“Los siete magníficos”, de Antoine Fuqua

Autor:

CINE

 

“No estamos frente a un catálogo de viejas glorias del género, sino ante un emocionante juguete que funciona como honesto eco de la expresión más apasionada de este”

 

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“Los siete magníficos” (“The magnificent seven”)
Antoine Fuqua, 2016

 

Texto: JORDI REVERT.

 

Wéstern luminoso y lúdico cuando el género ya se había sumido en derroteros oscuros, “Los siete magníficos” (“The magnificent seven”, John Sturges, 1960) era lo más parecido a una vuelta a la inocencia. En palabras de Adrián Sánchez en su libro “Al oeste del mito. 50 westerns básicos”, “era jugar a las películas del Oeste, imaginar volver a ser niños sabiendo que eso no va a suceder”. Remake de “Los siete samuráis” (“Shichinin no samurai”, Akira Kurosawa, 1954) de complejidades morales simplificadas y entusiasmo espectacular, la película de John Sturges pronto adquirió un lugar por derecho propio en el Olimpo del western. Siempre que quisiéramos volver a la esencia, a la diversión pura del patio de juegos, allí estaría para rescatarnos de la oscuridad.

Para Antoine Fuqua, la revisión del clásico ya no puede recuperar esa pureza a sabiendas de que el western es un territorio ya perdido, cuya plenitud quedó atrás hace tiempo. Pero esa imposibilidad no está reñida con la personalidad propia, el respeto y una actualización consecuente. “Los siete magníficos” es exactamente eso: un wéstern que concilia el carácter lúdico del original y su carisma con una caligrafía revisada para el blockbuster moderno y una natural suma de referencias que estipula su doble condición de relato auténtico y homenaje a un género prácticamente perdido. Es un neo-wéstern al que en el fondo no le gustaría ser neo, pero que asume su lugar en el páramo con enorme dignidad. Amparado por un sólido casting que sustituye a Yul Brynner por Denzel Washington, a Steve McQueen por Chris Pratt, y que incluye a Vincent D’Onofrio o Ethan Hawke entre otros valores seguros, Fuqua sigue el camino trazado por Sturges sin demasiados desvíos, con una mayor agresividad y visceralidad adheridas a sus imágenes, pero también con un sentido del humor igual de liviano que el de su referente. No hay tiempo para grandes disquisiciones morales, ni espacio para demasiadas ramificaciones del honor y la venganza. Y sin embargo, el cineasta sí opta por marcar el sentido de la lucha desde el principio, cuando deja que sea el propio villano Bogue (Peter Sarsgaard) quien subraye las conexiones entre capitalismo, poder y violencia.

Todo lo que viene después es la historia de un pueblo y siete magníficos que se empeñan en detener ese avance y salvar el último bastión de inocencia, como los hombres y mujeres rebelándose ante la injusticia en “La puerta del cielo” (“Heaven’s gate”, Michael Cimino, 1980), solo que aquí aún pueden acceder a un pequeño margen de esperanza, una última victoria. En esa batalla, el brío de la cámara y el trabajo de montaje de John Refoua cargan la acción de gran fuerza cinética y permiten que las imágenes citen con la misma soltura al slow motion del Sam Peckinpah de “Grupo salvaje” (“The wild bunch”, 1969) y a los planos cerrados y sostenidos de Sergio Leone. No estamos, en cualquier caso, frente a un catálogo de viejas glorias del género, sino ante un emocionante juguete que funciona (y vaya si funciona) como honesto eco de la expresión más apasionada de este

 

 

Anterior crítica de cine: “El hombre de las mil caras”, de Alberto Rodríguez.

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