Mari Trini. Retrato de una mujer libre, de Esther Zecco

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LIBROS

«Majestuoso y salvaje trabajo de investigación y documentación desarrollado por alguien que, además, se muestra más que hábil en los procesos de guionización y escritura»

 

Esther Zecco
Mari Trini. Retrato de una mujer libre
EFE EME, 2024

 


Texto: CÉSAR CAMPOY.

 

Cuenta la cantautora Esther Zecco, en su introducción a este libro, que en la gestación de la obra ha sentido el pesado aliento del síndrome de la impostora. Podemos entender tamaña afirmación, pero ni mucho menos compartirla, teniendo en cuenta el majestuoso y salvaje trabajo de investigación y documentación desarrollado por alguien que, además, se muestra más que hábil en los procesos de guionización y (se le suponía) escritura. Además, como sucede con algunos de los volúmenes en torno a grandes figuras y pioneros de los sonidos hispanos editados en los últimos años, Mari Trini, retrato de una mujer libre no deviene un acto de nostalgia, sino un acto de justicia. Al fin y al cabo se trata de, nada más y nada menos, poner las cosas en su sitio, para azote de desmemoriados y amigos indocumentados del simplismo.

El texto de Zecco no solo reivindica la figura de la artista, sino que la reboza del verdadero lustre y la tremenda importancia que ha jugado en nuestra música popular, desterrando y finiquitando maniqueos sambenitos. Con este libro, Mari Trini adquiere un grado de dignidad supino y, entre otras cosas, en él se reclama y defiende sus muchas veces olvidada condición de verdadera precursora de la canción de autora, en este caso, de influencia francesa. De hecho, a más de un despistado le sorprenderá descubrir que la creadora murciana inició su precoz carrera discográfica en París (en 1965), donde se sentía como en casa, después de una frustrada aventura londinense (llegó a trabajar para la BBC) subvencionada por el mismísimo Nicholas Ray, prendado por la cautivadora personalidad de una adolescente de tan solo dieciséis años que, ya por entonces, atesoraba una madurez, una sensibilidad artística y una cultura muy poco comunes, en aquella época, en alguien de su edad.

Como avanzábamos, estilística y estructuralmente, Esther muestra una clara maestría a la hora de encajar las declaraciones de Mari Trini en una narración cronológica que denota evidente modestia por parte de la autora. Sorprende, por complicado de lograr, la facilidad con la que la escritora se hace a un lado (en apariencia), consiguiendo que el lector apenas sea consciente de su capital labor. De hecho, a partir de una interminable sucesión de declaraciones entrecomilladas, que en ningún momento huelen a saturación, se logra crear la reconfortante sensación de que es la propia compositora quien nos cuenta su historia, en un ejercicio de complicidad y cercanía maravillosos. Es más, el texto acaba transformándose en imagen en todo momento. No cuesta nada imaginar a la protagonista susurrándonos al oído sus confidencias ora en la terraza de un café parisino, ora desde la moqueta de los estudios de Torrelaguna; ora departiendo con Trabucchelli, Maryní Callejo o Danilo Vaona entre calada y calada; ora riéndose de aquella etiqueta de mujer triste y antipática con que se le solía definir; ora agotada, tratando de recuperar el aliento en el camerino del teatro Salamanca; ora frustrada, en momentos de sequía creativa. Todo resulta cercano y sincero en la narración, y lo es gracias al cariño y respeto con que la autora aborda la figura de la compositora, humanizada de una forma brutalmente tierna.

En definitiva, quien se enfrente a este Mari Trini, retrato de una mujer libre hallará en él, faltaría más, información detallada (y privilegiada) de los estadios más gloriosos de una brava artista que muy pronto rompió con aquel magnífico y primerizo Amores de “Un hombre marchó” y “Mañana”, o que se comió las listas décadas después con “Te amaré, te amo y te querré” y “Una estrella en el jardín”. Pero también se topará con episodios menos populares, tanto personales (impagable la anécdota de Mari Trini derrapando en su 4×4) como artísticos. Sin ir más lejos, quien tan solo sepa de la intérprete por sus habituales presencias televisivas ochenteras, propiciadas por la tremenda repercusión de A mi aire o Diario de una mujer y, sobre todo, Oraciones de amor y Una estrella en el jardín, quedará deslumbrado al comprobar el grado de inteligente bravura y maestría ya alcanzados, muchos años atrás, en álbumes y composiciones capitales como aquel Ventanas que alumbró en compañía de Ricard Miralles; el sublime ¿Quién?; “El recluta”, “Palabras”, “Señor juez” o “Soy un caso perdido”, o al descubrir que la mítica “Yo no soy esa” ya fue grabada, en francés, un lustro antes de convertirse en eterna en España.

Todos estos sonidos y vivencias conforman la trayectoria coherente de una mujer que luchó contra fantasmas, estereotipos y prejuicios reaccionarios para convertirse, desde la humildad, en digna representante de la libertad y la valentía.

Anterior crítica de libros: Breve historia de los agujeros negros, de Rebecca Smethurst.

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