Quique González, cantar hasta que duela

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«No estoy al cien por cien, pero voy a dar el cien por cien de lo que tengo»

Después de un año y medio sin tocar, Quique González ha regresado a los escenarios en una pequeña gira veraniega que ha coincidido con un mal momento de salud. En el concierto que ofreció en el Huercasa Country Festival de Riaza estuvo Arancha Moreno. 

 

 

Quique González
Huercasa Country Festival, Riaza (Segovia)
5 de julio de 2019

 

Texto: ARANCHA MORENO.
Fotos: J. PEREA.

 

Una llamada de teléfono del Huercasa Country Festival logró romper el silencio de Quique González. Llevaba un año y medio alejado de los escenarios, viviendo y dando forma a su próximo disco. Los organizadores del festival de Riaza estaban deseando invitarle a tocar, y él, que el año pasado había acudido como espectador, en esta ocasión decidió saltar del césped al escenario. Reactivó a su vieja banda y, para sustituir a tres de sus detectives (los Morgan Nina y David, y Edu Ortega), llamó a Álex Muñoz (habitual en la escena de Nashville) como refuerzo en la cuerdas y a Raúl Bernal (miembro de Dolorosa y teclista de Lapido y 091) para encargarse de los teclados y el acordeón. Su experiencia, su entusiasmo y un par de semanas de ensayos les valieron para echar a rodar con el madrileño. Ellos, junto a Pepo López (guitarra), Edu Olmedo (batería) y “Boli” Climent (bajo) le acompañarían en una breve gira veraniega de solo seis fechas. Días antes de iniciarla, Quique nos reveló sus planes: «Me gusta que haya un poco de todo. Sorpresas, canciones de siempre, canciones que no hemos tocado nunca o que hace mucho tiempo que no hemos tocado. Creo que va a estar chulo».

Musicalmente todo estaba a punto, pero a Quique le falló algún cable interno. Tenía tres conciertos prácticamente consecutivos en Torrelavega, Riaza y Murcia, y cuando se estrenó en Cantabria forzó demasiado la máquina. Pasó un día y medio peleando por recuperarse para estar en plenas facultades, pero en cuanto salió al escenario del Huercasa mostró las cartas boca arriba: estaba enfermo. «No estoy al cien por cien, pero voy a dar el cien por cien de lo que tengo», dijo. El último día y medio le habían cuidado como nunca para poder llegar hasta allí, y él quería estar. Aunque tuviese que mezclar fuego y gasolina, como canta en “La fábrica”. Su público lo entendió y le respondió con aplausos.

“Se estrechan en el corazón” fue el despegue de un viaje por sus discos, en el que efectivamente hubo sorpresas. Cuánto tiempo sin escuchar la alegre brisa de “Fiesta de la luna llena”, de Pájaros mojados. En la última gira -si no nos falla la memoria-tampoco salía a la palestra “Caminando en círculos”, de su lejano Ajuste de cuentas. “Sangre en el marcador” parecía más autobiográfica que nunca, a juzgar por su expresión al cantar aquello de “te juro que estoy mejor” entre trallazos eléctricos. “Pájaros mojados” sonó decididamente country empujada por el pedal steel de Álex Muñoz, que también centelléo en una “Kamikazes enamorados” que se fue electrificando poco a poco. Quique empezó a cantarla con dificultad, pero Pepo, fiel escudero, le acompañó en el tramo final, respaldándole en las voces en un verso que no parecía accidental: «No es imposible». Su cruce de miradas cómplices hablaba por sí solo.

«Ahora puede soltar las cuerdas y coger la armónica con las manos, y gastar en ella sus últimos suspiros antes de lanzársela al público»

En Riaza, Quique fue más libre que nunca, pero también prisionero. El espíritu del festival encajaba perfectamente con su música de raíz americana y tenía la banda perfecta para oscilar entre la electricidad que empapó “Miss camiseta mojada” y el exquisito country de “Te lo dije”. El rock eléctrico le robó más de una dolorida sonrisa en “Tenía que decírtelo”, aupada por los teclados de Raúl Bernal. Y no tener que ceñirse a presentar un nuevo disco le dio cancha para poder revisar cada etapa del camino y conformar un repertorio distinto. La siempre celebrada “Salitre” emocionó a un equipo de invitados VIP con sospechosa pinta de jugadores de baloncesto en una versión hija del mismísimo Lou Reed. También conmovió la más antigua del repertorio, “Conserjes de noche”, que creció desde su guitarra acústica para desprender fuego eléctrico, con un Raúl Bernal a los teclados que cualquiera diría que llevaba mucho tiempo deseando tocar esa canción. Cuando la tocaba en los viejos tiempos y los escenarios eran más pequeños, Quique solía colgarse la armónica al cuello para poder combinarla con la guitarra. Ahora puede soltar las cuerdas y coger la armónica con las manos, y gastar en ella sus últimos suspiros antes de lanzársela al público.

Pero durante la hora y media que duró su concierto, Quique también se sintió atrapado por sus dolencias. Esa noche no pudo gritar esos “ejércitos del rock rompiendo filas” con el ahínco que suele hacerlo cuando canta “Dallas Memphis”. Tampoco pudo regalar algún bis después del último cartucho, que fue “Vidas cruzadas”. A pesar de todo, su banda le arropó con fuerza desde todos los frentes, y el público no dejó de animarle durante el concierto. Él lo agradeció “más que nunca” y se despidió deseando lo mismo que al principio: «Espero que hayáis sentido que os he dado todo lo que tenía, porque no tenía nada más».

 

«Quique no ha podido llegar a Murcia, aunque quiso. Se rompió entre los escenarios de Torrelavega y Riaza»

El esfuerzo le pasó factura: tuvo que cancelar el concierto que tenía previsto en Las Noches del Malecón de Murcia al día siguiente. Su oficina informó que padecía un proceso infeccioso inflamatorio que le había provoado una afonía intensa, y él quiso disculparse personalmente a través de sus redes sociales: «Siento muchísimo tener que cancelar el concierto de esta noche en Murcia. Me hice daño al final del estreno en Torrelavega y la acumulación de cansancio y la infección de los últimos días me hizo llegar al límite ayer en Huercasa. No pude estar al 100% y mi voz ha dicho basta y no puedo estar en plenitud de condiciones. Es la primera vez que suspendo un concierto por este motivo y me siento fatal por todos los que estabais esperando el show (…)».

Quique no ha podido llegar a Murcia, aunque quiso. Se rompió entre los escenarios de Torrelavega y Riaza. En el último insistió que iba a dar todo lo que estuviese en su mano, y lo hizo. Aún conservo en la retina el momento en el que abandonó la guitarra y se aferró al micrófono para cantar “Pequeño rock and roll” a pulmón. Esta vez se dejó ese maravilloso verso calamariano que suele incluir a mitad de canción –«mi vida fuimos a volar/ en un solo paracaídas (…)»-, pero se dejó algo mucho más importante: la voz y la garganta. Podría haberse saltado esa parte del guion sin que el público lo notase, pero él optó una vez más por el camino más difícil. Esa oscura madrugada de sábado en Riaza, Quique González no esquivó el dolor.

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