“El café celestial”, de Stuart Murdoch

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“Unos diarios de sencilla, honda y productiva lectura, con equilibrio entre lo cotidiano y la música, y una perfecta edición, cuidada, hecha con primor y buen gusto”

 

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Stuart Murdoch
“El café celestial”
EXPEDICIONES POLARES

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Si por algo destaca la carrera de Belle & Sebastian es por la inteligencia empleada en ella; inteligencia al conseguir melodías depuradas y arrulladoras, al resolver letras llenas de encanto lírico y al variar constantemente sus estéticas con personal tino. Gran parte de esta personalidad deriva de la presencia de Stuart Murdoch, quien rastrea sonidos y guía a la banda, el mismo que se ha decidido a hacer una selección de sus diarios que abarca básicamente el primer lustro de este milenio, una de sus épocas de esplendor, por lo menos aquella en la que florece su clásico ‘Another sunny day’, esa sutil maravilla de la que aquí se nos ofrecen sus pautas de composición y grabación en un par de preciosos párrafos.

La impresión que nos dan sus páginas –exentas de intimidades– es la de alguien que valora lo cotidiano por encima de todo. Su condición de sutil arquitecto del pop no le lleva ni a endiosamientos ni a oscuridades grandilocuentes. Si dedica espacio certero a las canciones, más es el que dedica a su pasión por correr, por soltar adrenalina, por los partidos de fútbol, su pasión. De hecho, poca gente del mundillo musical afín al deporte no ha jugado con o contra él en nuestro país –por el que revela una especial atracción–; este cronista llegó a ganarle cuatro a tres en una tarde de Primavera Sound. Queda claro en páginas y páginas, si por algo lo deja todo Murdoch, si algo es capaz de hacerle abandonar cualquier cosa que se traiga entre manos, es vestirse de corto. Páginas que desvían de lo que al aficionado a sus canciones le interesa, pero que por otra parte le da mucho oxígeno al texto.

También aparecen sus viajes, en los que no escatima ni deslumbramientos ni exabruptos –“América está dirigida por un montón de gilipollas”, señala, exponiendo a las claras su tendencia ética–, saliendo Bilbao o Barcelona muy bien paradas en sus reflexiones. En el fondo, el libro trata de algo que al aficionado al pop –defensas acertadas del estilo desde su pluma– puede interesarle, y mucho: cómo es la vida diaria de alguien que hace canciones. La visión de su ciudad, las películas que ve –nos da una lista de sus cien películas preferidas– , los contratos incomprensibles que tiene que leer, las visitas al dentista, no son tanto opciones costumbristas sino –para un buen lector– el caldo de cultivo de esas maravillas que nos ofrecen sus discos, tan atentos al romanticismo de las cosas mínimas como su compositor, que es capaz aún de sacar provecho lírico de un viaje en tren entre Glasgow y Londres.

Ni siquiera cuando está preocupado por conceptos teológicos se pone estupendo y sus reflexiones y conversaciones son si no banales, sí distendidas en contraste con el perfeccionismo que a veces se le observa y que le hace recorrer Notting Hill durante toda una tarde para registrar el sonido de una botella al romperse o que le lleva a dudar si potenciar las voces y el mensaje o la música en cierta grabación. Por supuesto, consigue las dos cosas.

Su relación con la música es de verdadero fan, y así asiste a conciertos de grupos nuevos o elogia hasta la extenuación a sus paisanos, ya establecidos, de Franz Ferdinand. No es contradictorio este afán indie con un criterio amplio, y así revela su entusiasmo por 10cc o Thin Lizzy, por olvidadas como Sandy Posey o como asiste estremecido al entierro de John Peel. Murdoch, sigue siendo un fan, y un fan con talento es capaz de grandes cosas.

Un grupo, pues, grande pero escondido, unos diarios de sencilla, honda y productiva lectura, con equilibrio entre lo cotidiano y la música, y una perfecta edición, cuidada, hecha con primor y buen gusto.

Anterior crítica de libros: “En pleno verano”, de Zsuzsa Bánk.

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