Nick Cave and The Bad Seeds: The good son

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30 ANIVERSARIO

«Un disco magnífico con el que se metió en la nueva década con paso firme, cambiando, ofreciendo una nueva cara que ya no iba a abandonar en sus siguientes pasos»

 

Fernando Ballesteros recupera otro imbatible que cumple tres décadas este abril: The good son de Nick Cave, el disco en el que empezó a esculpir gran parte del músico que es hoy.

 

Nick Cave and The Bad Seeds
The good son
MUTE RECORDS, 1990

 

Texto: FERNANDO BALLESTEROS.

 

Tenemos muy reciente cómo todo lo que le ha ocurrido en los últimos tiempos a Nick Cave ha tenido una influencia capital en su creación artística. La muerte de su hijo adolescente está presente en cada surco de sus últimas grabaciones, especialmente en el espléndido Ghosteen. Porque sí, el momento vital por el que atraviesa un artista tiene mucho que ver con su obra, y este es un hecho aún más palpable cuando hablamos de un creador como el australiano, que es uno de esos representantes de una estirpe que se deja el alma cada vez que plasma su arte ante el público.

De manera que el momento que atravesaba Nick en 1990 —y unos meses antes, todavía en el 89, cuando le empezó a dar forma a The good son— es el punto de partida desde el que arrancaremos al emprender la tarea de acercarnos a un disco magnífico, con el que se metió en la nueva década con paso firme, cambiando, reinventándose, ofreciendo una nueva cara que, en mayor o menor medida, ya no iba a abandonar en sus siguientes pasos.

 

Adiós al lado salvaje

Al comienzo de la última década del pasado siglo, Cave parecía haber dejado atrás al kamikaze que caminaba por un filo que dejaba el lado salvaje casi como un juego inofensivo. No había pirotecnia en el francotirador que se dejaba la piel y las rodillas, y no hablo metafóricamente, en el escenario con los Birthday Party. Se trataba de fuego real, extremadamente real. Su perfil salvaje siguió presidiendo su carrera en sus primeros pasos al frente de las malas semillas. Desde From her to eternity a Tender prey apenas hay resquicios por los que se filtran tímidos rayos de luz, anunciadores de lo que iba a venir con su sexto asalto discográfico.

Europa vivía una época de cambios y Cave no le iba a la zaga a un continente que iba a abandonar en una decisión que se puede calificar como crucial para su vida y, por ende, su obra. También en su mundo iban a caer muros importantes, casi tan altos como el de Berlín, la ciudad que le había cobijado en los años anteriores, los de los excesos narcóticos, los más salvajes de su vida. El atractivo y decadente paisaje berlinés, como le ocurrió a Bowie, fue escenario de algunos de sus mejores momentos artísticos, pero también estuvo a punto de ser su tumba. Probablemente lo habría sido si no hubiese decidido parar a tiempo, poner tierra de por medio y comenzar un nuevo camino vital y musical. Así que decidió hacer las maletas y prescindir de lo que más pesaba en su equipaje… las adicciones. Intentando huir de ellas se plantó en Brasil, con ese propósito llegó a la ciudad de Sao Paulo. Fue allí donde grabó el que sería su siguiente disco una de las cumbres de su trayectoria.

 

 

Una grabación de gran belleza espiritual

Cuentan que el momento sentimental de Cave, enamorado de la periodista brasileña Viviane Carneiro, tuvo mucho que ver en el clima que envolvió a una grabación, que se presenta repleta de una belleza espiritual que configura el perfil de lo que el australiano iba a ser en el futuro. Y es que The good son, ya lo habíamos insinuado, es un casi insuperable punto de partida para el nuevo Cave, el crooner, el que cautiva con su elegancia, el que canta bien e interpreta mejor, el que escribe unos textos en cuyo imaginario, tan cerca de lo terriblemente humano como de lo trascendental, no sobra nada.

En lo musical, el elepé presenta al piano, el instrumento que aparece en la portada, como su gran protagonista. Junto a él toma la escena el violín, y sobre esa base, sobria, se edifican las nueve canciones de un viaje en el que pasaremos los siguientes cuarenta y cinco minutos. Un camino orquestal en el que los coros emergen deliciosos y los aires góspel le dan un carácter marcadamente espiritual.

 

Las canciones

Lo brasileño está muy presente en el sonido del álbum, que de hecho se abre con «For na Cruz», precioso canto basado en un tema religioso de su nuevo país de acogida. El corte baladista, relajado, en aparente paz, es el que domina también en el tema que da título al disco y en la monumental «Sorrow´s child».

«The weeping song» es una de esas canciones que pueden ser consideradas como un clásico del extenso cancionero de Nick y «The ship song» es, probablemente, la mejor del sobresaliente lote y de su discografía. Pura ambrosía en forma de canción, para los sentidos.

 

 

Los tonos siniestros de Your funeral…my trial o Tender prey, sus dos anteriores discos, apenas aparecen en pasajes como «The hammer song», mientras que «Lament» conquista al oyente con su estribillo, uno de esos momentos que tanto abundan en la obra de Cave, a los que es imposible resistirse.

Las revoluciones suben en muy pocos momentos. Uno de ellos, el de «The witness song», no termina de convencer, da la impresión de que el autor está ya más cómodo con sus nuevos ropajes y las excursiones al pasado le pillan algo fuera de sitio. Eso o que el tono general del disco es tan brutal que los momentos notables parecen menos de lo que realmente son. No teman: el cierre con «Lucy» pone las cosas en su sitio. De nuevo el piano, la melodía sublime, el piano dominando la escena, todos los focos para Nick, una obra maestra. Otra más.

El sexto capítulo de la senda de Nick Cave con los Bad Seeds fue, con diferencia, lo más personal que había grabado hasta ese momento. Su protagonismo a lo largo del disco es absoluto, aunque como lleva ocurriendo desde hace casi cuatro décadas, le acompañaba una banda de auténtico lujo. Al maestro de ceremonias le secundaban nombres básicos en su carrera como Mick Harvey, Blixa Bargeld, además del batería Thomas Wydler y la guitarra del gran Kid Congo Powers.

 

Los pilares del disco

Más rico aún en lo lírico que todo lo que había grabado con anterioridad, el elepé ahonda en las grandes obsesiones que presidían todo lo que había escrito desde su debut en 1984. Voraz lector de la Biblia, Cave situaba la muerte y la religión como los dos pilares sobre los que crecían sus textos. Unas letras que fueron forjando la leyenda que le ha acompañado hasta el presente.

El Nick de 1990 no solo había recorrido kilómetros para dejar atrás la peligrosa Berlín; en su huida también había intentado desembarazarse de la heroína, con la que había protagonizado una relación que viviría nuevos episodios en el futuro. El australiano era reconocido ya por sus grandes canciones, pero también por ese halo de malditismo que sabía plasmar en todas sus manifestaciones artísticas. Porque ya antes de este disco había comenzado a protagonizar algunas colaboraciones en importantes proyectos cinematográficos, ya fuera componiendo para bandas sonoras o dando vida a pequeños papeles, como el que en 1987 le puso a las órdenes de Wim Wenders en Wings of desire.

El viejo Cave no volvería; The Good son era el futuro. El camino que había encontrado en aquella grabación brasileña fue el que guio sus pasos en sus siguientes grabaciones. Dos años después, en 1992, Henry’s dream ahondaba en su lado más reposado, el del cantante elegante, el que derrochaba clase encima del escenario. En esa línea es en la que hay que inscribir canciones como “Papa, won’t leave you, Henry” o “Straight to you”. El Cave de 1994, el de “Let love in”, iría un paso más allá en todo aquello a través de canciones como “Do you love me?” o la canción que titulaba el álbum. El artista había encontrado una nueva voz.

 

 

Pero la fiereza, el carácter indómito se siguió manifestando en su obra. No siempre hay que tirar de decibelios y gesto airado, hay otras formas y él las controla como nadie. Ahí reside buena parte de su grandeza. De todos modos, que no salten las alarmas, los arranques furiosos han seguido salpicando su camino y recordándonos que estamos ante un artista poliédrico. Uno de los más grandes de su tiempo. Y su tiempo es cualquiera.

Anterior entrega: Jane’s Addiction, el rompedor Ritual de lo habitual.

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