Jane’s Addiction: El rompedor Ritual de lo habitual

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30 ANIVERSARIO

«Ellos hacían gala de ese punto de genialidad loca que les permitía cocinar una obra mayúscula»

 

En su recorrido por los discos que celebran su trigésimo cumpleaños, Fernando Ballesteros desempolva hoy Ritual de lo habitual, el lúcido segundo álbum de estudio de los californianos Jane’s Addiction. 

 

Jane’s Addiction
Ritual de lo habitual
WARNER BROS, 1990

 

Texto: FERNANDO BALLESTEROS.

 

Esta vez, para comprender lo que eran Jane’s Addiction en 1990, para trasladarnos al momento en el que se publicó Ritual de lo habitual, es inevitable que nos demos una vuelta por 1988. Fue el año de su consagración, el que les puso en boca de muchos. De acuerdo, no sonaban a todas horas y la MTV no programaba habitualmente sus vídeos, pero ahí estaban los Jane’s como reverso complicado de lo que otros grupos estaban haciendo también en Los Ángeles. La suya era una historia muy diferente y lo cierto es que costaba mucho definirla. Aunque primero había que digerirla, que esa era otra. 

Porque acercarse a Nothing’s shoking no era llegar y besar el santo, aquello —para un adolescente con una experiencia muy limitada escuchando rock and roll era un mundo desconocido. Sabías que había algo en aquellos surcos, algo que te llamaba a volver a pincharlo hasta terminar de pillar el truco, pero no sabías explicarlo. Aquellas guitarras, la voz de Perry, los ritmos, unas veces funky, otras harcore, de un bajo siempre protagonista, los cambios de marcha, la furia que dejaba paso a un estribillo acústico e hipnótico, eran, para los que no teníamos mucha experiencia, un universo nunca visitado. 

Cuando llegó a las tiendas Ritual de lo habitual ya teníamos los oídos casi acostumbrados a todos aquellos sonidos y el grupo no cambió la fórmula. Tocados por la inspiración de su debut en estudio, tras un primer disco en directo editado en 1987, los Jane’s se metieron a grabar su continuación en 1989. Y no fue un proceso fácil. Para empezar, se vivía un clima de tensión casi irrespirable entre el bajista Eric Avery y Perry Farrell. Las sesiones, de hecho, comenzaron sin el vocalista, que terminaría incorporándose a ellas, eso sí, sin coincidir en la sala con Eric. Por si esto fuera poco, los problemas con las drogas tuvieron también su protagonismo: el cantante había decidido limpiarse, pero el guitarrista Dave Navarro no siguió su ejemplo y su adicción a la heroína era cada día más preocupante.

 

Una cápsula furiosa

Finalmente, el 21 de agosto de 1990 salía a la venta el disco. No se habían movido de los postulados de Nothing’s shocking; en todo caso, habían ido un poco más allá en cada uno de los caminos que habían señalado un par de años antes. El impacto de lo desconocido ya no iba a estar en aquella grabación, pero dio igual, el álbum tenía todo lo que nos voló la cabeza de su debut y algo más. Dave Jerden y el propio Farrell le dieron forma a las nueve canciones que conforman una de las obras más rompedoras de una década que fue pródiga en ellas. 

«Señores y señoras, nosotros tenemos más influencia con sus hijos que tú tienes, pero los queremos. Creado y regado de Los Angeles: Juana’s Adicción». Así, con esta parrafada inicial en un mal castellano, reclamaban nuestra atención desde el primer segundo. El riff que seguía a la introducción, el de “Stop!”, pone la maquinaria en marcha. Toda una explosión de sonido con subidas y bajadas de ritmo, una cápsula furiosa que sirvió como tarjeta de presentación del trabajo. 

El inicio arrollador marcaba el sonido de aquella primera cara. La base rítmica, con Stephen Perkins y sus baquetas y Eric y su bajo, omnipresente, propulsan a la bestia en cinco canciones sin respiro. “No one’s leaving” sigue la línea de la inicial y no baja ni un ápice el nivel, mientras que “Ain’t no right” comienza juguetona y pronto deja las cartas encima de la mesa para darle forma a una trilogía inicial a tope de velocidad y potencia.

Había que esperar a «Obvious» para degustar otros sabores y escuchar a la banda, bajando un par de velocidades, al tiempo que le daba una capa de barniz psicodélico a la canción que sube y sube en intensidad con un Farrell que derrocha facultades y pone a prueba sus cuerdas vocales. Sublime. 

A estas alturas y para cerrar la cara A casi se hacía necesaria la presencia de un tema como “Been caught stealing”, lo más parecido que tuvo el grupo a un éxito en las radios. Aquel vídeo sí se vio en MTV y la canción entró en listas. Una buena puerta de entrada al mundo mágico de los angelinos. Seguramente, muchos se familiarizaron con la canción de una digestión no muy complicada y se evitaron el susto inicial de entrar en el mundo Jane´s de golpe como nos pasó a otros. 

 

Cara B

La primera cara ha terminado. Es hora de darle la vuelta al artefacto. Y lo que viene al otro lado podría ser la creación de otro grupo. Definitivamente, Ritual eran dos obras en una. Y muy grandes. La segunda se abre con “Three daye”, que contiene, a lo largo de sus casi once minutos, todo lo que eran Jane’s en 1990. Son varias canciones en una, múltiples influencias plasmadas en un título gigante. Definitivamente, los de Farrell lo tenían. En manos de otros, toda aquella amalgama de sonidos en la que el rock más fiero convivía con lo —con perdón— casi progresivo, podía terminar convertido en un pastiche, pero ellos hacían gala de ese punto de genialidad loca que les permitía cocinar una obra mayúscula.

Una canción que, como el fin de semana que recrea, parece no tener fin. Porque “Three days” habla de aquellos días, cargados de sexo y drogas, junto a su entonces pareja Casey Niccoli y Xiola Blue, una amiga homenajeada aquí a título póstumo. Los ocho minutos de “Then she did” también ahondan en la muerte de Xiola y en el suicidio de la madre de Perry cuando este apenas tenía cuatro años. Cuerdas, magia, melodías nada convencionales… pura inspiración.

Xiola Blue y la historia de “Three days”, centro de la obra por méritos propios, también están presentes en la portada, en la que aparecen el cantante junto a su amiga, fallecida en 1987, y a su novia, en actitud amorosa. La censura no lo vio con buenos ojos y cumplió con su parte, así que el grupo se vio en la obligación de sacar al mercado un envoltorio alternativo para el disco, uno completamente blanco sobre el que, con letras negras, se podía leer el nombre de la banda, el título del elepé y la reproducción del texto de la primera enmienda a la Constitución de Estados Unidos, aquella que consagra la libertad de expresión tantas veces pisoteada. 

El imaginario que remite a la santería, también protagonista en el arte original del disco, reinaba sobre las tablas de la Sala Universal Sur de Madrid aquella noche de 1991 en la que Jane’s ofrecieron un concierto que muy pocos de los allí presentes olvidaremos. Todo nos remitía a mundos enigmáticos, era difícil saber lo que pasaba por la cabeza de aquellos tíos, de qué se nutrían para dar a luz a todo aquel torrente artístico. Perry, con su voz tocada, gastaba hasta su última gota de energía; Eric y Dave terminaron la noche besándose en escena y Stephen, ya sin sus ropajes de escena, tirándose desde el escenario sobre unos cuantos fans que todavía nos preguntábamos qué había ocurrido allí y cómo volver a casa desde Leganés a esas horas. 

 

Fin de su historia

Volviendo al disco, aquello se cerraba con “Of course”, con el violín marcando la pauta, y “Classic girl”, una preciosa balada ideal para ir aterrizando. Y, lo que son las cosas, terminaría siendo la última canción grabada por aquellos Jane’s, los de la etapa mágica del grupo. 1991, el año de su actuación española, sería el último de su primera andadura. Los problemas internos, traducidos incluso en algún encontronazo a golpes entre Perry y Dave en plena actuación, precipitaron el fin de una formación que vivía su mejor momento y que veía cómo sus canciones empezaban a sonar con asiduidad para una audiencia más numerosa.

Cuando todo parecía haber terminado, Perry puso en marcha Porno For Pyros y se lanzó a cultivar su faceta empresarial. Ni en ella ni en Dave Navarro convertido en celebrity, personaje televisivo o guitarrista a sueldo de RHCP— quedaba rastro alguno de aquellos seres que parecían aterrizar desde otro planeta. Con todo, los dos notables discos de los Pyros fueron mejores que las reencarnaciones discográficas y en vivo de unos Addiction que no han vuelto a ser ni la sombra del excitante grupo que sacudió a muchos allá por 1988. 


Anterior entrega: Sonic Youth: Goo, una historia de éxito gradual.

 

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