“Mary and Max” (2009), de Adam Elliot

Autor:

EL CINE QUE HAY QUE VER

 

 “El sentido del humor seco, irónico y negro se combina con escenas y momentos muy oscuros para crear la maravillosa amalgama vitalista que es este filme”

 

En la búsqueda del mejor cine, Elisa Hernández se ha topado con una cinta de animación que ni siquiera llegó a estrenarse en nuestro país. Se trata de “Mary and Max”, la historia de dos personajes que comparten soledad, curiosidad y muchos kilómetros de distancia.

 

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“Mary and Max”
Adam Elliot, 2009

 

Texto: ELISA HERNÁNDEZ.

 

“Mary and Max” es una de esas películas de las que solo de casualidad se oye hablar y que, tras haberla visto, uno no puede dejar de preguntarse por qué. Se trata de un filme realizado por el australiano Adam Elliot que nunca se llegó a estrenar en nuestro país y que cuenta la historia de la más que improbable amistad entre Mary, una niña que vive en los suburbios de Melbourne y es ignorada por sus compañeros de clase y sus padres, y Max, un hombre cuarentón, judío y obeso que ha pasado toda su vida en Nueva York. Casi por casualidad, comienzan una relación mediante correspondencia que evoluciona y se desarrolla a lo largo de los años en la vida de ambos personajes.

 

 

 

La película sigue una estructura en paralelo, pues, a medida que sigue los avatares y acontecimientos que le suceden a Mary y a Max, creando una paleta de colores diferente para cada uno de ellos, aunque ambas igualmente apagadas: ocres y marrones con toques de rojo para Mary y blanco y negro para Max. De un modo ingenioso, a medida que cada uno de ellos empieza a ser cada vez más importante en la vida del otro, ciertos elementos de un espacio “manchan” el otro y viceversa. De esta manera se enfatiza la compleja relación que establecen estos dos personajes, extraños y solitarios en sus respectivos hogares, y cómo, a pesar de la distancia, forman parte el uno del otro. Pero no sólo este detalle parece cuidado en “Mary and Max”, sino que todos los elementos que aparecen en pantalla han sido puestos ahí con mimo, haciendo que la enorme labor de artesanía y virtuosismo con que se ha llevado a cabo la construcción de cada una de las imágenes transmitan al espectador un enorme calor y cariño por los protagonistas.

 

 

Lo que tienen en común Mary y Max es la soledad, pero también la enorme curiosidad que ambos sienten por el mundo que les rodea. Son dos individuos aislados y arrinconados por su entorno, casi desechados por los estándares sociales; sin embargo, ambos tienen una visión de su entorno muy especial y que parece encajar la una con la otra. El conjunto compone una manera de ver las cosas muy especial y que ofrece al espectador la posibilidad de reinterpretar todo aquello que damos por sentado. A partir de recuperar la visión y el punto de vista de estos dos personajes, tan problemáticos en sí mismos y en general socialmente ignorados, la película hace una interesante reflexión sobre la enfermedad mental, las presiones sociales y los problemas derivados del aislamiento y la soledad.

A lo largo de hora y media, el sentido del humor seco, irónico y negro se combina con escenas y momentos muy oscuros para crear la maravillosa amalgama vitalista que es este filme. Y es que la de Mary y Max no es una historia simple o fácil, sino el complicado recorrido vital de dos personas que consiguen estar juntas a pesar de la distancia.

 

 

Anterior entrega de El cine que hay que ver: “Noche y niebla”, de Alain Resnais.

 

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