de imágenes que no pretenden nada más que ilustrar esa realidad, mitad verdad, mitad mentira. A su lado, acompañándolas, cientos de versos de la pluma –la máquina de escribir– del juglar indómito, que juega a apostillar las imágenes con esa sorprendente lucidez juvenil que, en muchas de sus canciones, adquiriera rango poético de alta graduación. Dylan observa e interpreta, eso sí a su particular estilo, las impresiones que la fuerza enorme de la mayoría de las imágenes le producen, tanto en el raciocinio como en su interior. El discurso se construye a base de la una retórica descriptiva y con juegos de palabras que a veces recuerdan a muchas de sus canciones y a la jerga de «Tarántula», su idolatrada y a la vez incomprendida primera “novela” redactada más o menos en aquel mismo tiempo.

Gracias a la trascripción del original en inglés junto a su traducción en español, el lector puede percatarse de la habilidad de Dylan para descubrir con ojo clínico todos los matices que cada imagen alberga pero que luego él describe a su libre albedrío y dando rienda suelta a su inclasificable libertad creativa. Quizás haya sido positivo el que esta curiosa simbiosis entre fotografía y versos haya estado oculta durante tantos años madurando en silencio. Ahora es, quizás, más fácil de interpretar y entender que cuando fuera creada. No en vano, la perspectiva del tiempo ha puesto a cada uno en su lugar. A Feinstein como de los grandes retratadores del olimpo musical gracias a su portentoso trabajo cerca de rutilantes estrellas del firmamento musical del calibre de la irrepetible Janis Joplin, del idolatrado George Harrison o de cualquier nombre ilustre más de los que cimentaron la leyenda del Festival de Monterrey en pleno Verano del Amor y que también él inmortalizó con su cámara. Y, cómo no, al propio Bob Dylan cuyo talento errante y esa inescrutable forma de entender y hacer las cosas, lo han convertido en la más importante y decisiva personalidad individual del negocio musical de su tiempo. Un equilibrio fascinante, en cualquier caso.

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