Punto de partida: Víctor Alfaro y Bunbury

Autor:

«Cada vez que vuelvo a Flamingos necesito escucharlo de principio a fin y con el orden exacto del disco»

 

Nuestro compañero Víctor Alfaro, autor de la biografía Marwán, el hijo del refugiado, pasa por la sección Punto de partida para confesarnos qué disco le cambió la vida: fue Flamingos, el tercer trabajo en solitario de Bunbury. Un álbum que cumplió veinte años en 2022 y que Warner reeditó con material extra con el título Flamingos XX, pero que Víctor recupera aquí en su versión original, aquella que le impactó antes de convertirse en el profesional de la radio y la comunicación que es hoy día.

 

Enrique Bunbury
Flamingos
EMI, 2002

 

Texto: VÍCTOR ALFARO.

 

En el año 2002 yo tenía diecinueve años y un trabajito en la oficina de mi tío en plena plaza de Callao. La oficina era un pequeño habitáculo en la quinta planta de La Adriática, el emblemático edificio que hace esquina entre la Gran Vía y la plaza de Callao que está coronado por un torreón con una cúpula muy llamativa. Mi tío tenía una vieja radio encendida con Los 40 Principales sonando continuamente de fondo y, mientras yo digitalizaba las carpetas de las pólizas de sus numerosos clientes, sonaba una y otra vez “Lady Blue”, de Enrique Bunbury. Recuerdo que la primera vez que escuché la canción me desconcertó el «nuevo-viejo» estilo del cantante maño. Aquella canción me recordaba muchísimo a los largos viajes en coche con mis padres con la voz de David Bowie hablándome de un hombre de las estrellas o de una odisea espacial que me hacían soñar con ser astronauta cuando era un mocoso.

Recuerdo con mucha ilusión cómo el mismo día que salió a la venta me acerqué a Madrid Rock dando un paseíto por la Gran Vía. Quizás los lectores más jóvenes no sepan que Madrid Rock fue el mayor templo de la música del centro de la capital. Una tienda enorme donde uno podía pasar horas escuchando y manoseando viejos y nuevos discos de todos los estilos. En la puerta casi siempre estaban José y Emilio, los heavies de la Gran Vía, que con su atuendo rockero y su enorme parecido —son gemelos— eran una especie de guardianes de la popular tienda que finalmente cerró en 2005.

Flamingos era el título del disco de Bunbury y no me costó mucho encontrarlo porque estaba como novedad destacada nada más entrar. Llevaba un discman en la mochila y mientras bajaba las escaleras del metro para coger la línea 1 en dirección Plaza de Castilla, abrí el disco con verdadera ansiedad. El formato de la edición me sorprendió muchísimo. No se abría como un disco normal, sino que había que desplegar la carátula como si fueran los pétalos de una flor (¡qué cursi me ha quedado!). Finalmente, el aspecto de la cubierta abierta era como el de una cruz y en el medio, redondito, el deslumbrante cedé.

Ya sentado en el asiento del vagón introduje el disco en el reproductor y aún recuerdo la sorpresa de que ninguna canción tuviera el estilo de “Lady Blue”. En mi cabeza imaginé que Bunbury cantaría todas las canciones vestido de astronauta, pero al ver la portada y las fotos del interior me di cuenta de que cada una de ellas sería un puñetazo directo a la barbilla. Curiosamente ese mismo año, algunos meses después, Joaquín Sabina sacaría Dímelo en la calle, también con una fotografía pugilística en la portada, pero mucho menos artística que la de Bunbury.

Canciones como “Sí”, “Sácame de aquí”, “…Y al final” o “Lady Blue” siguen siendo de mis favoritas del repertorio del cantante aragonés. Con ninguno de sus siguientes discos volví a conectar tanto como con Flamingos y me imagino que no fui el único, porque aquella colección de canciones vendió más de trescientos mil ejemplares y se convirtió en el disco de más éxito de Bunbury. Siempre he pensado que el paso del tiempo y la digitalización de la música impide la relación de amor/obsesión que teníamos antes con los discos. Cada vez que vuelvo a Flamingos necesito escucharlo de principio a fin y en el orden exacto del cedé. Plataformas como Spotify invitan a saltar de canción continuamente o a pasar de un artista a otro sin dar la oportunidad de que una canción te «cale hondo», como diría Enrique en otra de sus famosas canciones.

Anterior Punto de partida: Luis García Gil y Joan Manuel Serrat.

Artículos relacionados