“Tiempo al tiempo”, de Hilario Camacho

Autor:

DISCOS

 

“Sus canciones son modélicas, su carrera nunca llegó a explotar”

 

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Hilario Camacho
“Tiempo al tiempo”
WARNER

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Siempre me he preguntado por qué Hilario Camacho no ha tenido el reconocimiento que se merecía. Madrileño de pro, serpenteante entre cantantes que han generado un culto, él nunca lo ha tenido. Para los conaisseurs, la lista de sus colaboraciones es impresionante: Vainica Doble, Moncho Alpuente, Cucharada… uff, compone la genial ‘La niña de los Montoya’ junto a  Pedro Ruy Blas. Esto entre los escondidos que no le han alzado ningún altar, pero es que ha prestado su talento también a Sabina, Luz Casal o Los Secretos. Y ni los más pequeños ni los que ya pueden actuar en estadios lo han acogido entre los suyos. El completo recopilatorio que se presenta a los diez años de su muerte sigue sin explicar por qué este olvido ya en vida. Y yo sigo sin entenderlo.

Quizás es que el toque final de sus canciones resultaba excesivamente propenso a la canción ligera, con un culmen en el ‘Tristeza de amor’ que sirvió de cabecera edulcorada a una serie de los 80, o que nunca desarrolló el talento del que parecía disponer y del que bebieron los grupos antes citados, pero el caso es que las canciones –hasta 22– que se presentan en el homenaje, más que una tercera vía representan un intento que no cuajó por tocar diversos estilos. Sus canciones son modélicas, su carrera nunca llegó a explotar.

De sus inicios en “canción del pueblo”, la respuesta castellana a la nova cançó, apenas quedan recuerdos, el primer éxito que se pone en danza es el ‘Los cuatro luceros’ de su primer disco que conserva esa ingenuidad tradicional, casi lorquiana, que pronto se va a ver sustituida por el regusto urbano de ‘Madrid amanece’, cercana al rock, con una guitarra pulida en su solo y cierto aire soul. Son los dos polos que conforman su producción: el atento a una mirada limpia, clara, y el fijado en el asfalto.

Hay algo medieval siempre en él –el instrumental ‘Verónica’ lo demuestra–, que se convierte en psicodelia moruna a la hora de afrontar ‘Arquitecto de sueños’ y en poesía tradicional en la transparente ‘Dolores’. También una querencia por la claridad que se desvela en las metáforas naturales de ‘Cuerpo de ola’ con aires del pop más puro, de lejanías casi tropicales en ‘Tú’ y ‘Lunático veneno’ o de bucolismo a lo Serrat en ‘El agua en sus cabellos’ con letra de Machado; pero también saxos nocturnos en ‘Negra noche’ –muy a lo Sabina, que le acompaña en la composición–, portales y amaneceres en ‘Final de viaje’ o un original ‘talking blues’ sobre las condiciones laborales en ‘Como todos los días’. También era capaz, fagocitando todo lo que se mueve, de meter unos coros swing en ‘Nicotina’ o de construir un bolero a lo tradicional en ‘Y todos duermen’.

Su sensibilidad siempre estaba alerta, era capaz de llamarse a Los Secretos y hacer una canción a su medida en ‘Una puerta cerrada’ o recrear con Pablo Guerrero ese extraño lirismo de ‘Volar es para los pájaros’. Su curiosidad le hacía buscar sonoridades y armonías más ricas que las de sus compañeros. Dejo muchísimos amigos de calado intenso, catalizó todo lo que pudo, que fue mucho –aunque son de esas cosas que nunca aparecen en los libros– y su más preciosa herencia fueron sus canciones, aún no valoradas en su medida justa, a la espera de reivindicarse.

Anterior crítica de discos: “Ilevitable”, de Ile.

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