“Ordesa”, de Manuel Vilas

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“Los que ya hemos visitado otros libros de Vilas, entramos en él con deseo y temor. Sabemos que no nos dejará indiferentes. Sabemos que explotará algo”

 

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Manuel Vilas
“Ordesa”
ALFAGUARA

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Corre en los últimos años en la literatura en castellano un interés por la figura del padre. Extraño, a veces morboso o destinado a saldar cuentas, lo cierto es que obras de ficción como “Derecho Natural” de Ignacio Martínez de Pisón o memorialísticas como “Examen de mi padre” de Jorge Volpi, hacen frescos íntimos y sociales, intentando indagar en lo que en tiempos no entendieron. Manuel Vilas recoge del ambiente el tema y, como si fuera un Jay Gatsby del desarrollismo, navega incesantemente hacia el pasado para indagar en su historia personal.

Decir Manuel Vilas es decir que la historia va a ser dura. Si juntamos el asunto ya de por sí devastador, con la escritura del autor aragonés de frase corta y directa, seca y limpia, como un directo a la mandíbula, salimos noqueados. Por eso, los que ya hemos visitado otros libros de Vilas, entramos en él con deseo y temor. Sabemos que no nos dejará indiferentes. Sabemos que explotará algo.

El eje central del tema es la muerte. A raíz de la de su madre, evoca la de su padre años atrás, la de los abuelos a los que no conoció, los médicos… Los pensamientos divagan, pero todos acaban en la misma certeza: Manuel Vilas se enfrenta a la vida y no le gusta. Pasea al mismo tiempo por anécdotas, hechos, pérdidas imposibles de recuperar, felicidad estragada. Para cerrar el libro es estremecedor ver cómo en una excursión con sus hijos al valle de Ordesa se obsesiona buscando el punto justo donde su padre —con la familia, con el mismo destino— pinchó una rueda. Como si el espacio pudiera traerle el tiempo.

También ajusta cuentas con un reciente divorcio, que le obliga a reiniciar la vida en un piso de alquiler de Zaragoza, y con su pasado de profesor en un instituto de enseñanza media. El tono al analizar sus clases es tan interrogativo, tan familiar, que dinamita con él mil años de doctrinas pedagógicas, y a la vez hace que echen raíces en el lector una inmensa ternura, una desazón. Por otro lado, en su recepción con los reyes —fue invitado a la entrega del Premio Cervantes de 2015— no deja de esparcir sal gruesa. Humor triste e inteligente que, en un nuevo relato, su encuentro con el boxeador Perico Fernández en bares infectos que no cierran nunca, se tiñe de honda humanidad.

En el fondo, lo que Vilas intenta contar es cómo repites las actitudes de tu padre, aunque él haya sido bombero y tú seas contable. Todo rodeado de una intensa y oscura lucidez lírica que se recrea en los adverbios de negación, la categoría más explorada. No en vano empezó siendo —y es aún— poeta, y acompañan al texto en las páginas finales un buen puñado de versos. Seguramente por ello sabe manejar este tremendismo anímico, esta agotadora purga de su corazón.

Anterior Crítica de libros: “El club de la élite”, de Esteban Navarro.

 

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