Meditaciones de cine, de Quentin Tarantino

Autor:

LIBROS

«El estilo del volumen es ligero, subjetivo, sabroso y agradable»

 

Quentin Tarantino
Meditaciones de cine
RESERVOIR BOOKS, 2023

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

No es del todo extraño que un director de cine cambie cámaras por bolígrafo y le dé a la narración o al ensayo. Gonzalo Suárez, por ejemplo, es reconocido en ambos campos, Groucho Marx produjo una literatura tan hilarante como su cine (las memorias de su hermano Harpo, el mudo, son deliciosas también) y el ensayo-entrevista de François Truffaut a Alfred Hitchcock cambió seguramente la manera de hacer cine en Europa.

Quentin Tarantino ya había entrado en este mundo en 2021 con la novelización de Erase una vez en Hollywood. Un año después, nos sorprende con este Meditaciones de cine, un volumen en el que sobre todo repasa películas de los años setenta, sus estrenos más destacados —el gusto personal domina—, su evolución y su conexión con el Hollywood clásico en una época en que las perspectivas de los cineastas estaban cambiando. Hagamos números: en 1970 Quentin tenía siete años, y ahí es donde comienza nuestra historia. Asiste al Tiffany Theater con su madre, el cine contracultural de Los Ángeles. Va a ver las proyecciones embelesado, pero sin hablar, sabe que las preguntas harán que la próxima vez se quede en casa, y recibe las sugerencias sin entender del todo qué sucede. Las preguntas vendrán después, en el trayecto de vuelta a casa. Y así, semana tras semana, día tras día, su familia y él mismo, en excursiones a barrios degradados para ver películas de género —a veces era el único blanco en la sala— se va empapando de todo lo que se proyectó en esa década. El estilo del volumen —con estos parámetros— es ligero, subjetivo, sabroso y agradable. Sus argumentos se sustentan en apreciaciones muy finas y sagaces.

Elogia el cine español muy de pasada. Las películas de Almodóvar, en un par de párrafos, pero sobre todo un pase que vio en alguna ocasión en una sesión doble: La residencia, de Narciso Ibáñez Serrador, una película de internado femenino que este cronista ve como un milagro que llegara a cines de Los Ángeles. Una cuña milagrosa del creador de Historias para no dormir y, poco después, de Un, dos, tres… responda otra vez en la California de la contracultura, que es elogiada por el mismo Tarantino.

Los parabienes, evidentemente, van casi exclusivamente a la cuna del cine norteamericano. Steve McQueen es el que ocupa más espacio y el que inicia la serie de capítulos, cada uno de ellos dedicado a una película. De él destaca Bullit, Harry el Sucio y La huida, y poco a poco tiende hacia su tesis: a los Estados Unidos de los setenta casi nadie los reconocía, han cambiado las perspectivas de la nueva generación y ha cambiado el cine. Encontramos un Hollywood contestatario que quiere enterrar al clásico. En los años ochenta, por el contrario, Hollywood empieza a sentir pánico, se autocensura, las ideas brillantes son descartadas. Para Tarantino, es la «década horrorosa».

Tras McQueen, el análisis se centra en Brian de Palma y Robert de Niro, el bisturí más agudo es para El expreso de Corea, y se detiene en la alabanza de un actor que, pasado el tiempo, ha devenido tótem de lo condenable: Sylveser Stallone. Las primeras películas de Stallone —con guiones propios— son maravillas hoy desconocidas, excepto Rocky. Lo creamos o no, Rocky causó un impacto feroz en el público, todo se alió en ella: un protagonista desconocido, un final feliz —en unos años en que el héroe era sistemáticamente vencido— y un perfecto guion, conmovieron a los espectadores, pero antes de ello había protagonizado un par de excelentes películas.

Un capítulo se dedica al cine de terror a partir del eje que supone La casa de los horrores. En él, proclama que La matanza de Texas es la película perfecta y se detiene en comentar alguna saga de finales de los setenta, todas con mayor o menor origen en La noche de Halloween. Aparte de ello —y es una de las virtudes del libro—, entre medias, habla de la importancia de la crítica cinematográfica, de cómo funciona la industria, de anécdotas hilarantes o tristes y de la amistad, haciendo un recorrido personal y subjetivo a partir del niño que fue y que recuerda. Tras su lectura, uno siente deseos de revisar un montón de películas, porque el libro está lleno de pistas y de un afinado tino al escribir que va a hacer que capten ustedes muchas cosas que no habían valorado en ellas.

Anterior crítica de libro: Judee Sill. Éxtasis y redención, de Díaz Canales y Alonso Iglesias.

Artículos relacionados