Nacho Vegas: «En el disco hay una reivindicación de la ternura como algo necesario»

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«Tenemos derecho a quejarnos porque la vida, a veces, es una mierda. Es imperfecta por definición»

 

A propósito de su recién estrenado álbum, Mundos inmóviles derrumbándose, hace apenas dos semanas, encontramos el pretexto perfecto para abordar a Nacho Vegas. Para hablar de sus nuevas canciones, por supuesto; pero también para viajar de su mano hasta la esencia y el sentido de la música, hasta sus inicios en el arte de hacer canciones, hasta sus conclusiones políticas y hasta el sueño de un mundo mejor. Por qué no. Miguel Tébar A. charla con él.

 

Texto: MIGUEL TÉBAR A.
Fotos: ASÍS AYERBE.

 

Quedamos con el asturianu D. Ignacio González Vegas [Gijón, 9 de diciembre de 1974] en la oficina madrileña de su nueva discográfica bilbaína. Obviamente, nuestra cita cumple con los planes de contingencia en materia sanitaria que azotan a la música en directo. Pantallas y aplicación de videoconferencia mediante, saluda sonriente y paciente. Coincidiendo con el lanzamiento de Mundos inmóviles derrumbándose [Oso Polita, 2022], su octavo álbum de estudio (en solitario), charlamos durante media hora. Aunque la transcripción de cualquier conversación con Nacho Vegas seguramente daría para leer y debatir todo un día.

Siguen siendo días inciertos y la responsabilidad, para un líder como él, de tener que salvaguardarse ante una inminente gira, debe de pesar de alguna manera. «En realidad, todos estamos un poco alerta, cualquiera de las personas que está involucrada es necesaria. Hemos tenido que suspender unos ensayos en Barcelona porque Manu Molina, nuestro baterista, cogió el bichín. Así como cancelamos parte de las entrevistas presenciales para minimizar riesgos».

Por su trayectoria pudiera parecer una condición eso de cambiar de sello con cada década (Limbo Starr, 2001 – Marxophone, 2011 – Oso Polita, 2021), pero Vegas piensa que ha sido algo arbitrario y aprecia que se cumplieron ciclos: «Aunque trabajes con gente maravillosa, hay un momento en que se han de cambiar las relaciones, precisamente para que estas sigan siendo cariñosas. En mi último caso ha sido más que sustancial (músicos, técnicos, oficina, etc.) lo que me hizo ver el significado de reiniciar y reinventarse cada poco. En cada etapa he aprendido a establecer vínculos personales y dinámicas de trabajo. Algo necesario para ir avanzando».

Atendiendo a las fechas, sus Actos inexplicables [Limbo Starr, 2001] cumplieron veinte años durante esta pandemia, como también han pasado tres décadas ya desde que comenzara a hacer música en inglés con Eliminator Jr. ¿Es un buen momento para celebraciones? «Permíteme puntualizar que, mi salida de la banda citada, tanto como de Manta Ray, fue la discrepancia por cantar en inglés cuando yo la entendía errónea. No me gusta mirar atrás, sobre todo huyo de la nostalgia, pues creo que es un poco peligrosa; como cuando te piden hablar del 15-M, el cual ya debería estar bien enterrado, en un momento como este en que hay muchas luchas, en muchos frentes y con muchas trincheras desde las que combatir otros problemas más graves. Sí, me gustó que pasaran desapercibidas mis efemérides; aunque aprovechamos para sacar el disco Oro, salitre y carbón [Oso Polita, 2020] sobre mi experiencia de trabajo durante un década en Marxophone, una plataforma de autoedición colaborativa que refleja, a través de canciones que hablan de cómo cambiar tu vida y el mundo en el que vives, cómo han cambiado los años diez de este siglo. Años empezaron de una manera, pero acabaron de otra muy diferente. Ese modo de mirar hacia atrás para buscar perspectiva ciertamente sí me gusta».

 

«Cada canción es como tantas interpretaciones se hagan de ella. Tiene más que ver con la resignificación del momento que con la nostalgia»

 

Sin ánimo de incidir, pero aprovechando la edición mediante micromecenazgo del libro La Plaza. Confesiones de un bar musical, escrito por Luis Argeo, Nacho se anima a traer algunos recuerdos sobre su pelo largo. «Fue un local de educación musical y social para mucha gente de una generación. Entre los 15 y los 25 son esos años iniciáticos en los que cualquier estímulo te deja una huella indeleble. En el excesivamente visibilizado Xixón Sound todo era emocionante, a la par que precario. Una escena bastante fugaz, en la que la mayoría de sus protagonistas acabó marchándose de Asturias por la situación económica que dejó la reconversión industrial», explica.

Y ya que echamos la vista atrás, parece oportuno conocer cómo aquel protagonista aprecia su propia colección de letras en la actualidad. «La verdad es que, cuando te enfrentas a una gira, es cuando vuelves a escuchar tus anteriores discos, lo cual es una experiencia bastante reveladora, puesto que valoras aspectos que habías menospreciado con el paso del tiempo. Lo bueno de la música es que, cuando reinterpretas las canciones con unos músicos distintos a aquellos que las grabaron, precisamente son ellas las que se reinventan y es como si las estuvieras cantando por primera vez. Cada canción es como tantas interpretaciones se hagan de ella. Tiene más que ver con la resignificación del momento que con la nostalgia».

 

Los viajes de la música

Por detenernos en alguno de los nuevos títulos, la preciosa “El don de la ternura” reincide en el concepto de la soledad; nada nuevo en su obra, por lo que podría llegar a pensarse que el autor tiene alguna receta para quienes involuntariamente se acompañan de ella. «Con lo que ha pasado en los últimos años, he sido consciente de una dimensión de la soledad para mí antes desconocida. Cuando se experimenta por imposición, no por elección, es algo muy doloroso que puede llegar a bloquearte y asfixiarte. No creo que haya receta contra eso, pues forma parte de la vida. Hay que cantar este tipo de cosas para combatirlo, no para regocijarse en ello; gritar para sentirnos vivos y poder seguir luchando contra esa tremenda infelicidad. Eso es más importante que esconder los sentimientos y hacer ver que no existen. Tenemos derecho a quejarnos porque la vida, a veces, es una mierda. La vida es imperfecta por definición».

Hablando de buscar soluciones, en su relevante sencillo en colaboración con las boricuas Mancha ‘e Plátano, esto es lo que entona: «Ahora es blanca, hoy la flor de la manzana. Pero llegará un mañana, cuando la fruta se emballa. Luego queda la magaya, y será nuestro el licor». Cada vez más consciente de llamar la atención sobre Latinoamérica, subraya lo receptivos que son al otro lado del Atlántico con “los artistas llegados del Estado español”: «Sin embargo, aquí no correspondemos tanto a grupos que vienen de allá y tienen una riqueza popular tremenda. Ojalá que aún estuviera más de moda la música latina. Aún sigo escuchando el cliché, seguramente inocente, de identificar reguetón con música mala; o cuando alguien pregunta “¿qué tipo de música te gusta?”. Esperar la respuesta “a mí solamente la buena”. Como si se pudiera establecer una clara división entre la buena música y la música de mierda. Tenemos que tener los sentidos bien abiertos y cierta capacidad de absorber muchas cosas para no volvernos reaccionarios. No quiero estar, como algunos, “de vuelta”. Prefiero el lema que llevaba un técnico en su camiseta “Tanta música y tan poco tiempo”. Sin duda, hay tanta música por descubrir, pero tan poco tiempo en la vida, que hay que aprovecharla. La música siempre te abrirá nuevos horizontes, dándote la amplitud de miras que te proporciona escuchar otros sonidos y ritmos diferentes. Hay que estar siempre alerta y no pensar que lo sabemos todo. La humildad es una virtud importante».

Cuando Nacho Vegas lleve dados dos tercios de los conciertos por acá, viajará a México para ofrecer nueve recitales junto a su flamante nueva banda, formada por Hans Laguna, Ferrán Resines y Cristian Pallejá, con los habituales Joseba Irazoki y el citado Manu. Desde su disco al alimón con Bunbury, parece que también lo estiman en la frontera con los Estados Unidos: «La fortuna que tuve durante El tiempo de las cerezas [EMI, 2006] de pisar por vez primera México de la mano de Enrique, fue saltarme al menos un par de pasos. Siempre es un placer tocar en aquel país porque la gente lo vive de otra manera. Aquí parece que veamos el concierto de una manera analítica y, a veces, nos olvidamos de sentirlo. En general, en las distancias cortas el público de allí es más respetuoso, a la vez que apasionado. Algo que se transmite a quienes estamos sobre el escenario, lo cual nos influye bastante en el ánimo y, sinceramente, yo lo prefiero».

 

 

«Intento, con mi trabajo en la música, acompañar en lo posible a ciertos movimientos sociales»

 

La rock star zaragozana nunca crea indiferencia: «Muchas veces sobrevaloramos la innovación o ser especialmente originales, cuestiones que se escuchaban mucho en la escena indie cuando, en realidad, éramos todos miméticos. En la cultura hemos de ser conscientes de que todos venimos de otros. Tenemos que saber que la música popular es una cadena larguísima en la que nosotros somos un eslabón muy pequeño y que todo lo que haremos tiene que ver con saberes y conocimientos compartidos. Con la aparición de la música grabada, la industria musical creó un celo especial con el tema de las autorías, que reconozco me repele un poco. La música popular durante miles de años se ha transmitido de forma oral reescribiéndose. Las canciones les pertenecían al pueblo, no a quien comenzó a escribirlas mientras estaban de duelo, de celebración o haciendo trabajos realmente dolorosos. Se cantaba no por el éxito, sino por necesidad de hacerlo. Los pueblos y sus gentes necesitamos cantar, es innato a nuestra existencia. Tenemos que recuperar esa pureza y pensárnoslo un poco más antes de juzgar con tan mala hostia el trabajo de los demás». Seguramente sea una buena lección para demostrar empatía con los sometidos a escarnio público.

 

Canciones, activismo y libertad

Tras escuchar canciones como “Big crunch” promocionada como villancico anticapitalista durante las pasadas Navidades, sobraría preguntarle si sigue ejerciendo políticamente. Pero, ¿y un consejo a quien pierde la esperanza en el intento? «A veces la militancia activa, en espacios de la izquierda, termina quemando mucho; de ahí que la gente salga escaldada. Hay que buscar el sitio más bonito posible o en el que te encuentres más cómodo militando. Lo mío está asociado al activismo. Intento, con mi trabajo en la música, acompañar en lo posible a ciertos movimientos sociales o a las movilizaciones de mis compañeros y compañeras anticapitalistas. Ahora nos queda reconstruir muchos vínculos sociales y colectivos con fuerza transformadora. No hay que perder esa energía ni las ganas de luchar. Cada vez es más peligroso resignarnos y acabar imbuidos en las actitudes profundamente reaccionarias que todos llevamos dentro. Lo que yo llamo nuestros mundos inmóviles. Hay que saber derrumbarlos para construir otros nuevos. Con la edad cada vez nos cuesta más, pero hay que vencer esa inercia y ser revolucionarios toda la vida».

Aunque la pandemia haya desplazado el foco sobre la libertad de expresión, no es difícil preguntarse si nuestro cantautor alternativo ha temido, alguna vez, por la dureza del código penal en supuestos Delitos de Opinión, amparado por la Ley Orgánica de Protección de la Seguridad Ciudadana: [risas] «No. Pero es aberrante que gente por sus ideas, sean cuales fueren, estén en la cárcel como Hasél, exiliados como Valtònyc o perseguidos judicialmente como algunos miembros de La Insurgencia. El estado en su faceta más represiva, aunque sea tremendamente siniestro, parece estúpido. Su manera de advertir “¡Cuidado con lo que dices!” es casi infantil, si no fuera porque acaba en tragedia. ¿No se dan cuenta que generan el fenómeno Streisand continuamente? Casos que pasarían desapercibidos provocan movilizaciones masivas, así como la solidaridad del gremio para seguir denunciándolo y que no se normalice, tal como quieren conseguir. No puedes permitirte el lujo de que te afecte, tienes que mostrar lo que te salga de las entrañas».

 

El nuevo disco, Mundos inmóviles derrumbándose

Escuchando las nueve canciones originales del notable disco que ha servido para mantener esta entrevista, aparecen explícitamente santa Nina Simone e implícitamente san Willie Nelson. A los que Nacho, evidentemente, añade otros nombres mayúsculos: «Junto a ella estaría muy bien venerar a Violeta Parra, Chabuca Granda o Chavela Vargas. Y junto a él, Woody Guthrie, Pete Seeger o Chicho Sánchez Ferlosio… Este trabajo de músico es muy colaborativo y hay que saber dar para poder recibir. He tenido la suerte de compartir experiencias con gente como los leones –León Benavente–, de quienes he aprendido mucho gracias a su sabiduría. Tanto como de la sensibilidad de los músicos que actualmente me acompañan. Aunque el curro principal de un autor de canciones suela ser en soledad, en el momento en que las compartes, crecen de manera insospechada».

El vacío que nos dejan personas queridas se puede apreciar en la canción “Ramón in” o en la adaptación al asturiano del sobrecogedor “Summer’s end”, compuesta por John Prine (junto a Pat McLaughlin) para el último disco en vida del respetado cantautor estadounidense de country y folk. «Las canciones afectivas que hablan de una pérdida, suelen ser individualistas. No se enfrentan al duelo desde el colectivo. Pero si queremos que sigan perviviendo entre nosotros, tenemos que hacerlo a través de una memoria grupal, creando grupos de apoyo mutuo en los que salga a relucir lo que nos aportó. Otra manera es a través de las canciones, permitiendo que el recuerdo sea más largo de lo habitual». Por el momento, “Muerre’l branu” únicamente está disponible en formato físico, por desacuerdo editorial al considerarse modificación de obra original.

Para concluir, le pedimos si sería capaz de compartirnos un pensamiento positivo: «Bueno, ehm… Sí, claro… A pesar de que el disco que acabo de sacar parte de momentos muy complejos, y algunos especialmente dolorosos, pienso que hay una reivindicación de la ternura como algo necesario que infravaloramos frecuentemente. No solo es un don, sino que también es un arma poderosa que deberíamos empuñar todos».

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