“En pleno verano”, de Zsuzsa Bánk

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LIBROS

 

“Hay historias felices e historias deprimentes, vidas plenas sin que lo parezca y vidas truncadas que parecen plenas, hay cinco o diez pequeños detalles que son los que perdurarán en el recuento final del libro, de la vida”

 

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Zsuzsa Bánk
“En pleno verano”
ACANTILADO

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Una atención al detalle deslumbrante, pequeñas grietas por donde se cuelan chorros de luz –a veces opaca, eso sí–, es lo que define los doce cuentos que la alemana Zsuzsa Bánk incluyó en este pequeño volumen aparecido en 2005, justo después de su laureada primera novela, “El nadador”. Son estampas que cercan un periodo breve, de apenas ocho o diez páginas de extensión, pero que sienten el peso del pasado, amplio, casi inabarcable en un estilo demorado, puntillista, atento a la placidez o la amargura de las sensaciones y a ese tiempo que se ha escapado, lejano.

Quizás el primero, ‘El último domingo’, sea el que mejor refleja las virtudes del libro. Anna va a dar una conferencia a su ciudad y la hija escasamente veinteañera de una antigua amiga, inseparables, se le acerca. Durante años no habían tenido relación y accede a tornar a verlos en un domingo en el que florecen los recuerdos, las risas, los antiguos apodos cariñosos. La despedida cuesta, se prometen cariño en cada esquina y la relación continúa en demoradas cartas que un día dejan de aparecer en el buzón de Anna, envuelta en sensaciones que van desde la inquietud al terror que no se nombra. Sin las cartas pierde lo que ya había perdido.

Casi siempre la relación parte de la amistad entre dos jóvenes: ‘Lydia’, que de golpe pierde sus aficiones infantiles –juegos, circo, algodón de azúcar– y escapa de su cuidad, a los dieciocho, dejando a su madre y a su amiga huérfanas; ‘Plegarias’ con ese antiguo amante con el que el azar te cruza años después en una conversación de calle ya no tiene sentido; la intensa relación infantil que queda apenas en nada en ‘Plegarias’, las relaciones juveniles llenas de música y de impulsos absurdos e intensos en ‘Larry’, con un tempo mucho más rápido, como fiel trasunto del apresuramiento que se intenta reflejar…

Quizás los mejor trabajados en las emociones –que no los mejores– sean aquellos en los que la amargura está presente de forma más patente sin que se hable de ella. ‘Tiempo de hielo’ posee un principio idílico. Carola llega de viaje para pasar la navidad en casa de Becky, como cada año. Sus tres hijos la reciben con alborozo y todo parece irradiar la mayor de las felicidades. Esa noche nieva, y Christopher, el marido, actúa de manera prepotente, apenas habla si no es para refunfuñar, hasta lograr destruir la dicha que envolvía a las mujeres. El más perfecto ejemplo de que desde la inacción es más fácil disparar que desde el enfrentamiento. La última imagen, tras la atención al detalle que exponemos aquí centrada en los sonidos, es delicadísima y cierra de manera perfecta la estampa.

En el que da título al volumen, ‘En pleno verano’, Lisa llega en coche con unos amigos a una granja, ya en Italia, cerca de la frontera. Su madre vivió allí y se encuentra con su primo Luca que les sirve de beber. No lo conocía, como no conocía a su abuela que ha muerto recientemente, pero sube a la habitación de su abuela y allí, sin que apenas pase nada, se despliega una enorme carga sentimental. Es esto lo que llena el libro, lo que apenas se dice, lo que en ‘Bosque navideño’ o ‘Luz azul’ queda en una leve frase que es mucho más potente que el resto del relato.

Hay historias felices e historias deprimentes, hay vidas plenas sin que lo parezca y hay vidas truncadas que parecen plenas, hay cinco o diez pequeños detalles que son los que perdurarán en el recuento final del libro, de la vida.

Anterior crítica de libros: “Pet Shop Boys. Plural”, de Francisco J. Barbero.

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