Las palabras vividas, de Quique González y Luis García Montero

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DISCOS

«Lo mejor que puede decirse de Las palabras vividas es que se integra con enorme coherencia en el cancionero propio de Quique González»

 

Quique González y Luis García Montero
Las palabras vividas
CULTURA ROCK, 2019

 

Texto: LUIS GARCÍA GIL.

 

Cantar a los poetas constituyó en los años finales del franquismo una tradición muy arraigada. Paco Ibáñez ejerció de precursor, de referente, en eso que se llamó poesía cantada con su primer disco dedicado a Góngora y Lorca con el que inició una trayectoria de musicalizar bardos, espartana en la forma musical, pero honda en la capacidad de hacer cantables los versos de aquellos poetas.

Con el tiempo no solo los cantautores han encontrado en los poetas posibilidades de canción. Piénsese, ya en los noventa del pasado siglo, los discos de poetas de Loquillo con Gabriel Sopeña o el de Albert Pla cantando a Josep Maria Fonollosa o la tentativa de Carlos Ann y Enrique Bunbury encontrándose con la poesía de Leopoldo María Panero en 2004. Son muestras relevantes que desembocan en Las palabras vividas, el disco que Quique González ha alumbrado con Luis García Montero que tiene poco de maldito, condición que sí cabe atribuir a los casos referidos de Fonollosa o Panero.

Lo interesante de Las palabras vividas es la complicidad que surge entre Quique González y el poeta granadino a quien, por cierto, ya pusieron música grupos de la movida musical granadina como TNT, que cantaban las “Coplas a la muerte de un colega”, o cantautores expertos en encajar melodías en versos ajenos como Joan Manuel Serrat, que cantó a García Montero en su disco Versos en la boca con la canción “Señor de la noche”.

Tiempo hacía que esa complicidad del músico madrileño y del poeta granadino tenía que dar su fruto, después de aquel precedente de “Aunque tú no lo sepas”, canción de Quique González que se inspiraba en un poema de García Montero de su emblemático libro Habitaciones separadas. Esa canción que Quique González escribió para Enrique Urquijo terminó consolidándose en su propio repertorio.

Diez canciones conforman la propuesta de Las palabras vividas, de “La nave de los locos” que fuera el primer anticipo del disco, a la despojada brevedad de “Seis cuerdas” que lo culmina. No se trataba de cantar la poesía de García Montero, sino de que fuera el propio García Montero el que escribiese una serie de textos pensando en Quique González. He aquí la gracia sinérgica del poeta y del cantor que empiezan a trabajar en el proyecto antes incluso de la aparición del disco anterior, Me matas si me necesitas.

Quique González se mira en el espejo que le coloca García Montero. Hace suyas las emociones de quien es capaz de meterse en su propia piel como pasa en “Bienvenida”, una canción que al poeta granadino le inspira la reciente paternidad del músico madrileño. El paisaje sonoro que construye Quique tiene momentos álgidos, bellos, como el de “Canción con orquesta”, donde vibra el quinteto de músicos que arropan su voz. A veces Quique se enfrenta a un soneto o a versos heptasílabos. Pero otras veces ha de pelearse con estructuras más abiertas. En todo caso, intenta encajar las palabras y las melodías con la aportación de César Pop y la búsqueda de un sonido orgánico, puro. Las instrumentaciones tratan de otorgar color a los textos, de huir de ciertas servidumbres que suelen lastrar este tipo de trabajos sobre textos ajenos, en los que la libertad de acción del músico puede ser limitada si no se atreve a posar una mirada abierta sobre el poema musicalizado.

Lo mejor que puede decirse de Las palabras vividas es que se integra con enorme coherencia en el cancionero propio de Quique González, mérito de García Montero y mérito de la personalidad acusada del madrileño. El whisky de los solitarios que resuena en “El pasajero”, el trazo de balada melancólica de la amatoria “Qué más puedo pedirte”, el mapa urbano y nocturno desplegándose en la “Canción del pistolero muerto”. Quique González ilumina al poeta y viceversa. En “Las nuevas palabras” hay un canto de afirmación, de luz, de energía, sin abandonar la preferencia por los medios tiempos. Cuando García Montero escribe en la hoja solitaria aquello del dolor amarillo de los miedos fatales revela su altura lírica, que desemboca en la elegiaca y dilatada “Todo se acaba”, donde murmura el invierno y la poética tan sabiniana de los bares cerrados.

Un disco como Las palabras vividas exige escucharlo con calma. Paladeando las palabras, sin apresuramientos. No son tiempos fáciles para ello. Pero a veces es necesario encontrar en el poema que leemos a escondidas y en la canción resultante ese fulgor que ha de habitarse al margen de las prisas cotidianas que suelen asolarnos. Quique González ha rubricado un disco hermoso que cabe escuchar cuando cae la tarde y la hojarasca asoma alrededor del tiempo.

Anterior crítica de discos: Diagonal, de Enric Montefusco.

 

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