La furia y los colores, de El Gran Wyoming

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LIBROS

«Un libro que da detalles de una etapa de suprema exaltación en la música y de unos criterios ideológicos que hoy hienden heridas ya hechas»

 

El Gran Wyoming
La furia y los colores
PLANETA, 2020

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

El lector de esta reseña seguramente tendrá una imagen de El Gran Wyoming establecida por derecho: se trata del presentador de un espacio de televisión polarizado entre devotos y contrarios, un informativo inhabitual, cáustico y enfrentado a luchas con las que se puede o no estar de acuerdo, pero que son polémicas —sentencias judiciales incluidas— y mediáticas. Quizás muchos de los que conocen a José Miguel Monzón por el programa hayan escuchado que tuvo un pasado musical. Unos pocos enterados y los que en los lejanos setentas y ochentas —o sea, ya viejos de solemnidad— tenían el radar puesto a lo que se cocía en la calle, saben que ese pasado fue importante.

Pues bien, este libro, la segunda parte de sus memorias tras la recreación literaria de su infancia —¡De rodillas, Monzón!—, aborda los dos caminos. Por un lado es un libro que va describiendo cómo surge su carrera musical y el contexto en el que se movía, y por otro es un ensayo del que se podía extraer un buen fajo de opiniones que coinciden con las que diariamente expone en su programa. Así, el lector poseerá un breviario en el que podrá recorrer la ideología del equipo televisivo: denuncia de los trazos franquistas en la organización del Estado, indignación por la falta de recorrido de las leyes de memoria histórica o soliviantadas proclamas ante el poder omnímodo de la iglesia y sus manejos económicos. Sus seguidores ya las conocen por empatizar; sus detractores, por escandalizarse.

Su pasado musical es menos asumido por el común de los lectores. Primero como seguidor, no muy alejado del común de la época, y con viaje al extranjero, más que para conocer, para escapar. En el caso de José Miguel Monzón, fue a Ámsterdam. Viniendo de un COU franquista del 72, enfrentarse al «libertinaje» de Dinamarca hubo de ser explosivo para cualquiera. Tras ello, su paso por la universidad —carrera de Medicina, poca broma— que combinaba con bares —el de la facultad y otros— y billares con una proporción en que estos últimos ganaban por goleada.

Una carambola hizo que pasara a trastear instrumentos. Su hermano Seju, que había encontrado su modus vivendi en la tuna —con bolos por el extranjero, incluso—, graba unas canciones sin ánimo de llegar más allá, y resulta que llegan a ser un superventas y una de ellas muy sonada en el verano de 1975: la famosa “Saca el güisqui, cheli”. Así que, en medio de este ambiente, se alía con otro de los personajes de calado en los años setenta —el maestro Reverendo, otro de los inmensos olvidados— y le da aire macarra a su grupo de rock sinfónico. Nace Paracelso, que llega a vencer dos veces el Concurso de Rock Villa de Madrid, y edita alguna canción, no demasiadas. Pero el trajín del rock and roll no va mucho con él, así que se las apaña para actuar en pequeños locales, viajar entre barra y escenario y convertirse en el diletante por excelencia del rock madrileño. Diletante y flâneur que nos cuenta cómo nace el punk, cómo era el Rastro y nos da una visión del Ateneo de Prosperidad, del que nunca se ha hecho un estudio con detenimiento, pero que quien esto escribe, cuanto más habla con protagonistas de la época y cuanto más los lee, más se da cuenta de que ahí empezó toda la actitud que triunfó en los 80.

Por lo que a este cronista le toca, son fascinantes las páginas en las que relata sus viajes a Barcelona, la vida de las calles, el desastroso concierto en Zeleste, la incomunicación ente las dos ciudades que poco después la Nueva Ola —a la que defenestra moderadamente — consiguió conectar. Radio Futura como teloneros de Elvis Costello en Barcelona y Loquillo buscándose las lentejas en Madrid lo demuestran. Así pues, un libro que da detalles de una etapa de suprema exaltación en la música y de unos criterios ideológicos que hoy hienden heridas ya hechas. Sólo por una de las dos cosas ya valdría la pena.

Anterior crítica de libros: Esto no es Oregón, de Isaac Pedrouzo.

 

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