Paddy McAloon: La segunda vida de Prefab Sprout

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“‘Let’s Change The World With Music’ es una celebración poética y romántica del poder y el misterio de la música, de la intensa dicha que porta, moldeada a menudo con metáforas espirituales, con el lenguaje y el imaginario del góspel”

 

Javier De Diego Romero recupera los últimos años de Paddy McAloon defendiendo en solitario la marca Prefab Sprout, bajo la que publicó dos discos rescatables y con nexos comunes: “Let’s Change The World With Music” y “Crimson / Red”.

 

Texto: JAVIER DE DIEGO ROMERO.

 

Formados en Newcastle en 1977 por Paddy McAloon, Prefab Sprout publicaron algunos de los discos más elegantes, audaces y melodiosos del pop de los años ochenta. “Steve McQueen”, editado en 1985 y producido por Thomas Dolby, es un fijo en las listas de mejores álbumes de la década. Las letras agudas y las melodías majestuosas que pueblan sus surcos descubrieron a un compositor empapado de historia y cultura musical: McAloon bebe tanto de los musicales de Broadway de George Gershwin, Irving Berlin o Stephen Sondheim como del jazz-rock de Steely Dan; tanto del Brill Building neoyorquino como de los grandes del pop de los sesenta: Paul McCartney, Brian Wilson, Jimmy Webb. Tres años más tarde llegaría “From Langley Park to Memphis”, que incluye el hit más sonado del grupo, la adhesiva y saltarina ‘The King Of Rock ‘N’ Roll’, y tal vez su canción más brillante, la melancólica e incisiva ‘Cars And Girls’. Pero fue en 1990 cuando apareció su elepé más ambicioso, el pantagruélico “Jordan: The Comeback”, un deslumbrante ciclo de canciones (diecinueve, nada menos) en el que McAloon daba rienda suelta a dos de sus obsesiones, la fama y la religión: la puerta de acceso a Prefab Sprout para los más osados.

 

 

“Es difícil sentirte nostálgico cuando esperas que lo mejor está por llegar”, escribía McAloon en el libreto del recopilatorio de 1992 “A Life Of Surprises: The Best Of Prefab Sprout”. Se equivocaba. Durante la década de los noventa solo editaría un álbum más, el suntuoso y almibarado “Andromeda Heights” (1997), aún notable pero de menor envergadura artística que sus entregas anteriores. Le seguiría en 2001 “The Gunman And Other Stories”, su particular lectura de la americana y del imaginario del Lejano Oeste, bastante irregular. Con una producción discográfica cada vez más espaciada y menos relevante, Prefab Sprout se diluían de la palestra pop. Dos años después Paddy lo intentaría como solista, alejándose del universo sonoro de su grupo para adentrarse en territorios más abstractos con “I Trawl The Megahertz”, una obra para radio musicada —así la definió él mismo— que marida el pop de cámara con el minimalismo de Gavin Bryars y el jazz orquestal de Miles Davis y Gil Evans. Es una obra profunda, perturbadora y con frecuencia hermosa, pero pasó prácticamente desapercibida; el periódico “The Guardian” ni siquiera se molestó en reseñarla, para ira del autor de ‘When love breaks down’. En 2007 vería la luz la edición deluxe de “Steve McQueen”, para la que McAloon volvió a grabar, en formato acústico, ocho de los temas del álbum: ante la escasa repercusión que lograba su nueva música, el Sprout parecía resignarse al revivalismo. Pero no fue así.

 

Su regreso: “Let’s Change The World With Music”

En 2009 Paddy reaparecería para presentar un nuevo largo de Prefab Sprout, “Let’s Change The World With Music”, unas demos que grabó en solitario en 1992 y que su discográfica, Sony, espantada por las referencias religiosas de las letras —más notorias que las de “Jordan: The Comeback”—, rechazó publicar. La puesta en escena fue impactante. McAloon parecía un maravilloso “English eccentric” de Edith Sitwell: en las fotografías figuraba con barba poblada, cabellera plateada, gafas oscuras, bastón, sombrero de ala ancha y atavío rojo y púrpura (mención especial merecen los zapatos rojos; “si no quiero que una canción sea demasiado melancólica, me pongo mis lustrosos zapatos rojos”, asegura); las entrevistas le retrataban como un ermitaño atormentado, sin internet en casa y consagrado a componer, componer y componer canciones con su Atari de 1987, para después apilarlas en montañas de cajas.

El disco que llevaba bajo el brazo era testigo de su tiempo, es fácil identificar la huella del funk sedoso de Prince —que a principios de los noventa todavía importaba— o del electropop refinado de los Pet Shop Boys de “Behaviour” (1990), pero sin perder las señas de identidad de Prefab Sprout: pulcritud sonora, precisión milimétrica, sofisticación cálida, imaginación melódica, voz angelical. Sus canciones cautivan hasta tal punto que uno se olvida de la ausencia de Martin McAloon, Neil Conti, Wendy Smith (los otros Sprouts) y Thomas Dolby. (Bueno, de acuerdo, algunos coros etéreos de Wendy habrían quedado bien). “Let’s Change The World With Music” es, en fin, un álbum de pop mayúsculo. Y, más aún, es fascinante en términos literarios.

“[La música es] todo un edificio celestial en el cual un elemento penetra dentro del otro, ligados sin argamasa y sostenidos por la mano de Dios”, define el escritor austriaco Franz Grillparzer en su novela “El pobre músico”. Paddy McAloon lo suscribiría de medio a medio. Este disco es una celebración poética y romántica del poder y el misterio de la música, de la intensa dicha que porta, moldeada a menudo con metáforas espirituales, con el lenguaje y el imaginario del góspel. El título alude al potencial transformador de la música, pero no se trata de una revolución social, sino individual; la música no puede cambiar las sociedades, sino solo a aquellos que realmente desean escucharla y comprenderla. McAloon habla, en definitiva, de la transformación personal a través de la pasión por la música.

Lo que más atrae al Sprout de la música es su misterio; como le dijo al periodista Graeme Thomson, “hay algo misterioso en el poder de la música, la forma en que penetra en las vidas de la gente y parece que transmite alguna clase de información, aunque no estemos del todo seguros de qué es”. Al misterio de la música se refiere en el tema ‘I Love Music’ (“tengo que ser fiel a todas sus enigmáticas frases”), como también a su fuerza evocadora, a su capacidad para transportar al pasado: “Ella sabe cómo traer el pasado / al aquí y ahora. // La canción que sonaba la noche que te prendaste de / alguien del cielo que te hizo pasar un infierno”. Para Paddy, la música enamora y subyuga (“desde la primera vez que la escuché, el sonido de su voz, / y su belleza, me embrujaron completamente”, ‘Music is a princess’), ampara y redime (“dulce música góspel, lleva a este chico lejos del peligro. / Dulce música góspel, lleva a este chico hacia la luz”, ‘Sweet Gospel Music’). Como su admirado Brian Wilson, en fin, McAloon siente que la música es la voz de lo sublime, la voz de Dios, que trae consuelo y esperanza, como escuchamos en ‘Let There Be Music’. Todo esto no convierte a Prefab Sprout en un grupo de rock cristiano, como temía Sony; sencillamente, McAloon escribe sobre la trascendencia, busca la trascendencia, y lo hace a través de la música.

 

 

Un paso más: “Crimson / Red”

El retorno de Prefab Sprout con “Let’s Change The World With Music” fue ampliamente celebrado en el mundo del pop, pero aún más remarcable sería la publicación, en 2013, de “Crimson / Red”. No en vano, no se trata de un disco histórico desempolvado del archivo personal de Paddy, sino de uno realmente nuevo, de canciones relativamente recientes (la mayoría son posteriores a “The Gunman And Other Stories”) y tan brillante como los trabajos clásicos del grupo: ya en el cuarto decenio de su carrera, McAloon es todavía un autor fabuloso, imprescindible.

Las composiciones de “Crimson / Red” son más directas y sencillas de lo habitual en Prefab Sprout, algunas, como ‘The Old Magician’ y ‘Billy’, básicamente una sucesión de estrofas, “sin suites orquestales, nada con siete secciones diferentes”, en palabras de McAloon. Y es que tuvo que trabajar deprisa: le debía un disco a la compañía Icebreaker, que financió “Let’s Change The World With Music”, y se pasó de plazo… por tres años. “Pensé que la fecha tope no importaba mientras que fuera un disco hermoso, pero eso no les vale a los abogados”, lamenta el último de los grandes románticos. De hecho, seleccionó canciones que pudieran funcionar solo con voz y guitarra, pero pronto le pareció que el resultado no sería suficientemente interesante y comenzó a añadir capas de sonido, como siempre ha hecho. Por otro lado, McAloon asombra en “Crimson / Red” por su ductilidad estilística: tan solvente se muestra con el country (‘Devil Came A Calling’) como con el folk (‘The Old Magician’) y, desde luego, con el pop perfecto (‘The Best Jewel Thief In The World’). Todo ello con la única ayuda del ingeniero Calum Malcolm: aquejado de graves problemas de salud, tanto visuales como auditivos, que le dificultan tocar con una banda y con un presupuesto insuficiente para pagar salarios, McAloon es, definitivamente, el único miembro de Prefab Sprout. (¿Definitivamente? Nunca digan “nunca” al hablar de Prefab Sprout).

 

 

“Let’s Change The World With Music” y “Crimson / Red” son discos hermanos no solo porque los haya confeccionado en solitario, sino también porque comparten temática. De nuevo, los textos del segundo versan sobre música, aunque desde un punto de vista diferente: reflexiona ahora sobre el oficio de compositor, sobre la agonía y el éxtasis del escritor de canciones. El narrador de ‘Billy’ querría desesperadamente ser como un avezado músico que aprendió a tocar la trompeta tras encontrarse una sepultada bajo la nieve. Puede reconocerse a Paddy en ambos personajes: compositor reverenciado, es también el fan de Jimmy Webb que querría escribir un ‘Wichita Lineman’, el fan de Irving Berlin que querría escribir un ‘Easter Parade’. Por su parte, el protagonista de ‘The Best Jewel Thief In The World’ es, de alguna manera, el músico que, sabedor de su excepcional don para componer, se hinche de orgullo: “Abajo, abajo, / ¿qué sabrán todos esos gilipollas? […] // Mira cómo crece tu leyenda”. Su reverso es el de ‘The Old Magician’, escrita cuando tenía cuarenta años, en la que anticipa el momento del declive de sus facultades musicales (con casi sesenta, ese momento no ha llegado, ¿¡y por qué ha de hacerlo!?).

 

 

Una canción, explica McAloon, sobre “sacar lo mejor de uno mismo, a pesar de nuestras limitaciones”, ‘List Of Impossible Things’ incluye los preciosos versos “mira lo que pinta el ciego, / santos expresionistas abstractos”, alusivos al impacto de las enfermedades en la creatividad, algo que el Sprout, desgraciadamente, conoce bien. Dos de los cortes del elepé son tributos a músicos muy queridos por Paddy: ‘The Songs of Danny Galway’, a Jimmy Webb (“¿sus melodías? Antojos inspirados. / ¿Sus progresiones de acordes? Como himnos baptistas. / Impulsarán tu espíritu hasta que se alce, / hasta que olvides que ese espíritu es tuyo”); ‘Mysterious’, a Bob Dylan (“críptico, elusivo, agudo, / misterioso desde el principio. […] // Atrapar el mundo en imágenes, / […] esta impredecible tarea seguirá siendo / cuando menos misteriosa”). Más en general, son también tributos a la música, himnos al embrujo de las canciones, de modo que los poco apegados a Webb o a Dylan pueden pensar en cualquiera de sus músicos favoritos al escucharlos.

Por ejemplo, en el propio Paddy McAloon. Y es que, aunque en “Let’s Change The World With Music” cante que la música es una princesa y él solo un chico harapiento, en realidad es su hermeneuta y su apóstol. Es el ángel del pop, y nos hace mucha falta.

 

 

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