Músicos en la sombra: Eric Jiménez, en los tambores de Lagartija Nick, Los Planetas y Los Evangelistas

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“Mi seña de identidad es una gran pegada y cambiar mucho los acentos para despistar un poco dónde está el pulso del ritmo”

Hombre de grupo, Eric Jiménez milita al mismo tiempo en Lagartija Nick, Los Planetas y Los Evangelistas. Así que no es un desconocido, sino todo lo contrario, pero Arancha Moreno nos ayuda a saber más de él.

 

Una sección de: ARANCHA MORENO.

 

Se hizo batería aporreando bombos sin pedal y latas de pintura, y a esa profesión le ha dedicado los últimos treinta años de su vida. Eric Jiménez se inició en el punk, con el grupo KGB, y en el 91 fundó su propio proyecto con Antonio Arias: Lagartija Nick. Desde finales de los 90 es, también, batería de Los Planetas: alterna en las dos bandas, entre otros proyectos. Entre sus muchos trabajos, Eric confiesa la importancia que tuvo el disco «Omega», el álbum que grabaron Lagartija Nick con Enrique Morente. Fruto de aquella relación –y en homenaje póstumo al cantaor– nació en 2011 la banda Los Evangelistas, que interpretan temas de Morente en lo que llaman sus “misas sónicas”. Nos vamos por teléfono hasta su Granada natal, donde sigue viviendo, tocando y dando clases de batería.

¿Cuándo te sentaste a la batería por primera vez?
Probablemente fuera en el 79. Unos amigos míos tenían una especie de batería: no había pedal de bombo, los platos eran dos hierros metidos en unas latas de pintura con cemento… Me iba allí a tocar los platos en las macetas de cemento y el bombo sin metal. Por culpa de eso, llegué a adquirir mucha muñeca pero no tenía ninguna técnica para darle al pedal. Cuando me senté en una batería de verdad y vi que tenía pedales se me vino el cielo encima.

Así que era una batería un poco arcaica, pero descubriste que te gustaba la percusión.
Me gustaba muchísimo. Otros baterías tenían como ídolos a Stewart Copeland o John Bonham, pero para mí el icono era “el tonto de Mariana”, un tonto que tocaba una lata en la plaza de Mariana Pineda, en Granada. El muchacho iba detrás de las procesiones con una lata y me inspiró. De hecho, le quité el puesto, y luego se lo quité a otros más listos que él. Era un esperpento granadino al que tengo mucho cariño, le debo mucho a él. Ahí empecé a curiosear con la batería. Uno de los ritmos que más me impactaron al principio fue el ‘My sharona’ de The Knack, allá por finales de los 70.

¿Te formaste en escuelas o de forma autodidacta?
Fui autodidacta, empecé a tocar muchísimo. Empecé tocando punk, era lo más fácil de tocar. A base de ensayar mucho con muchos grupos, y de escuchar mucha música, fui aprendiendo más. Cuando empecé a estudiar fue cuando decidí impartir clases, en el 97. Abrí una escuela en un estudio de grabación. Me asocié con un batería amigo mío, que había acabado la carrera de percusión, y aprendí muchísimo de él. Estudié varios métodos de batería para confeccionar uno que le sirviera al batería para hacerse batería en directo y de estudio sin perder mucho el tiempo.

¿Es la escuela que tienes abierta ahora?
No, ya no doy clases allí, ahora las doy en otro estudio de grabación y en varios colegios que me ceden espacios para los alumnos que tengo. Suelo tener una media de cuarenta alumnos mayores, y luego están los pequeños, a los que les doy percusión como un juego. Hay que tener cuidado al impartirles disciplina para que no aborrezcan el instrumento.

¿Crees que hay un «sonido Eric Jiménez»?
No lo sé, no soy el adecuado para decir eso… Tengo mis influencias, y puede que haya chavales que estén influenciados por los discos que he grabado. No sé, ¡me viene muy grande esa pregunta! Yo he sido siempre un batería de pegada fuerte. Me gustaban mucho los grupos after punk de los 80. Me gusta mucho la actitud en un batería. Con el tiempo, he ido enriqueciéndome en sensibilidad, y es muy bonito conocerla, pero mi seña de identidad es una gran pegada y cambiar mucho los acentos en los ritmos para despistar un poco dónde está el pulso del ritmo.

Hablando del punk, fue la música de tus inicios, como batería del grupo KGB en los 80. ¿Cómo recuerdas esa época?
Fue sobre el 82, 83, firmamos con DRO, y uno de los primeros conciertos que dimos fue en la sala Rock-Ola, en la presentación del disco «Navidades sadioactivas». Tocaban también Glutamato Yeyé, Siniestro Total… Lo recuerdo con muchísimo cariño, después de haber estado desconectados por la falta de información musical, había unas ganas tremendas de romper. Y después de consumir tanto rock sinfónico, era una maravilla escuchar a gente como los Sex Pistols o Siouxsie and the Banshees. Veías que todo el mundo podía tener un grupo, y que del sonido sucio y de la potencia se podía hacer algo contundente, con armonía, bello y elegante.

Después de KGB, ¿qué pasó?
Hice performances, vi una obra de la Fura del Baus que se llamaba «Suz o Suz» y se me fue un poco la olla, y empecé a hacer percusiones proyectando imágenes del corazón de Jesús con películas pornográficas. Iba con una sierra mecánica y con cajas de ritmos, pero estaba peligrando mi vida demasiado y dejé la fontanería, los barriles, las películas porno y lo eclesiástico, y montamos Lagartija Nick.

¿Cómo fundásteis Lagartija Nick?
Al principio la montamos Antonio [Arias] y yo, y tocábamos solos. Él había dejado 091 y había provocado un caos, nadie quería tocar con nosotros. Nos costó conseguir guitarristas, hasta que conocimos a Juan Codorniu, de Algeciras, y luego conocimos a M.A.R. Pareja y esa fue la formación.

¿Con qué idea formáis la banda?
Yo venía del punk, demasiado agresivo, y Antonio venía de algo demasiado pop. En aquella época existían grupos intermedios, de caracterización punk pero con melodías bonitas, y eso es lo que queríamos: algo con fuerza pero con armonía. Éramos los benjamines de cada grupo, dos chavales que querían hacer su propio sueño, no estar en los sueños de otros.

Lo conseguisteis, de alguna manera.
Sí, estoy muy contento con muchos discos de Lagartija Nick, y de los directos. No hemos sido un grupo de masas, pero la calidad artística ha ido por encima de todo, y eso es muy reconfortante. Probablemente otros grupos más masivos que nosotros, cuando estén en su casa y repasen su discografía sientan vergüenza ajena.

¿Merece la pena luchar por la calidad, aunque no conlleve un público masivo?
Para comprarte un chalé, vale más la masa. Pero para sentarte tranquilo en tu casa, y repasar tu discografía, vale más la calidad. La gente a nivel masa no se debe buscar nunca, uno tiene que ser fiel a lo que quiere hacer. Si tienes la gran suerte de que le gusta a la gran mayoría, pues bingo. Hay que arriesgar mucho, en esta profesión no sabemos qué va a pasar al año siguiente. Ya estamos asumiendo el riesgo de la supervivencia, no tiene sentido dejar de arriesgar en lo artístico.

Habéis cumplido veinte años, y os habéis juntado de nuevo la banda original, a ofrecer varios conciertos. ¿Cómo han sido esos encuentros?
Muy bien, como ya nos conocemos vamos con muchísimo respeto. El sonido es más poderoso, porque hay veinte años de experiencia. Es muy reconfortante para Antonio y para mí, porque algunos temas que tocábamos al principio, al tocarlos con ellos otra vez hemos recuperado matices que estaban en el disco y que ya habíamos olvidado. Refresca la memoria, y da un aire melancólico.

En todo este tiempo, también hiciste un parón en la banda, ¿por qué te fuiste?
Falté tres discos, los únicos tres que hicieron un acercamiento al metal. Lo poderoso como el trueno me la pela. Y les dije que ahí se quedaban. Volví cuando lo cañero se acercaba a un punk-pop.

¿Así que dejaste la banda por una cuestión de estilo?
Bueno, dos cosas. Estábamos grabando el “Omega” con Enrique Morente, y nos absorbía tanto tiempo que dejamos bastante de lado el grupo. Para mí era un experimento, después el maestro tenía que seguir cantando flamenco y nosotros haciendo rock and roll, que era lo nuestro. Antonio se involucró tanto con el proyecto que abandonó un poco Lagartija. Y cuando volvimos, las canciones eran de Miguel, que tenían un tratamiento más trash, habían metido otro guitarrista… No me parecía bien ese parón, era partidario de seguir con lo de Enrique pero también seguir con lo nuestro. No me apetecía tocar ese tipo de canciones. Pensé ir a Madrid a ofrecerme, pero justo se fue el batería de Los Planetas, y el manager me propuso ir con ellos.

“Imaginamos que podíamos hacer un disco como si nosotros fuéramos el Empire State, y Enrique Morente estuviese cantando en lo alto del Empire State. Queríamos hacer un disco con guitarras de ruido, muy modernas, y ahora casi suena actual”

Antes de entrar de lleno en Los Planetas, háblame de la grabación de «Omega», con Enrique Morente. Supongo que fue un disco muy importante para ti…
Es uno de los discos más importantes de mi vida. Fue increíble, hubo una conexión especial entre Enrique y nosotros. Él había estado viviendo mucho tiempo en Madrid, vino a Granada y le conocí una noche en un bar. A las cinco de la mañana empecé a hacer percusiones en lo alto de una barra y me dijo que estaba pasado de vueltas, pero que eso era bueno. Yo le propuse hacer algo. Quedamos varias veces, y hablamos de la posibilidad de que cantara un tema con nosotros en el disco “Sur”. Vino al ensayo, empezó a cantar, nosotros a hacer ruido… Le gustó mucho, y a nosotros también, y decidimos hacer un disco. Fue entrañable, nos encerramos con la familia, estaban Estrella, Quique… Eran niños. Todo era muy familiar y muy caótico. Mientras grabábamos en Granada, Isidro Sanlúcar estaba grabando en Sevilla, y otra persona en otro sitio. Enrique decía, “¡Anda, se me ha olvidado que tengo a Manolito grabando en Portugalete!”. Y de pronto llegaba una factura del estudio de dos meses… Sabíamos que se estaba fraguando algo diferente. Admirábamos la faceta más mística de Morente: poemas de San Juan de la Cruz, nos recordaba al misticismo de la new wave de grupos de los 80. Él venía del flamenco, y nosotros en esa época escuchábamos a Sonic Youth y éramos amantes de Lorca. Imaginamos que podíamos hacer un disco como si nosotros fuéramos el Empire State, y Enrique estuviese cantando en lo alto del Empire State. Queríamos hacer un disco con guitarras de ruido, muy modernas, y ahora casi suena actual. Queríamos darle otra textura diferente de los grupos de Sevilla, con todo mi respeto. Huíamos del blues y de todo lo sureño.

¿Teníais la sensación de que era un experimento arriesgado?
Totalmente. Me acuerdo de la canción ‘Son de negros en Cuba’, que está grabada y no la hemos editado. Yo me fabriqué una batería con un bombo Repsol, le puse un pedal de bombo, cogí varias latas, unos platos… Hice un híbrido entre una batería de chatarra y una de verdad. Decían que estaba loco, pero es absolutamente genial. Además, para una canción como esa, qué mejor percusión que algo callejero, ya que en Cuba no todo el mundo tiene batería ni congas. Cada canción se trató con una textura y un universo totalmente diferente.

Esa batería fabricada me recuerda a tus inicios…
¡Era una espinita que tenía que salir por algún sitio! Me gustó tanto la Semana Santa de chico, que el ritmo de la canción ‘Omega’ está sacada de la procesión del silencio que sale la noche del jueves santo en Granada. Hay una melodía, del tambor, que llevaba mucho tiempo deseando meter en una canción. Y ahí lo metí.

Aquel disco con Enrique fue el inicio de otra de tus bandas actuales, Los Evangelistas…
Sí, y el inicio de la influencia de Los Planetas, “La leyenda del espacio”.

Vamos a adentrarnos primero en Los Planetas. Comienzas con ellos grabando “Una semana en el motor del autobús”, en 1998. Buen despegue…
En realidad me llamaron en el disco anterior, para grabar unas canciones en “Sur”, porque el chaval que habían metido no tenía mucha experiencia. Lo hice en calidad de colega y de músico contratado. Cuando acabé “Omega”, ellos acabaron la gira, se fueron May y Raúl y me metí yo.

Y el primer disco que vives íntegramente con ellos lo grabáis en Nueva York.
Fue un comienzo chulo, pero un poco difícil. Solo quedaban Jota y Florent, teníamos un bajista nuevo y algunos de los miembros de la banda andaban con la salud tocada por las drogas, aquello estaba a punto de estallar. Pero creo que gracias a esa presión sacamos un gran disco. Vivimos como en una ficción, cuando estás trabajando con un grupo y hay gente metida dentro de la droga hay momentos surrealistas, vidas paralelas totalmente.

Sin embargo, fue uno de vuestros discos más aplaudidos.
Sí, es uno de los que más me gustan. El otro que más me gusta es “Súper 8”, no lo grabé yo, pero los dos discos se acercan a la música que escuchaba cuando era un chavalín y la que escucho ahora, con texturas más parecidas al rock oscuro y fuerte.

Después de aquella grabación tan intensa, ¿volvéis a conformar un sonido?
Creo que sí. El sonido Planetas lo tenían limado, pero le faltaba contundencia en la base rítmica. Cuando entró Kieran, que era muy buen bajista, ayudó a que Jota y Florent se soltasen y desparramasen. No quito mérito a la base rítmica que hubo al principio, quizá tenían un punto amateur y fresco que no lo tenían conmigo.

En la última década has combinado los dos grupos, Lagartija Nick y Los Planetas. ¿Cómo llevas esto de formar parte activa de varios grupos a la vez, sin ser un músico contratado?
Me involucro mucho más si soy miembro del grupo. Cuando no tengo nada que hacer, soy contratable si me gusta la banda, mientras no interrumpan los proyectos de las bandas que yo tenga. Es muy importante sentirte creador de las cosas que haces, si te contratan quizá te digan el tipo de batería que quieren, y yo soy muy loco, me gusta mucho volar y arriesgar.

Por otro lado, Lagartija Nick y Los Planetas os entremezcláis en otros proyectos también…
Los bares unen mucho. Granada es muy pequeña, y en cada colocón que pillas hay otro proyecto. Por eso ahora salimos menos.

¿Qué hay de Napoleón Solo?
Fueron unos chavales que me llamaron mucho la atención. Me limité a echarles una mano, les puse en contacto con un manager, con una compañía, no tenían batería y les grabé un disco. Ahora ya tienen batería, compañía, disco… Y que vuelen ellos, son un grupo buenísimo, están triunfando en México y les va a ir muy bien.

Nos hablabas antes de vuestro trabajo con Enrique Morente, y tras su muerte habéis formado un grupo que le homenajea de alguna manera, Los evangelistas. ¿En qué consiste?
A raíz de la muerte de Enrique nos llamaron de La Noche Blanca del Flamenco, para proponernos que hagamos el disco “Omega”, pero yo me negué, porque un “Omega” era con él. Entonces nos dijeron que hiciéramos un homenaje rockero a Enrique. También llamaron a Jota [de Los Planetas] para proponerle que se juntase con Lagartija a hacer algo. Lo preparamos, a la familia le gustó muchísimo, y salió tan bien que nos dio pena que se quedase ahí. Con el beneplácito de la familia grabamos esas canciones y entre todos hemos hecho una gran familia: Aurora ha hecho la portada, Soleá se ha estrenado a nivel artístico, estuvo Carmen Linares… Nuestro fin era “evangelizar” su obra, todo el mundo conoce al Enrique cantaor, pero la mayoría de los flamencos no conocen las canciones de Enrique. Cogimos sus canciones y les dimos una textura pop, con una buena producción, para llegar a más gente fuera del flamenco. Nuestro fin era girar en entornos bonitos y dar a conocer su obra.

¿La banda va a tener más proyección?
En los tiempos que corren, bien poca. Casi todas las actuaciones que hacemos son de empresa. Nos negamos a hacer este homenaje al lado de un perro piloto en una feria, ni en un festival con siete grupos. Nosotros hacemos una misa sónica, llevamos bastantes velas, incienso… Es algo muy místico, y no vamos a hacer un concierto que rompa esa magia.

Al margen de estas bandas, has grabado y colaborando con otros grupos, ¿cuáles?
He sido miembro de Tarik y la fábrica de Colores y de Napoleón Solo… Y me he subido con mucha gente. En los dos últimos años de Enrique, él llevaba el tablao y me llevaba a mí para tocar tres canciones. Siempre era muy valiente, lo hacía surrealista del todo. También he grabado con Niza, Clovis, Los Enemigos… Con muchos amigos. Lo último que he grabado es con Cuatrocientos Golpes, está muy bien el grupo.

¿Mantienes siempre las puertas abiertas al aprendizaje?
Sí, de todo hay algo que aprender, lo que pasa es que puede que sea un poco talibán a la hora de expresarlo. Puede que me fije en muchas técnicas del jazz y las emplee de manera diferente. El jazz es una de las músicas que más respeto, pero también de las que más me aburren. Creo que los que más la disfrutan son los que están tocando.

A día de hoy, ¿en qué estás inmerso?
En mis alumnos de batería, en talleres de percusión que voy a mover por toda España, para crear cantera. Estamos preparando el segundo disco de Los Evangelistas con Soleá Morente, el nuevo disco para Lagartija, viendo algunas canciones para Los Planetas y haciendo un set de DJ y percusión para ir por salas. ¡Pronto me venderé por ahí!

A tope de trabajo…
A tope de proyectos, ¡de trabajo ya te diré! Pero no me puedo quejar, vamos sacando cabeza.

¿Hay alguna cosa que te apetezca hacer cuando tengas la oportunidad?
Me gustaría hacer una obra de percusión, un montaje a lo “13 rue del Percebe”, viendo a todos los inquilinos de la casa, pero dirigido a un ámbito de percusión. Nada tribal, más de la quinta manzana. La llamaría “La exhibición de atrocidades (La importancia de llamarse Ernesto y la gilipollez de llamarse Eric)”, porque mi verdadero nombre es Ernesto. De pequeño me pelaron y me dejaron como un erizo, y desde entonces me llaman Eric.

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