“Technicolor” de Marlango

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DISCOS

“‘Technicolor’ se retrotrae a un cabaret de entreguerras, con susurros e imágenes en blanco y negro y una cantante que entretiene al público”

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Marlango
“Technicolor”
ALTAFONTE MUSIC

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Leonor Watling es una figura extraña en el mundo de los trabajos artísticos de este país. No por combinar facetas de actriz y de cantante —muchos otros lo hicieron, Ana Belén, Pepa Flores, Luis Tosar con Di Elas—, sino por el equilibrio, porque en ninguna de ellas parece superar los logros de la otra, porque en ambas actúa con igual coherencia y las resuelve con igual calidad. En cine, solo hace falta recordar —por ejemplo— el extraordinario papel secundario que tuvo en “Salvador”, donde sus ojos hablan más que sus labios. Como cantante, lleva la voz en Marlango y una carrera llena de aciertos y de estética irreprochable: canciones exquisitas llenas de delicadeza y vida.

Nos llega el último y nos damos cuenta de que aquí Marlango no ha hecho un disco, ha hecho una película; poco a poco, a medida que van discurriendo las canciones, van emergiendo imágenes. Incidiendo más en el espíritu jazzístico y selecto de sus anteriores discos, “Technicolor” se retrotrae a un cabaret de entreguerras, con susurros e imágenes en blanco y negro y una cantante que entretiene al público, sentado en mesitas bajas de mármol. No hablo de un sonido retro, ‘Gracias porvenir’ tiene incluso arreglos cercanos al rock, hablo del espíritu que se crea.

Gran parte de este espíritu se sostiene en un piano omnipresente. Desaparecen los instrumentos eléctricos y las teclas discurren con placidez acompañadas por leves presencias de cuerdas y vientos. Es muy significativo que al abrirse el disco, en ‘El beso robado’, se cree ambiente con unos susurros y un tarareo a media voz, aparezca de pronto el piano y este junto a la voz modelen una escena “belle epoque” en que Leonor seduce, enronquece, transmite pasado. La cantante de cabaret que ve una pareja radiante y se agota en buscar lo mismo.

Todo es pasado y todo es swing: calmado y doliente en ‘Un momento perfecto’ o pausado en ‘Poco a poco (la pena se va)’, con Coque Malla, donde casi se puede ver el humo y escuchar los hielos que tintinean. Nunca hay desgarro, en ‘Los desertores’ —introducida por violines— la visión del mundo desciende hasta la angustia, pero el estilo es cuidado y selecto y ‘Lo que no te digo’ calma unas bases instrumentales obsesivas con la dejadez elegante de los vientos.

El single está perfectamente escogido. Impactante y estremecedora, ‘El veneno’ habla de sentimientos que hacen enloquecer, de dulces violencias, de una seguridad en la demencia; pero no hay que desmerecer otra de las grandes —todas lo son— canciones: ‘Baila’, decadencia selecta, en que el uso de los vientos empuja los trazos sentimentales de un baile en el momento que todo se ha desvanecido. Marlango ha hecho, sin duda, uno de los discos del año, seguramente su mejor disco; pero este es mucho más que eso, han grabado una muestra de que cuando orfebrería y sentimiento van de la mano, se crea tanta belleza como emoción.

Anterior crítica de discos: “Tommy Lorente & La Cavalerie”, de Tommy Lorente.

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