Otra edad, de Alberto Alcalá

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DISCOS

«Tiene una chispa constante en la mirada, no solo en su riquísimo muestrario de personajes, sino en la magnífica forma en que dibuja los escenarios»

 

Alberto Alcalá
Otra edad
AUTOEDITADO, 2023

 

Texto: ARANCHA MORENO.

 

A veces son los propios músicos los que nos ponen tras la pista. La admiración sincera de Quique González nos lleva hasta Alberto Alcalá, un malagueño que lleva quince años recorriendo escenarios e interpretando sus propias canciones, con tres discos ya en su haber: Ensayo y error (Oído Records, 2013), Tragaluz (autoeditado, 2019) y el recién alumbrado Otra edad (autoeditado, 2023). Este último es un inmenso salto en el que suaviza su acento sureño, ese que le acercaba más a la onda de Javier Ruibal o El Kanka, para fundar una escuela propia, un sonido propio, una voz que es solo suya.

A ello le ha ayudado, precisamente, la banda habitual de Quique González. Buena parte del mérito es de su productor, Toni Brunet, que ha cogido los mimbres originales de Alcalá, ese deje andaluz, y lo ha mantenido de fondo, latente, permitiéndole crecer desde ahí hacia otros lugares. Y algo tendrán que ver también los músicos que intervienen en este trabajo, desde César Pop (piano, Hammond, Wurlitzer y coautor en un par de canciones) hasta Jacob Reguilón (contrabajo, bajo eléctrico), pasando por Edu Olmedo (batería), Joaquín Sánchez (vientos) o Martín Bruhn (bombo legüero), además de las colaboraciones de Patricia Lázaro en “Historia reciente” y El Kanka en “Biznagas”.

Dice Alberto Alcalá que este disco habla de memoria, de amores mundanos, de ritos y modas, de vértigos humanos. Que todo eso planea sobre las canciones que grabó el verano pasado en los estudios Infinity de Madrid, en las que firma todas las letras y casi todas las músicas, a excepción de “Julia”, de Pablo Acevedo, y “Ventanales”, de César Pop, coautor también de la música de “Historia reciente”. Composiciones enriquecidas entre acústicas, vientos y eléctricas en las que Brunet realiza una producción exquisita, elegante y contenida, demostrando que no hace falta empantanar la obra para abrillantar una buena canción.

Otra edad es un exuberante muestrario de historias, muchas de ellas encarnadas por personajes. Es el caso de “Chelo”, cuya inquietud jazzera recuerda a la cabecera de la serie ochentera Mike Hammer, solo que aquí, en vez de un crimen, el investigador privado debe resolver otro enigma: por qué la protagonista de la canción camina siempre cabizbaja. «Ay Chelo, con los ojos tan bonitos que heredaste de tu abuelo / y siempre vas mirando al suelo / siempre la carita gacha», canta Alcalá, con una chispita de ironía y tragicomedia que, a buen seguro, un gaditano avezado podría transformar en una divertida chirigota. Un género, por cierto, al que se acerca con tiento en “Biznagas”, algo así como el reverso del “Autorretrato” que escribió recientemente El Kanka. Él, «que un día se hizo cantor / cantando muy regular», es el protagonista de «Biznagas», donde Alberto Alcalá lo describe con una afiladísima ironía: «Te peinabas como el malo / de esa peli de los Coen / ya te estoy viendo sacando / la guitarra del estuche / y retorciendo los relojes». El homenajeado, cómo no, le sigue el juego y le acompaña en las voces.

Pero si algo define el decálogo de Otra edad es la sutileza y el perfecto vaivén en el que se mueve Alcalá de un estilo a otro. Y también esa chispa constante en la mirada, no solo en su riquísimo muestrario de personajes, sino en la magnífica forma en que dibuja los escenarios. Sucede en “Azoteas”, donde una casa vacía, con los detalles bien escogidos, deja entrever quién la habita: si tuviste una abuela andaluza —como yo—, entenderás que el personaje compre hojas de laurel para los santos, y que los pasos por la escalera, en vez de escucharse, se «sientan». Pero el sur no solo está en su imaginería. Debajo de las teclas del norteño César Pop se percibe el pálpito de un ritmo aflamencado, más evidente en la mencionada “Biznagas” y más discreta en “Malpago”. Para personajes, “El jugador”, esa especie de Paul Newman en El golpe, compitiendo contra sí mismo en esa dualidad entre el cielo y el infierno que experimentan todos los tahúres.

La mirada compositiva de Alberto Alcalá se torna crítica en pasajes como el de “Historia reciente”, donde canta a la memoria (histórica). Un retrato de tiempos fieros, de caza, venganza y trampa, de alquitrán en las cunetas, en el que la voz de Patricia Lázaro encarna la dureza de aquellas mujeres que soportaron de más. También da qué pensar en la hermosa “Quién”, donde asoma la huella de Kiko Veneno, si este se vistiese de crooner, lanzando verdades como puños. Fíjense, si no, en la finísima agudeza de este verso: «No es rebelde quien saca rédito a su rebeldía». Touché.

Encarando el tramo final del álbum, ya hemos acumulado razones suficientes para volver a ponerlo en cuanto termine. Pero ahí, a la vuelta de la esquina, tropezamos con una más: la eterna y bella “Julia”, esa especie de viaje de Ulises a Ítaca donde aúna el personaje y el escenario, el paisaje, el amor y la herida de alguien que ama a distancia mientras intenta amansar a las fieras. Ojalá alguna película descubra la belleza de esta canción, la encuadre y la eleve. Y ojalá las canciones de Otra edad lleguen tan lejos como merece su autor, que desborda talento, ingenio e identidad como pocos. Muy pocos.

Anterior crítica de discos: Mueve!, de Los Deltonos.

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