Punto de partida: Arancha Moreno y Duncan Dhu

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«Lo que más me conmovía de estas canciones era la forma en la que Mikel y Diego retrataban lo que veían: el costumbrismo, la cotidianeidad, la sensibilidad…»

 

Autora de libros sobre Iván Ferreiro, Coque Malla, José Ignacio Lapido y el recién publicado Quique González: conversaciones, Arancha Moreno —periodista y codirectora de Efe Eme— escoge el quinto disco de Duncan Dhu, Autobiografía, como el álbum que le cambió la vida. Aquí nos cuenta por qué.

 

Duncan Dhu
Autobiografía
GASA, 1989

 

Texto: ARANCHA MORENO.

 

Se lo hemos preguntado tantas a veces a músicos y compañeros de profesión que, en cierto modo, se me hace raro pasar por este mismo lugar para escribir sobre el disco que me cambió la vida. Aun así, siempre tuve claro cuál es el mío: el disco doble Autobiografía que Duncan Dhu publicó en 1989 y que cayó en mis manos poco después. Fue una cinta de casete, la misma que veis en la foto, y en realidad era de mi madre, que probablemente lo compró en el Discoplay de La Vaguada, donde solía adquirir muchas cintas de la época. Aún recuerdo algunas visitas a aquella tienda, y curiosear su catálogo en casa. Yo, por entonces, aún no me había comprado ningún disco, y recuerdo que la primera que adquirí, poco después, fue la cinta de Enigma The cross of changes (por aquella canción, “Return to innocence”, que escogieron como banda sonora en el anuncio de un coche, si no recuerdo mal). Pero mi primera compra no me marcó tanto como la escucha de las casi treinta canciones que publicaron Mikel Erentxun y Diego Vasallo en 1989.

Como no tengo hermanos mayores, mi referente musical en aquel tiempo eran las canciones de la radio y las cintas que compraba mi madre, al margen de los pasodobles y las coplas que me tarareaba mi abuelo, que era violinista. Cada vez que pongo en la minicadena el «álbum blanco» de Duncan Dhu (que, por cierto, estaban muy influidos por los Beatles entonces), me transporto de inmediato a mi habitación infantil, una tarde cualquiera, escuchando estas cintas. Especialmente la primera, la que arrancaba con “Rozando la eternidad” en la cara A y con “Entre salitre y sudor” en la cara B. Esta última, una canción con tintes ecologistas que escribió Mikel, era mi favorita. Tenía diez u once años y, bueno, se ve que “La casa del enterrador” me pillaba más lejos que aquel retrato de una mañana de San Juan, con las olas azotando el barco y los viejos del lugar lamentándose por la caza de ballenas. Me encantaba el riff inicial, además. También me gustaba mucho una canción más desconocida, “Camisas limpias”, de Diego, con esos aires wéstern del principio, como si un tren estuviese a punto de iniciar el viaje a través de una ráfaga de historias y escenas costumbristas, como esa misma imagen de la ropa tendida en un patio.

Lo pienso mientras lo escribo, porque este es un disco que he sentido más que analizado, y hay tantos sentimientos trenzados que cuesta separar una visión de la otra, pero creo que lo que más me conmovía de estas canciones era la forma en la que Mikel y Diego retrataban lo que veían. El costumbrismo, la cotidianeidad, la cercanía con la que describían lo que les rodeaba. Eran dos grandes contadores de historias que desprendían mucha sensibilidad en aquellas letras. Dos autores jóvenes que escribían como si pintasen pequeños lienzos de estampas cotidianas. Y sus músicas son cálidas, con todas esas guitarras acústicas, mandolinas, acordeones, contrabajos, vientos… escucharlas es una delicia.

De aquellas tardes en las que escuchaba estas canciones han pasado ya más de treinta años, tiempo en el que he seguido las carreras de Vasallo y Erentxun, juntos y en solitario. Ya no me pongo este disco tanto como antes, pero cuando lo hago me sigue conmoviendo, y he descubierto que ha envejecido francamente bien. Además de conservar mi cinta de casete de antaño, he ampliado la colección con las nuevas ediciones que sacó Warner hace un par de años, en vinilo y en triple cedé con un tercer disco lleno de maquetas, una pequeña joya. A finales de 2021 estuve degustándolo con calma, para preparar un monográfico sobre él en el programa Sofá Sonoro junto a Alfonso Cardenal. Y ahora, para escribir este artículo, lo he vuelto a hacer.

Es curioso que un disco titulado precisamente Autobiografía sea, en cierto modo, un retrato de mi infancia. Y es hermoso poder escribir sobre él desde este lugar, porque hace treinta años ni se me pasaba por la cabeza que algún día me dedicaría al periodismo musical. Con aquellos recuerdos se trenzan otros nuevos: una vez, en una charla que mantuve con Mikel Erentxun en un teatro con público, para El País, fui con mi casete de Autobiografía y le confesé lo mucho que significaba este disco para mí. Cuando Mikel volvió a salir al escenario con la guitarra, me brindó espontáneamente una pequeña versión de “Entre salitre y sudor”, haciéndome un guiño. Y por un momento volví a 1989, y a ser quien fui.

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