“Toni Erdmann”, de Mare Aden

Autor:

CINE

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“Una hermosa huella de lo humano en un escenario triste y anestesiado”

 

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“Toni Erdmann”
Mare Aden, 2016

 

Texto: JORDI REVERT.

 

Quizá para aprehender la naturaleza de “Toni Erdmann” haya que acudir a la naturaleza del gag, aunque el gag no sea aquí la constante como en el slapstick. Más bien funciona como un motor al ralentí, uno que amenaza con detenerse en cualquier momento pero sigue prolongándose indefinidamente. El gesto de su protagonista, transmutándose patética, insistentemente y a la menor ocasión en vampiro de tercera con unos colmillos postizos, se repite una y otra vez en las situaciones sociales más incómodas. Si, siguiendo lo apuntado por Manuel Garín, el gag es un elemento de juego que puede cuestionar el sentido de la narración, construir y destruir en la misma secuencia de imágenes, ese supuesto chiste se repite como forma erosiva que no parece construir ni destruir nada en particular. Pero entonces, ¿qué función cumple en la película de Mare Aden?

Ciertamente una que no salta a la vista. Hay algo de extrañamiento en esa persistencia que se formula en el seno de una puesta en escena deliberadamente despejada, casi vulgar. Quizá Àngel Quintana es quien mejor lo haya sintetizado al hablar de un pacto a contracorriente entre lo grotesco y lo naturalista. Una alianza extraña en la que pareciera que Aden intenta hacernos olvidar cualquier búsqueda de rasgos autorales y dirigir toda nuestra atención a ese único gesto que primero nos desconcierta, en algún momento nos divierte y en algún otro acaba resultando cansino.

Y lo cierto, es que el gag, desnaturalizado y hastiado, es síntoma y catalizador. Síntoma porque representa su agotamiento en un mundo en el que solo queda margen para el espejismo de la subversión que comporta, y no para la subversión real. Que el gag sea contextualizado en un ámbito de los negocios exasperantemente frío e impostado significa que este no es sino un estertor de lo humano esforzándose aún por abrirse paso en un mundo que ya apenas lo es. Winfried, alias Toni Erdmann –un Peter Simonischek magnífico, llevando naturalmente los límites de su interpretación a incómodas zonas−, es ese último resquicio que nos recuerda el azar y lo humano en el corazón de lo reglado.

Ahora, el mismo gag también acabará siendo catalizador. Catalizador de lo que a una escala mayor parece imposible, pero que no por ello deja de valer la pena: el rescate de una hija. Si ese mundo, simulado y cansado –algo que Aden refleja hasta en el sexo− ya no puede ser salvado, al menos recuperaremos las emociones primarias que se encuentran en el abrazo de un padre y su hija. Aunque el padre adopte la forma de ave gigante. Aunque la directora necesite embutir a su protagonista Sandra Hüller en un vestido demasiado apretado –y lo que sigue– para evidenciar una transformación final. “Toni Erdmann” es, pese a ello, una hermosa huella de lo humano en un escenario triste y anestesiado.

 

 

Anterior crítica de cine: “Loving”, de Jeff Nichols.

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