Muere Dr. John, el gran espíritu blanco de los pantanos de Luisiana

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«Se ha apagado la garganta grumosa de Malcolm Rebennac, una garganta tan negra como el más negro de los tugurios de Crescent City»

 

Luis Lapuente escribe con rapidez este obituario de urgencia para despedir a toda una leyenda de Nueva Orleans: Dr. John.

 

Texto: LUIS LAPUENTE.

 

Hablar de Malcolm John Rebennac, alias The Night Tripper, alias Dr. John, es nombrar a una leyenda dentro de la música norteamericana de raíces negras y a una de las piezas claves del luminoso engranaje musical de Nueva Orleans, la ciudad que lo vio nacer el 20 de noviembre de 1941. Rebennac, un genuino amante de las tradiciones mágicas de Luisiana («este amuleto del cuello no me lo quito nunca: me lo regaló uno de mis amigos brujos de Nueva Orleans para que me protegiera de los malos espíritus», me confesó en uno de nuestros encuentros), trabajó en su juventud como músico de sesión para casi todos los grandes del soul y el blues locales, desde Lee Dorsey e Irma Thomas hasta Huey «Piano» Smith, Professor Longhair, Allen Toussaint y James Booker, de quienes aprendió trucos y diabluras al piano.

A mediados de los años 60, pasó una temporada en Los Ángeles con Phil Spector y en 1968 debutó en la subsidiaria Atco, de Atlantic, con el elepé Gris gris, una sabrosa jambalaya cocinada con elementos de voodoo ancestral sobre una estructura de rhythm and blues espeso, psicodélico y visionario, que aún hoy es considerado uno de sus mejores trabajos, aunque en el momento de su edición no fuera comprendido por casi nadie, incluyendo en el lote al capo de Atlantic Records, Ahmet Ertegun. Desde entonces, fue poniendo en circulación regularmente intensas colecciones de música negra de sabor criollo, de la categoría de In the right place (1973), Dr. John plays Mac Rebennac (1981), Brightest smile in town (1982), In a sentimental mood (1989), Duke elegant (2000), Creole moon (2001) y Mercenary (2006), por citar solo unos pocos discos obligatorios para acercarse a los orígenes de la música popular negra con el aliento en Luisiana. Además, el Dr. John dedicó a su patria chica, al impresionante legado musical de Nueva Orleans, varios álbumes completos a lo largo de su carrera (Gumbo, 1972; Going back to New Orleans, 1992; N’Awlinz dis dat or d’udda, 2004; Sippiana Hericane, 2005; City that care forgot, 2008; Ske-Dat-De-Dat: the spirit of Satch, 2014), hermosos homenajes a sus raíces, que él definía «como un cuadro de la música que la gente escucha en Nueva Orleans, una combinación de dixieland, rock and roll y funk. El origen del funk está en Nueva Orleans, viene desde la música del Mardi Gras: ese ritmo básico de dos por cuatro, sincopado hasta el paroxismo, una sabrosa mezcla del blues de Nueva Orleans y música del pantano con un poco de jazz dixieland y algo de rumba blues española».

Quizás haya que buscar en su infancia muchas de las claves de esa pasión por la música popular negra. Su padre fue un importante vendedor de discos de Nueva Orleans que se pateaba las calles, la universidad, los institutos negros como un profeta de los sonidos negros, desde los primitivos race records hasta el rhythm and blues, el blues, el gospel y el jazz tradicional e incluso el country («él fue mi principal influencia, me orientó en la vida, me enseñó todo lo que necesitaba saber para valerme por mí mismo»). Aunque su primera gran influencia musical fue el gran Smiley Lewis: «Smiley se llamaba en realidad George Washington, pero, claro, con ese nombre no podía presentarse en público. Tenía una banda estupenda. Yo trabajaba con él de vez en cuando, pero sobre todo aprendía de él y de sus dos pianistas. Un día les escuché tocar juntos acordes diferentes y sonaba fantástico. Fue la primera vez que supe que podía hacerse eso con tanta maestría. Smiley tocaba una guitarra pequeña, pero me gustaba más su faceta de cantante, tenía un montón de registros diferentes, me encantaba de verdad. Nunca pudieron grabarle bien porque su voz era demasiado potente para los micrófonos de la época».

Apasionado y entusiasta, como buen sureño, el Dr. John dedicó buena parte de su vida y su talento musical a rendir tributo a sus maestros, a esos músicos (Fats Domino, Dave Bartholomew, Professor Longhair, Louis Armstrong, Allen Toussaint) cuyo legado consitutuye el cuerpo central del acervo artístico de Nueva Orleans. Pianista por accidente («Yo empecé tocando la guitarra, pero tuve que dejarlo tras un desgraciado incidente, cuando intentaba llevarme de un club nocturno a uno de los músicos que era menor de edad; la cosa empezaba a ponerse fea, cuando sonaron disparos y uno de ellos me atravesó el cuarto dedo de la mano derecha mientras empujaba fuera a mi pequeño protegido. Tuve que llevar una venda enorme durante mucho tiempo y no podía tocar la percusión ni el bajo, así que dejé de actuar en directo por un tiempo y me concentré en aprender el trabajo de estudio y en perfeccionar otros instrumentos»), terminó siendo uno de los grandes pianistas del soul y el rock sureños y un productor y arreglista respetadísimo.

Memoria eterna del rhythm and blues y el soul criollos, el Dr. John financió hace años, con un puñado de amigos, la compra y la apertura del famoso club Tipitina, con el fin de que el Professor Longhair tuviera un sitio donde tocar fuera de la tienda de discos donde trabajaba: «Hasta ese momento, el Professor nunca había tenido un club de verdad donde mostrar su talento, porque la policía siempre iba cerrando todos los garitos donde le dejaban tocar, siempre saliendo por piernas de los bares nocturnos, como si fuera un delincuente. Todo cambió con el Tipitina, incluso pudo comprarse su propia tienda de discos y gozar de una nueva popularidad después de tantos años en el semianonimato. A partir de entonces las cosas empezaron a irle bien de verdad y su talento se reconoció por fin».

Como ocurrió en Memphis, en los estudios de Stax, y en Alabama, en Muscle Shoals, el Dr. John protagonizó en Nueva Orleans y también en California algunos de los mejores momentos del soul interracial de los años sesenta, cuando no se medía a los músicos por el color de su piel y en los estados más racistas del Sur convivían sin problemas músicos blancos y negros facturando espléndidas grabaciones que hoy pertenecen al canon del soul. Él mismo definió aquélla época con palabras certeras: «En los buenos viejos tiempos solo queríamos tocar la música que nos gustaba, no nos importaba nada más, no teníamos ni idea de cómo hacer dinero, no éramos gente de negocios, nos limitábamos a tocar en las sesiones de grabación y en los escenarios, muchas veces sin que recibir un miserable dólar a cambio. En cierto modo, pagamos el pato de nuestra propia inocencia, nadie se preocupaba de nosotros, ni siquiera los sindicatos de músicos, que estaban en otra onda. En los años cincuenta me odiaban tanto los sindicatos negros como los blancos porque fui de los primeros en mezclar con naturalidad en mis discos y en mis sesiones de grabación a músicos de todas las razas. Tenía que pagar a los músicos casi clandestinamente en mi propia casa para que nadie nos viera. Mi madre firmaba los cheques a escondidas y tuvimos verdaderos problemas en la familia por toda esa mierda de la segregación racial. Los sindicatos negros acaparaban las emisoras negras y los blancos, las blancas y yo allí, justo en medio, desafiándolos a los dos. Era demasiado joven para darme cuenta de que me estaba buscando problemas muy gordos y de que estaba metiendo a mi familia en un buen lío».

Después de haber habitado varias vidas y enseñado los secretos del rhythm and blues a una legión de discípulos, The Night Tripper, el viejo espíritu blanco y nocturno de los pantanos de Luisiana falleció ayer, 6 de junio de 2019, a causa de un infarto de miocardio en su domicilio de Nueva Orleans. Solo pudo sobrevivir unos años a su amigo y compinche Allen Toussaint, otro de los faros de la música negra del delta del Mississippi, pero ahora también se ha apagado la garganta grumosa de Malcolm Rebennac, una garganta tan negra como el más negro de los tugurios de Crescent City, tan misteriosa y mágica que parecía surgir de entre los fotogramas de Yo anduve con un zombie, la obra maestra de Jacques Tourneur a la que tanto recuerda por tantas razones la biografía del legendario Dr. John.

 

 

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