Que me parta un rayo. La mirada eléctrica de Christina Rosenvinge, de Carlos H. Vázquez

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«No decepciona, desde el prólogo de Guille Mostaza hasta la discografía final, pasando por toda la compilación que organiza de manera magistral su autor»

 

Carlos H. Vázquez
Que me parta un rayo. La mirada eléctrica de Christina Rosenvinge
EFE EME, 2023

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Recuerdo el primer disco que me compré, tras volver de ese año en el que el Estado se comprometía a hacerte un hombre sin conseguirlo nunca —por exceso o por defecto—. Ya habíamos dejado atrás los ochenta y un servidor, embarcado más de la mitad del tiempo, se había perdido el fin de la década y el principio de la siguiente, así que el cable que me conectaba con la música se había desenchufado y, al apretar la clavija de nuevo, no sabía lo que me iba a encontrar. Lo cierto es que apenas nada, si miran los primeros noventa, el vacío era cósmico. Pero de golpe empecé a escuchar unas canciones que eran duras y tiernas a la vez, letras llenas de imágenes desacostumbradas e imaginativas trenzadas por una voz sencilla y creíble. Yo quería ese disco, yo necesitaba ese disco, necesitaba otra vez la música.

Así que cuando la colección Elepé de Efe Eme anunció que su próximo volumen versaba sobre Que me parta un rayo, de Christina y los Subterráneos, quise hacerme el primero con la edición, igual que lo había querido con el disco. Y no decepciona, desde el prólogo de Guille Mostaza —que lo señala como un álbum generacional, canciones de dramas de película con melodías alegres—, hasta la completa discografía final, pasando por toda la compilación que organiza de manera magistral su autor, Carlos H. Vázquez.

Hay una pequeña introducción, en la que vemos a Christina entrar en uno de esos grupos que despertaban constantemente en la época de la nueva ola —Ella y los Neumáticos—, cuando aún estaba en segundo de BUP. Madrid era entonces un pueblo y cualquiera que fuese espabilado tenía su banda. Pasa después por los efímeros Magia Blanca y los exitosos —y talentosos, hay que decirlo— Álex y Christina. Recordemos, para llegar a la siguiente estación, que en la época no había mujeres rockeras. Estaban Aurora Beltrán, Mercedes Ferrer y pocas más.

Esto viene a cuento, porque cuando Christina Rosenvinge decide hacer algo menos amable y más eléctrico, cuando decide que sus influencias van a ser Dylan y Lou Reed, la colección de «noes» que le sueltan en las discográficas es de antología. Pero la cabeza de Christina sigue trabajando en silencio. En un concierto de Luz Casal escucha cómo la cantante gallega interpreta “No me importa nada”, ve que Pancho Varona está detrás y decide que quiere que le ayude a perfilar sus canciones. Por esa vía conoce a Joaquín Sabina, que se ofrece a financiarle el disco, pero, al final, no es necesario.

Durante un año, se instala con Ray Loriga en una casita de Las Rozas para trabajar las canciones y, una vez que son aceptadas por la discográfica, se monta un grupo con los músicos de Sabina. A partir de este momento, pasamos a la grabación, a la presencia de Steve «Barney» Chease como ingeniero de sonido —nadie recuerda si fue impuesto o no—, a las colaboraciones, a las influencias, a la portada que, cansada de que no saliera a su gusto, encarga a su amigo Alberto García-Alix. Todo se relata en capítulos cortos, con constantes cambios de eje en la cámara narrativa.

Los últimos capítulos encaran la gira del disco. La banda que lo grabó ya no está disponible, Joaquín Sabina los tiene copados con la grabación de Física y química. Una decisión muy inteligente fue la de confiar la organización de los conciertos a la empresa barcelonesa The Project, serios y fiables. Son ellos, vista la dificultad de conseguir conciertos en una época en que ya no se gozaba de la alegría anterior, los que deciden bajar el caché. Ello no impide que las giras por Iberoamérica sean un éxito mayúsculo. Es el capítulo con más anécdotas, siempre amables, aunque alguna puede acabar mal.

Y tras la gira, un pequeño epílogo para presentar los inicios de la siguiente producción, Mi pequeño animal. Todo ello se ve reforzado por los testimonios de las personas que estuvieron cerca del disco y la vida de Christina. Casi cincuenta entrevistados que van desde Teresa, la hermana de Christina, hasta los componentes de las dos bandas, la de la grabación y la de la gira, con testimonios de Joaquín Sabina, Diego A. Manrique (con quien Rosenvinge presentó FM2 en Televisión Española) y, desde luego, de la propia Christina. Es un buen complemento a su libro Debut, que ya reseñamos en estas páginas, y que aclara un poco más las historias en las que se mueve el disco. Por ejemplo, la muy triste de su amiga Sarah, que le duele en el alma a la compositora y que maneja en una de sus mejores canciones, “Tú por mí”. Una canción que a este cronista le enamoró en la época en que volvía a la música y que le vuelve a enamorar, gracias a Carlos H. Vázquez y a este libro.

Anterior crítica de libro: La dama, de Ragnar Jónasson.

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