Revólver, rock con clase

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EntrevistaRevólver, rock con clase

Carlos Goñi tiene nuevo disco, 21 gramos, una obra de elegante y sincero rock adulto grabada prácticamente en solitario a lo largo de ocho meses. Un disco en el que el músico alicantino introduce sutiles arreglos de cuerdas y vientos que dan nuevos bríos a lo que es su propia identidad, su propio sonido, definido por cerca de 20 años grabando bajo la marca Revólver. Aunque recordemos que antes, en los años 80, Goñi estuvo al frente de Garage y Comité Cisne.

 

Texto: JUAN PUCHADES.

 

Charlamos con Carlos Goñi sobre su nuevo álbum, 21 gramos, en un descanso de los ensayos de su nueva gira, que está preparando, como es habitual, en Mojave, el estudio de grabación que se construyó en La Eliana (Valencia), hace unos siete años. “La verdad es que fue una gran idea montarlo. Nos costó casi dos giras, porque fue una inversión fuerte, sin saber qué iba a pasar. Afortunadamente lo hicimos cuando todo iba muy bien en lo referente a la industria musical y siempre pensamos, bueno, por si alguna vez va mal. Y mira por donde, es lo que ahora me permite grabar discos con calidad”.

Porque hay que decir que el tuyo es un pedazo de estudio, no el típico casero.
Hombre, técnicamente a lo mejor hay cinco estudios mejor que este. Pero no es algo que diga yo, es una cuestión de que la mesa que tengo en el estudio, en España hay tres.

¿Has vuelto a vivir a Valencia?
Sí, porque este álbum quería grabarlo de una forma completamente distinta, no era la forma habitual de grabar, de hacer la maqueta y cuando ya lo tienes todo claro te vas al estudio y lo grabas. Y no se ha grabado así para nada, jamás había grabado un disco como éste.

¿Cómo ha sido?
Pues he estado ocho meses grabando. No tenía fuerza para meterme mes y medio con una banda en el estudio. Necesitaba hacerlo de otra manera, con la calma de estar yo solo y de decidir a última hora del día si este tema me valía o no me valía. Y para trabajar así te las tienes que ventilar tú, no hay banda que resista estar cinco meses grabando.

¿Y cómo has ido trabajando, sin maquetas, construyendo las canciones como un puzzle?
Exactamente, no hay maquetas de ningún tipo, tal y como tenía los apuntes de las canciones, empezaba a grabarlas y les iba dando forma y cuando ya tenía más o menos clara la batería, Julián [Nemesio] grababa, luego me quedaba yo solo en el estudio grabando guitarras, bajo, percusión, teclados, coro, todo. Todo lo demás.

Sí, porque hay que decir que en este disco ejerces, más que nunca, de multiinstrumentista.
Sí, porque yo metía las guitarras, las voces, las armónicas. Pero esta vez he metido también el bajo, algunos teclados, todos los arreglos de cuerda, los de metal, percusiones, muchos grooves. Me lo he pasado muy bien, ha sido de los discos con los que mejor me lo he pasado en toda mi vida.

¿Sí?

Sí, exceptuando a lo mejor, por una cosa de sueño, el disco que grabé en Los Ángeles [Calle Mayor, 1996], pero a nivel de lo que ha sido pasarlo bien grabando, quitando algunos días que he de reconocer que acababa con una depresión que no veas, diciendo así no es, así no es. Otros días, a lo mejor tenía una canción terminada del todo, completamente, con casi setenta pistas, y pensaba que estaba maravillosa. Volvía a mi casa, cenaba, me acostaba y al levantarme venía aquí, la escuchaba y pensaba esto es una mierda. La tiraba abajo por completo y empezaba de nuevo otra vez. Esas cosas, tal y como está el mercado musical son impensables porque económicamente no hay presupuesto que lo aguante. Pero estoy muy contento, muy satisfecho con el resultado.

¿En esas sesiones de grabación, estabas tú solo, con el técnico?
Sí, así es. Incluso algunos de los arreglos que al final se quedaron en algunas canciones, no estaba el ingeniero, los hice yo solo, luego los pasamos a la mezcla.

¿Y no es un poco duro grabar de este modo, de una manera tan solitaria? Porque la imagen que tenemos es la del grupo, algo más colectivo.
En mi caso nunca ha sido excesivamente colectivo, porque yo canto, escribo, produzco y arreglo. Siempre ha sido así, pero esta vez ha sido puramente necesidad de querer hacerlo yo, pero no por nada, simplemente por pura satisfacción y porque, bueno, al final, siempre digo lo mismo, yo no soy el más listo de la clase, pero he tenido la fortuna de trabajar con algunos de los mejores productores e ingenieros del mundo y he intentado aprender todo lo que he podido. Después de llevar 30 años en la música esto era algo que me podía permitir, era como un derecho que me había ganado.

Ocho meses, casi ha sido un parto.
[Risas] Incluso algo más… Estuve ocho meses grabando y como mes y medio mezclando.

Lo que cuentas, tiene algo de currante: levantarte todas las mañanas y salir de casa a hacer tu trabajo, ¿no?
Sí, pero a mí me divierte mucho. No sé lo que buscarán las nuevas generaciones, pero para mí la fortuna no es conseguir un éxito –que por supuesto, desde luego–, la fortuna es levantarte por la mañana y que lo que tengas que hacer sea coger tu guitarra. Ésa es la verdadera fortuna. Yo soy músico no por tener un avión, sino porque lo que quiero es hacer música. Si me puedo levantar por la mañana y tengo la suerte de decir, “no, empiezo otra vez desde cero”, porque no tengo que estar sujeto a un presupuesto, eso es una gozada, es pura creatividad.

Supongo que con este sistema el disfrute será distinto a aquello de “hoy entramos en el estudio y tenemos quince días o un mes para salir con un disco bajo el brazo”.
Cuando empiezas es menos problemático, porque normalmente te has tirado no sé cuánto tiempo con tu banda en el ensayo y cuando llegas al estudio tienes una idea nada más, aparte de que cuando empiezas tampoco sabes tanto para poder plantear canciones con dos o tres orientaciones diferentes. Además en mi caso, que siempre basculo entre la parte acústica y la parte eléctrica, cualquier canción la puedo llevar a cualquiera de los dos sitios y cualquiera me vale. Ésa es una decisión que normalmente, hasta este álbum, siempre tomaba mientras estaba maquetando, es decir, “esto va a ser así”, y cuando llegas al estudio lo haces. Lo que pasa es que esta vez he decidido en cada tema si me quedaba con la parte acústica o con la eléctrica, pero viendo el resultado final, no he tenido que apostar por una de las dos, que es lo normal.

¿Ibas trabajando en varios temas al mismo tiempo o ibas uno a uno, hasta que estuviera acabado?
A nivel de lo que era grabar, sí, tema a tema. Lo hice en dos tandas, una de siete temas y una de ocho. Y lo que hice fue, una vez que tenía grabadas las baterías de los siete temas, a partir de ahí, no grababa el bajo de los siete temas, sino que hasta que no terminaba un tema, no pasaba al siguiente. Por una cuestión sencilla, porque no quería repetir recursos, prefería dedicarme exclusivamente a una canción. Ha habido canciones que las acababa en tres o cuatro días, pero con otros he estado tres semanas hasta hacerlas exactamente como quería.

¿Tú que eres guitarrista, te has sentido a gusto como bajista?
Lo que pasa es que, de nuevo, tengo la fortuna de haber tocado con excelentes bajistas y si quieres aprender, puedes aprender, todo es cuestión de querer, y de preguntar. Lo que está claro es que tardaba más que cualquier bajista. Igual tardaba un día en meter el bajo, pero me lo tomaba con muchísima calma, y con muy buen sonido porque tenía un par de bajos estupendos y unos previos de mucha calidad con lo cual era bastante fácil encontrar el sonido.

¿Había algo de apetencia personal en no llamar a un bajista?
Sí, porque es un instrumento que me encanta. Pero el asunto sobre todo es que había dos cosas que confluían, por ser sincero, quería hacerlo con la tranquilidad que tiene uno cuando está haciendo las maquetas, tú solo, tranquilamente y sin que nadie te incordie demasiado, que es lo que hacemos todos cuando hacemos las maquetas. Estaba intentando encontrar esa tranquilidad, con la diferencia de que no es una maqueta, es un disco. Y lo repites todas las veces que quieres y llegas a las conclusiones que quieres.

¿Cómo has trabajado las orquestaciones, que tienen mucha presencia en el disco?
De nuevo, con mucha calma. Evidentemente son samplers, pero cuando suenan veinte violines, no es un pista que haga que suenen los veinte violines, son veinte pistas.

¿Veinte violines doblados, para entendernos?
Sí, y eso hace que suene diferente, porque no suena a un par de teclados y ya está, hay un trabajo de muchos días, de orquestarlo, armonizarlo y grabarlo.

¿Pensaste desde el primer momento, cuando comenzaste a diseñar el disco, que iba a llevar tantas orquestaciones?
Lo tenía clarísimo. El único motivo por el que no grabé cuerdas de verdad fue por presupuesto, pero lo tenía claro desde el primer momento.

¿Manejabas tú esos teclados?
Grabé las partes más fáciles de las cuerdas, los chelos, en algún que otro temas sí que grabé más cosas. Pero yo lo que hice fue escribirlo todo y cuando vino el teclista lo grabó y también tocó él todos los pianos, yo los pianos no los grabo ni loco. Yo hice las partes digamos más facilitas.


EL OFICIO DE ESCRIBIR

Tus letras siempre dan la apariencia de tener mucho trabajo detrás.
Especialmente en este álbum, en el que hay una matiz, creo que importante en referencia a los demás álbumes, es la primera vez que hago un disco en el que no hay una sola historia con caras, que es una cosa habitual en todos los discos de Revólver, en los que hay historias en las que hay personajes a los que les ocurren cosas, y en este álbum no es así. Parece que hablo de mí pero no de mí al que le dejan, o el que deja y va haciendo el “bandarra”, era algo más interno, por decirlo de alguna manera.

Quizás la historia más narrativa es la de “El canal”.
Sí, ésa es la historia más narrativa, en la que hablo de cuando éramos niños, tampoco es exactamente autobiográfica, porque como decía Asimov, no importa cuánto haya de autobiográfico y cuánto de ficción, siempre hay un poco de las dos cosas.

Esa canción enlaza casi con “El dorado”, los viejos tiempos y la persecución de los sueños.
No lo había visto así, pero sí, es un poco querer largarte de ahí, porque es cierto que yo en Alicante, durante muchos años, no viví en el mejor barrio del mundo. Un barrio muy barrio. Recuerdo la imagen ésa de juntarnos los chavales, cuando éramos muy críos y cuando todavía se podía andar por la calle tranquilamente hasta la nueve de la noche y no pasaba nada y estar hablando de qué queríamos hacer cuando fuéramos mayores.

Los sueños entendidos como la huida.

Sí, yo recuerdo que lo que más nos importaba a todos era largarnos de allí.

Estamos hablando de letras, pero ¿cómo sueles escribir tus canciones, partes de una letra y le buscas una melodía o al revés?
Hace ya unos años que lo que hago es escribir textos por un lado y melodías por otro. Durante todo el año voy tomando apuntes, notas, y todo eso va a parar a una caja, y por otro lado tengo minidiscs con arreglos y melodías, en este caso tenía como doce de ellos llenos de apuntes. Eso está por un lado y ahí voy volcando todo. Esta vez el cajón de las letras estaba lleno hasta arriba de apuntes de letras, de trozos de textos, de estrofas o de estribillos. Hay un momento en el que decido que me voy a arrancar a trabajar en lo que es escribir y lo que hago es ponerme esos dos cajones uno al lado del otro y comienzo a sacar todo lo que tengo, y una vez salen de una manera y otras de otra. Siempre lo he hecho así. De la misma manera que hay canciones que salen enteras y otras que tienes la música y no le encuentras una letra ni “pa’tras”. Ahora me han sobrado un montón de letras y me han sobrado un montón de músicas, pero no he sido capaz de encontrar el maridaje entre ellas. Pero no es la primera vez que me ha ocurrido, cuando hice “Esperando mi tren”, que la grabé en el año 94, para Eldorado, tuve cinco años la primera estrofa con la música, lo que es la primera parte de la canción, la que hago yo solo hasta que entra la banda, eso lo tuve cinco años, y no había manera de que eso siguiera para adelante. Hasta que un día, cinco años después, tiró para adelante.

¿Y salen de leer el periódico, de ver una peli…?
Hay de todo, de estar charlando con tu mujer, de salir a tomar un café, de asomarte a la ventana, de hablar con alguien… y se abre la espita. A todos nos pasa igual, a veces con una gota de algo es suficiente. No es que sea suficiente, es que eso en realidad te tira, es como un ovillo de lana, ves la puntita, estiras y sale todo. A veces ocurre así. Otras veces es al revés, te ha salido todo de corrido y te falta rematarla. En realidad, funciona de la forma más anárquica.

En este nuevo disco, le das nuevas vueltas a los asuntos amorosos, buscando otros puntos de vista, pero es como un clásico, ¿no?
Sí, pero si cogiéramos las letras de todos, al final, mejor o pero, es uno de los grandes temas. No a lo mejor tanto el amor en sí, como la relación entre las personas, que es imposible dejarlo al margen. Si tuviera que remarcar letras de este álbum, creo una canción como “Todos somos capitanes”, si no es la mejor letra que he escrito en mi vida, le debe faltar poco. O “Tiempo pequeño”, nunca creí que se me ocurriera escribir una canción que habla de celos, pero no de celos normales, sino de celos de cuando tú no existías como pareja de la otra persona, celos de cuando tú no eras nadie en su vida todavía. Las mujeres, como son mucho más inteligentes, no entenderán que los hombres tengamos estos celos, pero según hablo con más amigos, es relativamente habitual.

Nosotros somos algo más primarios.
Particularmente lo creo así.

Es una letra muy intensa, y la habéis elegido como primer single, bueno, como primer vídeo, que ya no existe el single…
[Risas.] Es verdad, pero anda que yo cuando hablo del disco tengo que decir “el trabajo”, “el proyecto”… al final no sabes cómo llamarlo.

Volviendo a “Tiempo pequeño”, ¿eres de los que mueren de celos?
Sí, sí, sí lo soy. Soy bastante celoso. He de reconocerlo, seré más primario que los demás, y soy bastante celoso. Pero no posesivo, no soy nada posesivo, todo lo contrario, pero soy celoso. Afortunadamente estoy enamoradísimo de mi mujer hace quince años y lo vivo con bastante pasión y no creo que el tiempo vaya matando la pasión y se convierta en otra cosa. Vamos, si quieres no se convierte en otra cosa. Elegí ese tema como single porque me parecía de los más distintos… Normalmente los músicos acabamos pensando que nuestro álbum último siempre es más distinto de lo que luego vosotros los periodistas o el propio público comprobáis, creo que nosotros pensamos que es muy distinto hasta que vosotros lo oís y decís “pues no es tan distinto”. Eso me parece que nos sucede a todos los músicos.

OTROS AIRES

Antes te habías aproximado al bolero, o al fado y aquí sigues probando ritmos, ahora un poco fronterizos, de la frontera entre Estados Unidos y México. ¿Cómo te ha dado por esos aires de la frontera?
Siempre me han gustado mucho. ¿Sabes qué pasa? Que me gustan muchas músicas distintas, escucho mucha música de raíz, y tengo un proyecto ahí que cuando acabe con la gira esta casi seguro que me voy a meter en un berenjenal, por el que tengo una ilusión tremenda, pero ya llegará. Pero la música creo que es un terreno… es que es como ponerle puertas al campo, yo siempre he defendido la multiculturalidad y pienso que la mezcla nos enrique a todos. De la misma manera sería ridículo no pensar eso con la música, cuando alguien me dice, “es que eso es un fado y aquello un bolero”… ¿Y qué? Si tuviéramos que ponerle barreras a la música, apaga, y vámonos. Ya tenemos suficiente con las aduanas físicas.

Eso también lo dan los años, porque al principio está aquello de la identidad y la intensidad rockera…
Claro, porque luego te quitas prejuicios. Hay una canción que siempre me ha matado, “Sabor a mí”, me gusta mucho esa canción, y en la última gira de teatros, estaba un día intentando tocarla en el camerino, y llegó Cuco [Pérez], el acordeonista, y me dijo, “¿por qué no la tocamos?” Le dije, “no jodas, tío”. “¿No jodas qué? Si la sabes y te mola”. Y le dije, “mira, pues llevas razón”. Salimos y la tocamos y tuve que hacerla todos los días porque se convirtió en una especie de clásico durante toda la gira, nos lo pasábamos tremendo y a la gente le encantaba. Lo que pasa es que hay como un estereotipo o una cierta imagen que no te permite meterte a veces en esos jardines. Pero una vez que lo superas, y yo el mes que viene cumpliré 47 años, la verdad es que pocas cosas me pueden afectar a la hora de decir hago esto o hago lo otro.

¿Pero uno sigue teniendo, a pesar de las músicas a las que se pueda aproximar, esa condición interna de músico de rock?
Sí, claro, lo que sigo escuchando es mucho blues, mucho rock… bueno, he de reconocer que rock últimamente menos, oigo poco rock, porque hace unos nueve meses descubrí un jazz que me gustaba, cosa que llevaba intentándolo toda la vida.

¿Qué jazz es ése?
Pues por ejemplo un tipo que se llama Bill Evans, yo no sabía de este hombre, o de Art Pepper, y algunos cuantos más. Me he ido metiendo ahí. De repente un día dije no puede ser… yo puedo entender que alguien diga no me gusta la uva, pero no conozco a nadie que diga no me gusta la fruta, no, eso es ridículo. Y con esto fue un poco lo mismo, si entras por el A love supreme de Coltrane, pues lo normal es que no te guste el jazz, o coges un poco más de cultura o no entiendes nada la primera vez que lo oyes. Pero cuando te apetece intentarlo, lo acabas encontrando y vas creciendo. Lo descubrí un día que me iba a correr por las mañana, aquí en invierno con su neblina, y me dije pues cada día voy a ver qué pasa… Joder, macho, de repente descubrí el cielo, porque me iba a correr todavía de noche y me ponía cualquier disco de estos de los grandes…

¿Corrías escuchando jazz?
Sí, el invierno pasado lo recordaré como una de las cosas más bonitas que me han pasado en la vida. Porque alucinaba, era como dejarte llevar y estar en trance escuchando a cinco tíos que tocaban para ti en un club pequeño, era algo así. Fue un momento divino.

¿Has trasladado algo de esas influencias jazzísticas al disco?
Bueno, he notado que he aprendido mucho a nivel de armonía que luego, a la hora de preparar los arreglos del disco, que no tiene nada que ver con el jazz, sí me he dado cuenta que adónde quería llegar, llegaba de una manera bastante más fácil y podía cruzar tres melodías detrás de la voz haciendo arreglos diferentes y funcionaba y estaba bien. En eso sí que lo he notado. Pero el rock me sigue gustando mucho, cómo no, lo que pasa es que, digamos, que al final en el iPod siempre tengo unos cuantos discos de esos de Lou Reed, de Bowie, un par de Springsteen, algún otro par de Dylan… Es como que hay unos cuantos discos que los llevo conmigo. Y son los que al final acabo escuchando y me digo ¡si es que lo que me gusta es Van Morrison y Doctor John! Tipos que siguen haciendo canciones. Particularmente, ahora, si quiero encontrar algo de la energía que encontraba, por decir algo, en los primeros discos de Police, o cuando salió Bryan Adams, si quiero encontrar algo de eso hoy en día, sólo lo logro encontrar en algunos discos concretos de hip-hop, porque esa gente sí que está sacando la mala leche que salía con el rock antes. Soy un consumidor de música bestial, me compro más de veinte discos al mes. En mi casa, los discos y los libros no entran dentro de la paga semanal, los pago yo.

Antes hablabas del iPod, y de cómo llamarle a tu nuevo disco. ¿Estamos perdiendo algo con la desaparición del formato?
Sí, pero esto es como es. Esto va hacia donde va y cuanto antes lo entendamos, mejor para todos. Al final serán plataformas a las que te podrás conectar y podrás escuchar en línea y si te gusta un álbum imagino que las compañías acabarán por hacer, si todavía siguen vivas, álbumes que te cuesten 50 euros pero que vayan con un CD, un DVD, un libro y no sé cuántas fotos… y que sea una edición limitadísima de 5.000 copias.

¿No te has apuntado a esta vena nostálgica por el vinilo?

Pues no, tengo mi plato en perfectas condiciones y es verdad que, definitivamente, el vinilo suena mejor que el CD, eso es así. Pero el CD da comodidad, y escucho mucha música en el iPod porque me paso la vida por ahí fuera y me resulta muy fácil llevarlo. Pero a mí, que comprimo muy poquito la música para el iPod, una canción me pesa seis megas, en CD pesa 60. Y los chavales comprimen más, estamos hablando que una canción suena quince veces peor. Luego, claro, escuchas esto de la gente que oye música en el móvil, llego yo a la compañía a pedirles más dinero para grabar y me dicen que para qué. Lo que me preocupa es que dentro de poco los discos españoles volverán a sonar tan mal como sonaban en los años 80 y volveremos a decir que molan más los discos americanos porque suenan de puta madre y los nuestros no. Pero el iPod es uno de los grandes inventos del siglo, puedo llevar 150 álbumes en el bolsillo y eso es una maravilla, las cosas como son, es una pasada. Pero, claro, se podría hacer de una manera legal, sin tener que joder a nadie, pero me parece un gran invento.

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