“El disco más odiado del pop”, artículo de Diego A. Manrique

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bob-dylan-self-portrait-23-08-13Ante la inminente publicación de “Bootleg Series Volume 10 – Another Self Portrait (1969 – 1971)”, Diego A. Manrique le dedica un artículo en “El País” a “Self portrait” de Bob Dylan, el álbum que se pretende rehabilitar y que “posiblemente, se trata del disco más vilipendiado de la historia del pop.”

“A estas alturas, convertido Dylan en incombustible icono cultural, resulta difícil hacerse una idea de la intensidad de la tormenta que desató Self portrait. Imaginen que Gabriel García Márquez, tras Cien años de soledad, hubiera editado un best seller tipo Love story. En términos cinematográficos, sería como si Ingmar Bergman, tras lanzar El séptimo sello, hubiera intentado imitar una de las comedias de Doris Day y Rock Hudson. Con total seriedad.”

Manrique recuerda algunas de las teorías sobre el mayor fracaso de la carrera de Dylan: “Quiso espantar definitivamente a los moscones. ¿Cómo? Grabando un disco que se alejara radicalmente de la cultura rock. Con arreglos countrypolitanos y coros femeninos.” Otra teoría “poco explorada es que Dylan pretendía reciclarse en crooner, un cantante sin complicaciones ni grandes ambiciones sociales.” Y una tercera “es su carácter de cajón de sastre: el modelo de Dylan-canta-los-éxitos-de-ayer-y-hoy se rompía con la inclusión de temas instrumentales o procedentes de su actuación en el festival de Wight de 1969, con el fondo circense de The Band. Ahí, me temo, le perdió la ira: se había quedado boquiabierto —e indignado— ante el descomunal éxito de Great white wonder, un doble bootleg que abrió el mercado a los piratas. ¿Queréis discos desgalichados, grabados aquí y allá, sin coherencia estilística? Pues también os voy a dar eso.”

El argumuento de los promotores de “Another Self Portrait” es que “La pifia ocurrió en Nashville: las prístinas grabaciones de Nueva York —voz y guitarras— fueron desvirtuadas en la capital del country, cuando se añadieron otros instrumentos, arreglos orquestales y coros. Se evade, sin embargo, la pregunta del millón: ¿cómo Dylan aprobó ese Frankenstein? Dos posibles respuestas, a cual más incómoda: era más o menos lo que quería o, uy, ni se molestó en escucharlo.”

Manrique concluye que Dylan, “Aburrido de las especulaciones con su legado, ahora deja hacer a sus empleados: no hay noticias de que haya intervenido en la presente operación.

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