Mike Bloomfield, el ángel caído

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COMBUSTIONES

«Una guitarra hiriente, poderosa, enemistada con la pirotecnia a pesar del (o gracias al) evidente genio»

 

 

 

Mientras se prepara la biografía de Mike Bloomfield, Julio Valdeón reflexiona sobre la carrera del músico de Chicago, abruptamente interrumpida por su fallecimiento en 1981, cuando solo tenía 37 años. Aun así, le dio tiempo a trabajar con Bob Dylan, Al Kooper y bandas como The Electric Flag, y dejó una huella profunda en el rock de los setenta.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN. 

 

Mike Bloomfield (1943-1981) palmó de una sobredosis de jaco en un San Francisco en mitad de dos épocas, muy lejos ya de las ensoñaciones hippies y también de la brutal gentrificación que llegaría con Silicon Valley y sus cabezas de huevo macrobiótico. Un año antes de palmar, el guitarrista prodigioso, judío de clase media nacido en Chicago, se había reencontrado con Bob Dylan. Su historia venía de lejos: Bloomfield pulsa la incendiaria Telecaster que en Highway 61 escupe guirnaldas de metal al rojo. Estuvo en Newport, cuando los folkies abuchearon al ídolo por vendido y Pete Seeger blandió el hacha justiciero. Incapaz de seguir el rollo cruel y hipster de un Dylan entonces intratable, regresó al blues y dedicó el resto de los sesenta a parir una serie de trabajos luminosos junto a la Paul Butterfield Blues Band, los fugaces Electric Flag y su viejo socio Al Kooper, más Stephen Stills, en aquel Super session que patentó la idea de la jam session rockera, de resultados tan funestos en el caso de muchos discípulos como golosa en el original.

Ahora anuncian una biografía de Bloomfield a cargo del periodista David Dann, Guitar King. Aseguran que ha entrevistado a más de setenta amigos y conocidos del artista. Lo merece. Suyos son algunos de los mejores instantes del rock blues y suya una guitarra hiriente, poderosa, formidable, enemistada con la pirotecnia a pesar del (o gracias al) evidente genio. Seis cuerdas que no copiaban a los maestros del South Side pero que tampoco renunciaron a sus mejores enseñanzas. Quien quiera ampliar haría bien en agenciarse la caja que hace un lustro confeccionó Kooper, From his head to his heart to his hands. Recopila algunos de los momentos más luminosos de un Bloomberg imperial.

Esperemos que el libro de Dann haga justicia a la peripecia de uno de esos músicos olvidados e indispensables, imagino que intragable para quienes han crecido convencidos de que los solos de guitarra son un fruto casposo y feo de una era a enterrar. La del rock mamado por chavales que se enamoraron del blues más cavernoso. La de los pieles pálidas que tendieron puentes con los afroamericanos en discos colosales y sellos magníficos. Qué sugestivo, qué revelador de toda un era, que dos chavales judíos, a fin de cuentas otra minoría puteada, uno de ellos del Cinturón de Hierro, hijo de ferreteros, y el otro del North Side de Chicago, ejercieran como misioneros y sobre todo renovadores del credo negro que fecundado en Senegambia y natural de Misisipi había remontado la ruta 61 para cambiar el mundo. Bloomfield, como otros ángeles, cayó muy pronto, pero su música, inmortal, todavía hechiza.

Anterior entrega de Combustiones: Peret en Manhattan.

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