Ventura, de Suu

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DISCOS

«Una voz cercana, que enamora, cálida y limpia a la vez»

 

Suu
Ventura
Halley Records, 2020

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Suu es el último exponente de ese tipo de cantantes que acceden al público desde las redes sociales, auténticos embates líricos del siglo XXI que encandilan al público cantando desde una de las esquinas de la gran plaza que es Internet. Rasgo común entre ellos es su extrema juventud, y Susana Ventura acaba de cumplir veinte años este 2020. Además, el disco está producido por Carlos Sadness, otro ilustre juglar que también viene de colgar canciones hace años —en Myspace, distintas generaciones—.

Respecto a sus primeras canciones, Suu ha establecido bastantes cambios, el primero que ya no predominan las letras en catalán y, sobre todo, que deja un tanto el aire festivo —aunque sigue habiendo ramalazos de ska y de verbena— para acudir a texturas más pop y a arreglos más delicados y detallistas. Con ello, su voz se ve potenciada, y si algo hay bueno de la presencia de Suu es la voz; una voz cercana, que enamora, cálida y limpia a la vez, en cada una de las nueve canciones —ocho si contamos que la única en catalán, “Tant de bo”, se presenta también en versión en castellano—.

Quizás la única que se desmarca del conjunto es la elegida como single, “Eres un temazo”, con arreglos que la acercan a la radiofórmula, pero pronto se observan en todo el disco marcas de personalidad que se inscriben en referencias cruzadas. Suu puede manejarse en un triángulo equilátero que lejanamente recuerda en sus ángulos al yeyé, a cantautoras como Cecilia o a una tercera vía de música ligera en femenino, como la que representó la estupenda y olvidada María Veranés. Se las puede ver, en mayor o menor medida, en todo el disco, por ejemplo en “No eres tan especial”, una pieza contra el prurito de ser raro en la que destacan unos arreglos llenos de sobriedad juvenil y elegancia, como esas leves trompetas mexicanas del final.

Todas las canciones están vestidas de esta forma sutil, como “Mi casa”, más pausada e íntima en su recorrido por la naturaleza y el amado, o “Soy”, también retrato íntimo, que deja una constante sensación de alegría. La parte de la delicadeza se completa con “Todo lo que canto”, que parece sacada de la chistera de Pauline en la Playa.

Porque después viene la parte de animación con “Tant de bo” —“Ojalá” en su versión en castellano—, que es casi rumbera, o “Algo de mí”, en la que canta con Adrià, de La Pegatina, que le traspasa todo su mundo de tropicalismo barcelonés de barrio. Todo conforma un disco breve, que se hace todavía más corto, porque las canciones transparentes y aseadas con las que cuenta saben a gloria y sientan muy bien.

Anterior crítica de discos: Walking like we do, de The Big Moon.

 

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