“Piedras rulantes”, de Guillermo Rayo

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DISCOS

“Un disco con más retranca de la que parece, con canciones si no grandes si muy resultonas y con capacidad para sorprender y enamorar”

 

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Guillermo Rayo
“Piedras rulantes”
AUTOEDITADO

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Guillermo Rayo, actor, reportero, presentador de televisión, tocador de todos los palos y también cantante nos presenta con “Piedras rulantes”, un disco de pop español y de espíritu variado, con una base firme en las melodías que han conformado toda una manera de tratar las influencias inglesas y norteamericanas en nuestro país, pero a la vez con un intento de jugar, de experimentar y de llegar más allá. El límite es el propio concepto de canción. Así sucede en la que da título al conjunto y lo inicia, en que tras los primeros compases barrocos se dedica a recorrer muchos paisajes, entre ellos algunos muy cercanos –cuántos beben de ellos, acaso sin saberlo– a CRAG.

Y entonces aparece ‘Calle seducción’, con ruidos setenteros, de cuando se descubrió que las máquinas servían para la música ligera, y poco a poco se convierte en un himno guitarrero, con ladridos de perros al fondo. Se permite incluso cerrar el disco con dos caprichos de alto voltaje. ‘Amor versus quesus’, que no es más que una deconstrucción de la rumba de toda la vida, y ‘Amor extranjero’, un pasodoble canónico, deliberadamente rancio, con todos los tics del género –vientos que se balancean, paradas súbitas– que casi lo convierte en Angelillo. También aprovecha ‘Millonario’, una versión del ‘Nobody knows you’ de Jimmy Cox, antiguo cantautor de los años veinte, que quizás conocerán ustedes por las adaptaciones de Eric Clapton. Aquí se la dota de un tono de cabaret que le sienta a la perfección.

Porque el disco es más norteamericano que otra cosa, lo demuestran los dos blues seguidos que se encarnan en ‘Cementerio blues’ y ‘América’. El primero, indescifrable y variado, enredado en músicas populares cultas, irónicas a veces, ligeras, tétricas. El segundo, con un piano de jazz sofisticado. Un piano que se vuelve grandilocuente en ‘Absurdo televisor’, casi esa canción italiana que gritaba destrozos amorosos, pero aquí en contraste con un tema banal. De la misma forma que ‘Corazón catódico’ es un repaso exhaustivo a la programación de las cadenas, y exhausto, que sólo despliega nombres de programas, de los antiguos y de los de la basura. Incluso tira para los cantautores y adopta dejes de folksinger irónico y aires porteños en ‘El último poeta’ para concentrarse en esos cantautores. Muchos lo habían hecho, Aute el primero.

En definitiva, un disco con más retranca de la que parece, con canciones si no grandes sí muy resultonas y con capacidad para sorprender y enamorar. Bastante más de lo que ofrece el panorama actual.

 

 

Anterior crítica de discos: “Slingin’ rhythm”, de Wayne Hancock”.

 

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