“Solo en casa”, de Chris Columbus

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EL CINE QUE HAY QUE VER

 

 

“Facilona, sí. Sensiblera, mucho. Pero también divertida y, por momentos, brillante”

 

A escasos días de celebrar la Navidad, Héctor Gómez nos recuerda uno de los imbatibles de estas fiestas: “Solo en casa”. Época perfecta para sumergirse en el clásico de Chris Columbus protagonizado por Macaulay Culkin.

 

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“Solo en casa” (“Home alone”)
Chris Columbus, 1990

 

Texto: HÉCTOR GÓMEZ.

 

Si dentro de la cultura mainstream, el cine de la década de los 80 se había caracterizado por la proliferación de las películas de acción hiperbólica, los héroes musculados y el body count desenfrenado, al llegar el último decenio del siglo XX pareció instalarse dentro de la industria de Hollywood una mayor querencia por la comedia “para toda la familia”. La crisis económica de los años 90 mermó el poder adquisitivo de los jóvenes y puso en peligro la paga semanal de los adolescentes, y ahora el principal target de mercado se trasladó a los niños, que arrastraban consigo a sus padres a las salas de cine y eran además el principal objetivo de los lanzamientos en VHS.

Por otro lado, si al componente de comedia familiar le sumamos además el concepto de Navidad, tenemos entonces el producto comercial definitivo. Aunque estrenada en EE.UU. en noviembre de 1990 (y solo unas pocas semanas después en España), “Solo en casa” (“Home alone”, 1990) tiene el inconfundible aroma de película navideña, de esas que vienen a la memoria automáticamente cuando uno piensa en el árbol, la nieve y los villancicos. Y es que el filme dirigido por Chris Columbus tiene todos los componentes que se esperan en un producto familiar: un adorable (¿?) niño protagonista, ambientación navideña (esos colores verdes y rojos, esa nieve omnipresente), villanos ridículos, humor blanco, gags físicos y, especialmente, un sentimentalismo y una moralina que, de tan evidentes y facilones, resultan inquietantemente efectivos.

 

 

Porque no debemos pasar por alto que, aunque la película haya pasado a la historia en nuestra memoria colectiva principalmente gracias a Macaulay Culkin y, en menor medida, a su director Chris Columbus (firmante de guiones míticos de los 80 como el de “Los Goonies”, “Gremlins” o “El secreto de la pirámide”, y que posteriormente explotaría el filón de las family movies con “Sra. Doubtfire, papá de por vida” en 1993 antes de embarcarse con las dos primeras películas de la saga Harry “Potter”), el principal responsable de la cinta es su guionista y productor. Un tipo tan al margen de los libros de historia del cine como lo fue su cine, ninguneado y mirado de forma condescendiente por quienes veían en las películas para adolescentes un subproducto sobre el que no valía la pena volcar ni la más mínima reflexión.

Pero John Hughes (1950-2009), a diferencia de otros cineastas coetáneos, no vio a los adolescentes como volcanes de hormonas sin cerebro o carnaza para el serial killer de turno, sino que los retrató de una forma compleja, acercándose a sus verdaderos problemas y anhelos. El cine de John Hughes, desde la fundacional “Dieciséis velas” (1984) hasta “La mujer explosiva” (1985), “La chica de rosa” (1986) o “Una maravilla con clase” (1987), pasando por las míticas “El club de los cinco” (1985) o “Todo en un día” (1986) se caracterizó por ser un acercamiento realista y agridulce a una edad tan complicada como es la adolescencia. Sin embargo, el cambio de década y el impresionante éxito comercial de “Solo en casa” le llevaron por una inercia más acomodaticia y menos brillante, centrada además en su faceta como escritor y productor y abandonando, como en este caso, su trabajo tras la cámara.

“Solo en casa”, a diferencia de los anteriores trabajos de Hughes pensados para los adolescentes, es decididamente una película concebida para toda la familia, especialmente para los niños. Es por eso que tiene ese evidente envoltorio de cuento de Navidad, en el que la rabieta de un niño (se enfada con su hermano por haberse comido su pizza favorita) le lleva a desear que desaparezca toda su familia –un curioso reflejo especular del deseo de George Bailey en la también muy navideña “¡Qué bello es vivir!” (Frank Capra, 1939) –, deseo que acaba haciéndose realidad por culpa de un despiste que hace que toda la familia tome un avión destino París sin darse cuenta de que el pequeño Kevin (Macaulay Culkin) seguía castigado en el desván. Lo que viene después es el proceso esperable: Kevin se siente feliz por haber conseguido su sueño de independencia (su casa, inconmensurable, es ahora un mundo libre por explorar tanto como antes era un entorno asfixiante y castrador), para poco a poco darse cuenta de que lo verdaderamente importante no es la diversión, sino poder compartir y disfrutar los buenos momentos junto a tus seres queridos, cerrándose el lógico devenir dramático en la inevitable (y lacrimógena) reunificación familiar y la vuelta al statu quo. Por el camino, eso sí, este pequeño diablillo de nueve años (un Macaulay Culkin elevado para siempre a la categoría de niño-actor-juguete roto perpetuo) es capaz de acabar, por sí solo y gracias a su ingenio (y a los inagotables recursos logísticos de su mansión) con la amenaza de dos ladrones, Daniel Stern y Joe Pesci –este último se había estrenado ese año en “Uno de los nuestros” (Martin Scorsese, 1990), un papel en las antípodas del de Solo en casa– que tenían la intención de desvalijar la casa desocupada.

 

 

 

Recordada por algunos momentos puntuales, como el grito del aftershave, la figurita de bronce que todos derriban o la sucesión de gags físicos durante el asalto a la casa que copan todo el último tercio de la película y que recuerdan al estilo de los dibujos animados, “Solo en casa” no es, seguramente, el mejor filme escrito por Hughes (ni dirigido por Columbus), pero sí una cinta que aglutina los mejores ingredientes para que fuera (y siga siendo) una de las películas más populares de su tiempo, ideal además para ver una y otra vez en alguna de las múltiples reposiciones que en estas fechas seguro que se pueden encontrar. Facilona, sí. Sensiblera, mucho. Pero también divertida y, por momentos, brillante. Un magnífico ejemplo de cómo el cine familiar también puede encontrar su resquicio en medio de los análisis más sesudos.

 

 

Anterior entrega de El cine que hay que ver: “American psycho” (2000), de Mary Harron.

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