“The Neon Demon”, de Nicolas Winding Refn

Autor:

CINE

 

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“En su último tramo, “The Neon Demon” llega a ser una experiencia tan desconcertante como hipnótica”

 

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“The Neon Demon”
Nicolas Winding Refn, 2016

 

Texto: JORDI REVERT.

 

 

La imagen que nos interpela. La imagen que se esfuerza por detener el tiempo, hacernos contemplarla, interiorizarla. Detrás, el autor que no decide contar, sino esculpir en ese tiempo que parece abolido en el cine contemporáneo, en el que la cascada de imágenes muere en la inercia y en el frenesí. Que en ese contexto una imagen pueda recuperar su estatus de expresión única y apelativa, capaz de proporcionar una experiencia sensorial pura en medio de la (general) anestesia, es una buena noticia.

En el momento que asumamos lo estéril de seguir planteando la dicotomía entre forma y fondo, aceptaremos todo el poder de esa imagen, comenzaremos a dialogar con la identidad que construye. Jesse (Elle Fanning) se adentra en la pasarela. Los cuerpos flotan en las penumbras, y un triángulo de neón se enfrenta al rostro de la protagonista para sugerir una transformación que derrumba los últimos bastiones de la inocencia y que se confirma cuando vemos a la protagonista besando su reflejo. Ese mundo que emerge de las sombras es un espacio en el que las líneas han dejado de existir para definir figuras y escenarios reconocibles. Es una zona franca donde nos quedamos despojados de certezas, desnudos y sumergidos en la deriva de los sentidos.

“The Neon Demon” es la sublimación de esa filosofía que otorga la máxima potestad expresiva a la imagen y minimiza su dimensión narrativa. El cine de Nicolas Winding Refn siempre ha perseguido ese poder de la imagen de abstraerse hasta el punto de violar la supuesta necesidad de su valor descriptivo para trascender el universo reconocible del relato. Es el paso a otra cosa, a una dimensión donde la densidad del tiempo es asfixiante y donde solo podemos abandonarnos a una imprevisible sinergia sensorial. En “Valhalla rising” (2009) la imagen se abstraía en un paisaje yermo, que quería remontar a un mundo anterior a lo humano. En “Solo Dios perdona” (“Only God forgives”, 2014), anunciaba el Apocalipsis de lo humano en medio del hastío. Aquí, la imagen se redimensiona en su condición devoradora, vampírica, ilustrada como cuento sobre la belleza y su cualidad depredadora, sobre la imposibilidad de preservar ya la inocencia.

En una secuencia tan aparentemente banal como clave para entender esa naturaleza, un reputado fotógrafo de moda se dirige con desdén al interés amoroso de la protagonista (Karl Glusman) para hacerle ver que la belleza lo es todo y que su creencia de que lo importante son las personas es, sencillamente, ridícula. El chico busca la complicidad de Jesse, pero esta se la deniega retirándose y poniendo de relieve hasta qué punto su visión romántica y bienintencionada ya no tiene lugar en un mundo obsesionado por la imagen, en el que la imagen misma domina y define nuestra experiencia de lo real. Nicolas Winding Refn ha llevado esa idea hasta la extenuación, hasta convertirla en pasto de códigos del cine de terror que flirtea sin complejos con Jacques Tourneur o el canibalismo. En su último tramo, “The Neon Demon” llega a ser una experiencia tan desconcertante como hipnótica. Un pulso fatal a la mortalidad sin miedo a la histeria, que en ningún caso merma el potencial arrollador de la invitación de la película a transitar los posibles infiernos de la imagen.

Anterior crítica de cine: “Animales fantásticos y dónde encontrarlos”, de David Yates.

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