Van Morrison: el irlandés que subió a una montaña y bajó de una colina

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«Un álbum doble excesivo en casi todo, el más controvertido, incontinente e irregular de su carrera»

 

El recién publicado Latest record Project volume 1 pasa por el tocadiscos del Doctor Soul, que degusta algunas de las nuevas piezas de Van Morrison aunque encuentra el álbum excesivo e irregular. Este es el análisis de Luis Lapuente.

 

Van Morrison
Latest record project volume 1
BMG, 2021

 

Texto: LUIS LAPUENTE.
Foto de portada: BRADLEY GREY.

 

«Espíritu huraño y celoso de su intimidad, Van Morrison acostumbra a hablar solo con sus canciones, las únicas claves públicas de una vida artística apasionada y una vida personal (probablemente) atormentada. Mucho ha llovido en su biografía desde las primeras instantáneas de aquel joven airado y lleno de ilusiones que empezó interpretando rhythm and blues en la banda norirlandesa Them hace ya cuatro décadas hasta la imagen atribulada del actual Tío Vinagre, un personaje engreído y circunspecto que ni siquiera mira al público en sus conciertos. Desde el soul blanco hasta el misticismo gaélico, pasando por el jazz, el blues, el country y casi cualquier afluente del pop, Van Morrison ha ido picoteando en todos los géneros con proverbial fortuna hasta construirse una imagen de insobornable destajista, el genuino artista camaleónico de alma negra».

Hace quince años firmaba yo estas líneas sobre el irlandés errante en las páginas de papel de Efe Eme, a propósito de su álbum más vaquero, el notable Pay the devil. Ahora, el cowboy de Belfast ha pagado al fin sus deudas con el diablo en un álbum doble excesivo en casi todo, el más controvertido, incontinente e irregular de su carrera, un disco capaz de ofrecer sus mejores credenciales en canciones devotas del viejo rhythm and blues que cabalga a lomos de un Hammond sinuoso y unos metales cálidos y susurrantes, esas canciones que han alimentado durante años el esqueleto de sus grandes discos: “Blue funk”, “Only a song”, “My time after a while”, “Tried to do the right thing”. Pero también un disco desapacible y difícil de digerir, que se arruga por momentos cuanto más deliberadamente se recrea el artista en sus clichés musicales e ideológicos, en esas diatribas incendiarias que tanto le ha gustado airear antes, durante y después de los momentos más duros de la pandemia.

Claro que un artista tiene todo el derecho de plasmar y abanderar sus ideas en su obra, las más luminosas y también las más irresponsables, repugnantes o miserables, ahí está el legado glorioso de escritores como Louis-Ferdinand Céline y Ezra Pound o de cineastas como D.W. Griffith o Leni Riefenstahl. Al autor de gemas intemporales como Astral weeks, Into the music y Moondance, al de trabajos deliciosos como Veedon fleece, Days like this y Keep me singing, le perdonamos que se empeñe en restregarnos por la cara sus proclamas más o menos negacionistas, antisemitas o xenófobas mientras no baje el listón de su inspiración o se esmere en depurar sus trabajos de morralla («conjunto o mezcla de cosas inútiles y despreciables», según la RAE). Por desgracia, para quienes amamos al músico que tituló su anterior álbum Tres acordes y la verdad, aquí hay morralla impropia de tan excelso artista ya desde los primeros tres acordes de la primera canción, la insufrible “Latest record project”, hasta esos ridículos coros de la penúltima, “Why are you on Facebook?” o el fondo y la forma de piezas grotescas como “Stop bitching, do something” o “They own the media”.

 

«Me temo que Van Morrison acaba de entregar un disco antipático, vanidoso y pretencioso»

 

En 1995, Hugh Grant encarnó al cartógrafo protagonista de una simpática película menor titulada El inglés que subió a una colina pero bajó de una montaña, en la que se ensalzaba el valor de las ilusiones y los proyectos sencillos, inocentes, amables («digno de ser amado», según la RAE). Me temo que Van Morrison acaba de entregar un disco antipático, vanidoso y pretencioso, que habría aligerado ínfulas con menos canciones, menos soflamas autocomplacientes y menos mala leche. No esperamos de él a estas alturas grandes obras maestras, pero tantas montañas ha subido antes el irlandés gruñón que cuesta horrores disculpar que ni siquiera se moleste ahora en escalar una modesta colina.

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