Marlango: «Aquí cada uno es su pequeña industria»

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«Alejandro me dice a veces: “Dile a la letrista que se vaya a dar un paseo y que se quede solo la cantante”, porque en español me pongo frenos»

 

A punto de celebrar, por fin, la postergada fiesta de sus quince años como dúo, Alejandro Pelayo y Leonor Watling rememoran el camino que han recorrido desde que fundaron Marlango. Un camino que abordaron ampliamente en la entrevista que les hicimos en el número 21 de Cuadernos Efe Eme, y del que hablan con Carlos H. Vázquez solo días antes de subirse a las tablas de los madrileños Teatros del Canal.

 

Texto: CARLOS H. VÁZQUEZ.
Fotos: ANITA MÁÑEZ.

 

Leonor Watling y Alejandro Pelayo cumplen quince años de carrera como Marlango, desde el primer vuelo que dieron con el epé Enjoy de ride (Subterfuge, 2003). En realidad, y teniendo en cuenta el año de salida este disco iniciático, Marlango ya estaría cumpliendo la mayoría de edad. Pero se celebra la quincena ahora que se puede, antes de que vuelva a colapsar el mundo, con un concierto con invitados en los Teatros del Canal, en Madrid, el 30 de septiembre. Será el comienzo de la gira Si preguntas por ahí.

Marlango le debe bastante al tenis. En otra época, anterior a la formación del ahora dúo, Leonor Watling hacía jam sessions los domingos con el pianista Jesús Perea. Pero un día Jesús se rompió la clavícula jugando al tenis y, por azares del destino, Alejandro estaba recién aterrizado de Nueva York. «Perdimos un gran tenista, pero ganamos a un grandísimo artista. Hace unos cuadros preciosos», cuenta Leonor de Perea. Alejandro compara la casualidad con la película protagonizada por Gwyneth Paltrow Dos vidas en un instante. A Watling le da la risa. Se le escapa una carcajada por el parangoneo de su compañero: «Si Jesús no se hubiera hecho daño, a lo mejor no nos hubiéramos encontrado. Yo estaría haciendo música, eso seguro, y ella [Leonor] estaría cantando con otro». En un momento dado de la entrevista, Leonor Watling sale a atender el teléfono a la calle. Alejandro desvela en susurros el plan de la actriz: «Sale a la calle porque así aprovecha para fumar». Era soprano, cantaba El Mesías de [Georg Friedrich] Händel en una coral, pero acabó siendo contralto cuando empezó a fumar. En la historia de Marlango, más que canciones hay vidas paralelas… o eso es lo que dirán por ahí.

 

¿Seguirías tocando el piano en Nueva York, en aquellas pruebas de teatro?
Alejandro: No. Eso, aunque quisiera seguir, no dependía de mí. No sé cómo funcionará ahora, pero en aquel momento te ponían en diferentes ubicaciones como parte de tu aprendizaje.
Leonor: ¡Ay! Cuando tocabas para las bailarinas…
Alejandro: Sí, pero ese profesional te hace un hueco para que tú hagas esas prácticas. Te pasa las partituras; tienes que aprender, a veces, dieciocho compases o treinta y seis. Depende de cómo sea el tipo de prueba, te lo estudias, vas ahí, lo haces y él lo supervisa. Para un músico es un aprendizaje increíble, porque es repetir todo el rato lo mismo pero bien, aunque [las bailarinas] se jugaban en un minuto cuatro o cinco años de preparación para un puesto de trabajo que les podía solucionar la vida. No la podías cagar. Yo lo pasaba fatal porque es una responsabilidad. Creo que después todo iba grabado, pero en el año 92 todavía había una persona muy mayor tocando con algunos alumnos.

 

¿Fue en el año 98 cuando empezasteis a componer juntos?
Alejandro: Puede haber algo de eso, en el sentido de que teníamos cosas apuntadas, ideas…

 

Claro. Entiendo que en el 98 no teníais ninguna canción terminada, pero sí bocetos.
Alejandro: Cuando nos conocimos nos empezamos a enseñar cosas. No es que en ese momento te pusieras a improvisar desde cero, sino que cada uno sacaba lo que lleva en la chuletilla. Pero no había nada sólido hasta que entró el euro, un poco después.

 

El epé, Enjoy the ride, sale en 2003.
Leonor: Pero en el 2000 ó 2001… Por ahí empezamos.

 

¿Ya estaba David Gwynn?
Leonor: Ahí todavía no. Éramos nosotros dos solos. Luego metimos a Óscar [Ybarra] y fuimos a hablar con Carlos [Galán], de Subterfuge.
Alejandro: Carlos fue el que armó el equipo.
Leonor: Y [José María] Rosillo, que dijo: Mac [Hernández], David [Gwynn], Steve [Jordan] y Ricardo Moreno.

 

Óscar venía de Nueva York y era doblador, ¿no?
Leonor: Óscar ha hecho millones de trabajos.
Alejandro: Diseñó la carta del bar José Alfredo.
Leonor: También era maestro coctelero.
Alejandro: Ha trabajado de casi todo lo que se puede trabajar.

 

¿Cómo lo conocéis?
Alejandro: Yo hice la música de una función de teatro donde estaba Ramón Ybarra, el hermano de Óscar, que es actor. Tocaba el piano en una función sobre Frank Sinatra, y Ramón cantaba y hacía de Sinatra. Un día me habló de su hermano, que estaba en Chicago y tocaba la trompeta, y cuando vino y nos lo presentó nos pareció lo suficientemente ajeno y a la vez lo suficientemente integrado por el instrumento que tocaba como para enseñarle las canciones sin pudor y con una cierta complicidad. Era una paradoja; queríamos a alguien de fuera pero que entendiera esto desde un sitio musical. Jamás se las hubiéramos enseñado a un guitarrista, por ejemplo, siendo canciones a piano y voz. Habría sido casi un pecado. Y Óscar, por su manera de ser y por cómo entiende la música, es una persona muy fácil, en el mejor sentido de la palabra. Es impermeable a los problemas, tiene esa capacidad. Nos dijo, sin ninguna otra connotación, que las canciones estaban muy bien, pero que había que pasarlas a limpio, grabarlas bien y no en un casete a piano y voz, y que podía hacer alguna melodía con la trompeta a modo de colchón. Y era verdad, porque iba a estar guay tenerlas en un formato que se lo pudiéramos regalar a nuestros amigos y familiares.

 

¿No había ninguna intención comercial?
Leonor: Es que era un estilo de música que no pensábamos nunca que…
Alejandro: Y que tampoco teníamos la idea de sacar un disco.
Leonor: Bueno, sí que hablamos con varias discográficas.
Alejandro: Pero eso fue después. En ese momento, primero, fue la necesidad de pasarlo a limpio.
Leonor: La expectativa eran familiares, amigos y tener un disco para enseñárselo a los hijos.
Alejandro: Fuimos a un estudio, lo grabamos bien y lo tuvimos. Luego la expectativa creció un poco más, porque si podíamos juntarnos y tocar esas canciones en directo, podíamos hacer una celebración de esto. Y ya está, con eso ya estaría todo. Fuimos viendo con quién y hablamos con cuatro o cinco personas.
Leonor: Carlos entendió lo que queríamos hacer.
Alejandro: Nos dijo que habláramos con Rosillo, que él montaría un equipo para ensayar y grabar.

 

Rosillo produjo al final vuestro debut, Marlango, y el segundo disco, Automatic imperfection. ¿Con un productor también buscabais el punto de vista externo? Automatic imperfection, de hecho, está coproducido por Rosillo y Alejandro.
Alejandro: En el primero éramos unos niños que iban a un estudio de grabación con músicos profesionales, casi por primera o segunda vez. Todo nos parecía increíble y no sabíamos nada. Todo estaba en manos de Rosillo, porque él es el que sabe, el jefe, el adulto en una excursión infantil, pero también aprendimos mucho y muy rápido, porque lo hicimos en directo tocando todos a la vez todas las canciones de arriba abajo, buscando la mejor toma. También hablábamos con Pablo Novoa y con gente que llevaba muchos discos, muchos conciertos, muchas giras y mucha experiencia, y nos decían que así no se hacían los discos, que lo estábamos haciendo de esa manera porque no había dinero: «No penséis que grabar un disco es esto, porque lo que estáis haciendo es casi como grabar un disco en directo. En un disco cada uno graba lo suyo por separado, se corrige, se edita…». Me parecía magia, porque la música, el sonido, me parece algo etéreo. Pero no, resulta que se edita, se coloca y luego se construye el disco en el estudio. No sabíamos que íbamos a tener la oportunidad de hacer el segundo, pero cuando las cosas se desarrollaron a esa velocidad y tocamos tanto, de repente, nos preguntaron si queríamos hacerlo, y dijimos que sí.
Leonor: Mientras grabábamos esas tres noches, ya estábamos escribiendo cosas nuevas.
Alejandro: Teníamos mucho material que salía sobre la marcha. Recuerdo pensar: «Si volvemos a hacer un disco, vamos a hacerlo como los que hacen discos, construyéndolo en el estudio».

 

Habéis nombrado a Pablo Novoa, que acabaría tocando en The electrical morning, en concreto en las canciones “Shout” y “Never trust me”. Supongo que la grabación de este tercer disco ya era como Novoa decía, ¿no?
Alejandro: Sí. Ya le mandábamos cosas a cada uno para que hicieran sus deberes. Fue otra cosa.

 

Además lo producías tú, Alejandro.
Alejandro: Sí. Yo nunca había hecho nada solo. Aunque a veces aparezca mi nombre, entiendo la música como un trabajo en equipo. Ahora más, y en aquel momento también un poco. Siempre ha estado Juan de Dios Martín muy cerca, como Suso Saiz… He tenido la complicidad de Ricardo, de Pablo, de Nacho Mastretta… siempre he tenido muchos músicos a los que he dado la turra llamándolos por teléfono. Yo tomo las decisiones, pero necesito que haya gente que lo valide. No tengo la necesidad de que lo celebren, sino de que lo validen. Por ejemplo, Suso me decía: «Si a ti te gusta, está bien». A mí eso me da una seguridad y un calor por dentro que no tengo, porque me lo dice alguien a quien respeto, admiro, quiero y confío. Otra gente viene y hace la ola y no aporta nada, y otra gente viene, a veces de la industria, y dicen «bueno, pfff…». Y eso para mí es un aliciente, porque si a ese tío no le gusta es que entonces estamos en el buen camino
Leonor: [Risas]
Alejandro: Confío en los que respeto, que son los músicos. Yo quiero mucho a mi hermana, pero lo que opine mi hermana de la música es una opinión; cada uno tiene la suya y todas son válidas, pero lo que opinen Pablo Novoa o Nacho Mastretta o Ricardo Moreno o Javi Peña o Toni Brunet o [Vicent] Huma o Guille Galván… ahí sí creo que está nuestro verdadero talento, en que ese equipo es muy rico y muy sólido, y tenemos mucha suerte de contar con la complicidad de gente muy talentosa, como Coque Malla o como Jorge Drexler, gente a la que le podemos enseñar algo. Cuando le enseñamos una canción [“Dinero”] a Enrique Bunbury, nos daba mucho miedo y mucho pudor, pero si a él le parecía que estaba bien y ya sabía cómo iba a entrar en la canción y cómo iba a cantar… Él conoce ese género, es casi más una canción suya que nuestra, entonces sentimos una seguridad que antes no teníamos, porque nosotros todo el rato estábamos jugando en un territorio que no nos pertenecía. El otro día estrenamos una canción que no nos pertenecía, y casi ninguna canción del primer disco de Marlango nos acababa de pertenecer del todo por lo que estamos hablando, porque hay mucha gente involucrada.
Leonor: A mí me ha pasado, de repente, conocer a alguien que me pedía que le enseñara qué hacía Marlango. ¿Y qué canción le pongo? Es complicado. Sí, hacemos «eso», pero se entiende si también escuchas otra cosa.
Alejandro: Depende del momento. Hacemos música que no nos pertenece. La gira que estamos presentando se llama Si preguntas por ahí, y si nos preguntan decimos que nosotros hacemos música.
Leonor: Hacemos canciones.
Alejandro: Sí, pero no abrazamos ninguna bandera. Lo bonito de la música creo que es eso. También me encanta la gente que hace música, que hace canciones. Tom Petty, por ejemplo. Cuando escuchas una canción de Tom Petty, casi de cualquier disco, sabes que es Tom Petty.

 

 

¿Qué cambió a partir de Life in the treehouse, cuando se publicó Un día extraordinario? Ya no estaba Óscar y las canciones de Marlango eran en castellano.
Leonor: Creo que el cambio más grande fue el castellano. Óscar, por decisión vital, se fue a vivir primero a Gijón y luego a Estados Unidos. A nivel compositivo no teníamos una melodía para un fliscorno o una trompeta, pero si no queríamos no tenía por qué haber vientos, así que probamos. Y con el castellano cambia mucho la manera de cantar y la manera de componer. En ese primer disco que hicimos en castellano y que produjo Suso Saiz todos tocábamos en directo.
Alejandro: Ahí tuvimos muchas conversaciones, porque no podíamos tocar lo mismo cuando la otra persona canta en un idioma o en otro. Íbamos a hacer canciones en castellano y parecía una broma, yo toco el piano y me da igual, pero es un punto distinto. El fraseo en inglés se puede cortar en cualquier lugar, pero en castellano no puedes acentuar las palabras donde te dé la gana y hay que tener más cuidado con las melodías.
Leonor: Antes lo que hacíamos en castellano eran versiones, pero a nivel de letras fue muy complicado para los dos. El español es muy concreto y muy definido y a los dos nos gusta mucho que las canciones las termine de cerrar el que las escucha. Eso en inglés es mucho más fácil, porque hay siete lecturas, mientras que en el castellano tienes albures y dobles significados y es mucho más difícil.

 

¡Cuánta complicación para transmitir algo!
Leonor: A mí me cuesta mucho. Todavía no la hemos grabado, pero la nueva canción que vamos a tocar el día 30, “Si preguntas por ahí”, tiene letra de Ray Loriga. Es la primera vez que tenemos una canción con una letra que no es mía. Yo se lo aviso a todo el mundo, porque es «la letra buena» [risas], para que nadie venga y me diga: «Tía, por fin». Es que es un pedazo de letra. Alejandro me dice a veces: «Dile a la letrista que se vaya un rato a dar un paseo y que se quede solo la cantante», porque en español me pongo frenos y pienso que esa melodía, la que sea, no la voy a poder hacer en castellano.

 

¿Hay un punto común entre la Leonor cantante y la Leonor compositora?
Leonor: Sí. Yo, por ejemplo, nunca he llegado a hablar de mí en tercera persona. Hay cosas que escribo y que me gustan, pero que no puedo cantar, entonces se las puedo dar a alguien.

 

¿Conoces, entonces, tus limitaciones?
Leonor: Sí, pero son limitaciones estéticas. Claro que conozco mis limitaciones como cantante, pero son limitaciones estéticas. Hay cosas que escribo y que me gustan mucho, pero que ni muerta canto, y si son versiones como “Ay, pena, penita, pena” o “Vete”, no me atrevo a escribirlas. Como escritora soy muy pudorosa.

 

«Siempre estamos buscando uno más que refuerce, valide y empuje ese uno más uno que nosotros tenemos cogido con pinzas»

 

De Life in the treehouse a Un día extraordinario pasan dos años y ambos son producidos por Suso Saiz. Discos muy diferentes pero mismo productor…
Alejandro: Suso entiende la música desde un lugar muy poco intelectual. Hablamos mucho, antes y después, pero cuando están pasando las canciones es como un niño pequeño: sabes si le gustan o no por la cara que pone. En ese momento había elementos mucho más rurales y eso a Suso le gusta mucho, lo disfruta, es muy ajeno a lo que él hace y a lo que escucha. Creo que disfruta mucho cuando las cosas son orgánicas. Nos ponía a tocar y no sabíamos cuándo estaba grabando y cuando no, pero estábamos tocando.

 

¿Nunca os avisaba?
Alejandro: No. Nosotros tocábamos y él ya iba haciendo. En el estudio, los músicos a veces sentimos esa sensación de examen donde tienes que hacerlo bien, y bien no siempre significa lo mismo para todos los que estamos en esa habitación. Cuando no estás pensando en eso y estás tocando y te lo estás pasando bien, incluso hablas o haces algún ruido de más o paras o toses; cuando te relajas, porque ya has pasado la fase de conocerte la canción, el arreglo y tocarlo, y de repente hay una posibilidad de investigar algún acorde, ahí es cuando Suso está grabando. Hay momentos de esos que están en los discos.

 

Llega El porvenir en 2014, pero el productor es el argentino Sebastian Krys. ¿Cómo planteasteis ese disco?
Alejandro: Nos lo plantearon. No fue una idea nuestra. Nos la cuentan y la abrazamos.
Leonor: Como cuando te invitan y te dicen: «Oye, he pensado que para la siguiente entrevista te podías ir a un hotel de cinco estrellas».
Alejandro: Más que a un hotel de cinco estrellas, porque quien más y quien menos ha estado en alguno, sería como lo que ha hecho Jeff Bezos de viajar al espacio.
Leonor: Sí, una cosa que no nos habíamos planteado.
Alejandro: Un poco una «ida de olla». Y hay que decir que sí, porque nunca más va a suceder. Aunque solo sea por contar que una vez fuimos al espacio, queríamos ver cómo era eso. Y por eso dijimos que sí, por la experiencia. El proceso fue largo. Sebastian nos pidió mínimo dos docenas de canciones para elegir luego diez. Trabajamos mucho cada una. Luego nos puso a hacer muchos deberes, muchas cosas obligadas, porque dependiendo del estilo de cada canción había que cumplir unas reglas. Sebastian es un poco como un militar que entrena a los cadetes en las películas americanas. Es así con las canciones. Había que terminar una letra, nos puso con gente especializada en las letras…
Leonor: Me costaba mucho terminarlas. Siempre me pasa, porque yo entro en el estudio con la letra y con tres cuadernos, y eso con Sebastian no iba.
Alejandro: Ellos no hacen discos como nosotros, que a veces vamos al estudio con el material cogido con pinzas o sin terminar, o con canciones que solamente son estrofas o que solo es un estribillo… Allí teníamos que sabernos muy bien el disco y tenía que estar elegido.

 

¿Y ese proceso no lo hace más frío?
Leonor: No creo que sea ni mejor ni peor, es que a nosotros no nos va bien esa ropa. Hay gente a la que le queda muy bien una ropa y la sabe llevar.
Alejandro: Y hay gente que solo puede llevar esa misma ropa también.
Leonor: Nosotros nos pusimos esa ropa, nos veíamos bien, pero nos tiraba de la sisa.
Alejandro: Es un una manera de trabajar, que es la manera de trabajar allí.
Leonor: Es la buena, claro.
Alejandro: Es la industria. Aquí no tenemos industria, no existe. Aquí, cada uno es su pequeña industria. Allí hay especialistas para cada cosa y son buenísimos y muy eficaces. Es verdad que, a veces, en el hecho musical se puede perder un poco la esencia de lo que es una persona tocando y cantando ante tanta profesionalidad, pero luego a la vez son capaces de sacar cosas increíbles de la nada, porque son capos en eso. Fuimos, lo vimos, lo disfrutamos… Nos dieron la oportunidad de hacer un disco que jamás hubiéramos hecho así, porque El porvenir era un disco mucho menos… ¿Étnico? No sé qué palabra utilizar para referirme a que cada canción pertenecía a un género o a un estilo.

 

¿Diverso?
Alejandro: Diverso. Nosotros, seguramente, lo hubiéramos hecho con las canciones más parecidas entre unas y otras, y el elemento pop hubiera estado mucho más abajo. Sebastian es un potenciador: si ve que hay algo que puede ser un poco rock and roll, va a ser muy rock and roll. Le saca brillo.

 

 

Con Technicolor tuvisteis a Vicent Huma, ¿pero a esas alturas no os veíais ya como Tip y Coll?
Leonor: [Risas] A mí me gusta una cosa que dijo el otro día Alejandro: que somos un dúo, pero somos un uno más uno. Y seguramente por eso seguiremos escribiendo canciones después de tantos discos, porque siempre hay algo en común.
Alejandro: Si te fijas, en todos los discos y en todo lo que hemos hablado, somos un uno más uno que necesita uno más. Han sido Óscar, Rosillo, Suso, Pablo Novoa, Toni Brunet, Javi Peña, Fernando Macaya [con “La cruda”]… Y ahora es Guille ese más uno [acaban de publicar el tema “Una y otra vez” para la serie Ana Tramel. El juego], igual que lo fueron antes Huma o Sebastian Krys. Siempre estamos buscando uno más que refuerce, valide y empuje ese uno más uno que nosotros tenemos cogido con pinzas; siempre estamos intentando ganarle terreno al otro. Para todas esas «peleas» hace falta un más uno que sea juez y decida.

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