Punto de partida: Zahara y Low

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«En mi vida había escuchado algo así, esa honestidad musical, esa precisión vocal. Ponía sus canciones en bucle mientras viajaba de Granada a Madrid para mis primeros conciertos»

 

Zahara está en estos momentos rodando en una gira acústica, todavía resonando los ecos de su tercer álbum, «La pareja tóxica». Yendo de aquí para allá, le pedimos que nos cuente qué disco le cambió la vida…

 

 

Low
«The great destroyer»
SUB POP, 2005

 

Tenía casi veinte años y vivía en Granada. Había estado cerca de tres años sin componer, cantando jazz, buscando mi sonido, pero sin encontrar la inspiración. Era una época en la que tras descubrir (tarde, lo sé) a los Smashing Pumkings afloró en mi una curiosidad musical que no había tenido antes y que no he recuperado de la misma manera. Me recuerdo a mí misma leyendo «Mondo Sonoro», buscando cada grupo del que hablaba, entrando en foros, comprando discos. Creo que en un año escuché más de doscientos grupos distintos que no había oído antes.

No sé cómo en medio de toda esa vorágine musical, de esa cantidad de sonidos, que iban desde The Shins hasta Damien Rice o Tool, un grupo consiguió destacar por encima de todos dejando una huella imborrable que a día de hoy perdura e inspira con la misma fuerza que entonces. Eran Low y su disco «The great destroyer».

En mi vida había escuchado algo así, esa honestidad musical, esa precisión vocal. Ponía sus canciones en bucle mientras viajaba de Granada a Madrid para mis primeros conciertos. Escuchaba ‘Silver rider’ y me decían, solo a mí, que mi voz no era suficiente y a mí se me partía el corazón ante la belleza más triste que jamás había contemplado. No recuerdo dónde lo compré, pero sí que viajaba siempre conmigo, que era de las que todavía tenía discman y viajaba con tres o cuatro paquetes de pilas para poder sobrevivir a los largos viajes en autobús.

Recuerdo que con ese disco desarrollé una manera de escuchar la música que es tal y como lo hago ahora y es destripando las canciones una a una, sin prisa, pasando por todos sus matices y no dejando que acaben cuando ellos quieren, si no cuando yo considero que he tenido suficiente, que no hay sorpresas, que conozco sus aristas, sus penas, que sé de dónde vienen y adónde van sus melodías. Entonces soy capaz de pasar a otra canción.

Cuando conocí a Ricky Falkner y empezamos a hablar de música, de discos, referencias para nuestra primera maqueta en El Masnou grabando ‘Piscinas en verano’ y ‘Funeral’, me senté en uno de los sofás de tantos que compartimos y traté de explicarle el sonido que me inspiraba aunque no fuera exactamente el que hacía, pensé que no conocería a este grupo tan lánguido y melancólico que tanto me gustaba y que yo no dejaba de escuchar. Creo que fue Low quien hizo posible que grabáramos juntos. Lo creo que de verdad. Para los dos Low era lo mismo, nos atrapaba y dolía de la misma manera.

Hace unos años Low vinieron a España a tocar. Coincidía que estaba en Madrid y pude ir a verlos. Fui sola y me coloqué en primera fila, emocionada y preparada para un concierto increíble, lo sabía, iba a pasar. Y salieron al escenario, no recuerdo ni qué canciones tocaron, solo las sensaciones. A la tercera canción ya estaba en la mitad, rodeada del público gafapasta y silencioso que observaba como si estuvieran ante la aparición de una virgen. Para la quinta canción yo ya me encontraba detrás de la mesa de sonido y cuando tocaron ‘Silver rider’, mi canción, aquella con la que tantas cosas había vivido, aquella que conocía mis secretos, no pude evitarlo y me puse a llorar. Después me marché. No pude soportar el concierto entero, tuve que irme de ahí. Caminaba en busca del metro pensando que no podía soportar tanta tristeza y que eso, exactamente eso era lo único que quería provocar con mis canciones, no quería ser otra cosa, tener otro estímulo, otro referente, otra emoción. Yo quería ser la gran destructora.

Anterior entrega de Punto de partida: Santy Pérez y Joaquín Sabina.

 

 

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