Ruido de fondo, de Sidecars

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DISCOS

«Un disco plagado de melodías atrayentes tratadas, en muchos casos, con guitarras en su punto justo de cocción»

 

Sidecars
Ruido de fondo
WARNER, 2020

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Si de algo se puede tachar al disco de Sidecars es de estar plagado de melodías atrayentes y de tratarlas, en muchos de los once temas, con guitarras en su punto justo de cocción. El mejor ejemplo se halla al abrir el disco: “Mundo imperfecto”, la que parece ser una bienvenida a compañeros de profesión, en la que se les pide que no cejen, que se abran camino. Ellos lo han hecho, desde el 2006 fundacional hasta llegar a este sexto elepé. Y han transitado por muchos caminos, desde el del pop nacional en un espectro que cubre desde Tequila a Pereza hasta Tom Petty, pasando por la cohorte de cantautores eléctricos. Estas han sido sus influencias, que parecen recoger casi al completo en este Ruido de fondo producido por Nigel Walker.

Un disco que ha seguido, como casi todos los que saldrán este año, las peripecias de la pandemia en su proceso de grabación, y al que le van muy bien esos medio tiempos que son “Garabatos” con su punteo de guitarra al final o el resultón “Galaxia”, un beatus ille en el que el mundanal ruido de Madrid se ve con una mezcla de angustia y deseos de escapar. Ambos son animosos y llenos de empuje. Como también le sienta muy bien “Looping star”, con su slide y su aire de americana.

Y sienta bien asimismo esa esencia pop de “Detrás de los focos”, sobre todo por ese trenzado de coros impresionante para cerrar el crescendo. No escapan de dar un recuerdo a los 80: “Golpe de suerte” tiene mucho de Leiva —productor de sus dos primeros discos, y hermano de Juancho—, pero también un inicio con los acordes del “Nada más”, de Mamá, y después toda la imaginería del grupo de José María Granados.

La que titula el disco domina melodías y estribillos, pero también los embates constantes de slide, para encarar la historia de una ruptura amorosa, entre la balada a los 70 y la energía de un grupo pop. O casi rock, como sucede en “Voyeur”, la que cierra el disco, el más puro ejercicio de música callejera, de rock de garito, con sus guitarras a lo Rolling Stones.

Pero, sobre todo, la canción más sorprendente, por lo original en ellos y porque simplemente es una delicia, es “La noche en calma”, una nana escrita a un adulto que no puede dormir. Serena y sensible, logra escapar de la cursilería y entrar en el terreno de lo maravilloso.

Sidecars son buen gusto y elegancia, son clásicos y deudores de una tradición, pero con voz personal, son tan completos y brillantes como este disco.

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