Los diamantes y el óxido de Joan Baez

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COMBUSTIONES

 

“Prefiero las resquebrajadas limitaciones de la Baez crepuscular que aquellos agudos rompe-vajillas con los que amaneraba sus grandes obras”

 

Tiempo después de la añorada columna “Un gusano en la Gran Manzana”, Julio Valdeón regresa a la sección de opinión con “Combustiones”, donde dará buena cuenta de los aspectos musicales que respira y vive en Nueva York. Se estrena este domingo con una reflexión sobre Joan Baez.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.

 

Una frase así merece enmarcarse: “I don’t make history, I am history”. Bravo por “La Leona” en invierno. Es de Joan Baez, que ha charlado con Alan Light, del “New York Times”. A sus 77 publica “Whistle down the wind”, su disco de despedida, según dice. Aunque proliferen los anuncios de jubilaciones, de Paul Simon a Neil Diamond, conviene asumirlos con una miaja de incredulidad. Por cada retirada de un pope asistimos a dos regresos, tres reapariciones y cuatro resurrecciones. Asegura que su voz ha dicho “basta”. Que ya no llega a donde solía. ¿Y? Prefiero las resquebrajadas limitaciones de la Baez crepuscular que aquellos agudos rompe-vajillas con los que amaneraba sus grandes obras.

 

 

 

Leyendo la entrevista toca congratularse con la templanza, la sabiduría y sí, la humildad de alguien que de jovencita resultaba intimidante. A la edad en la que tú todavía estudiabas ella ya ejercía como emperatriz del movimiento folk y mesiánica portavoz de la revolución. Incluso apadrinó al jovencísimo Bob Dylan, del que fue Pigmalión, amiga, amante. Asombrada testigo de un talento aniquilador. Víctima de un ego vitriólico y una probada capacidad para chupar los tuétanos artísticos y vitales de quienes le rodeaban. Queda, para el recuerdo, la imagen de los días exultantes. Vídeos de sus actuaciones en Newport y, años más tarde, después de las tormentas, durante la épica “Rolling Thunder Revue”. Y una canción majestuosa, ‘Diamonds and rust’, para mirar por el retrovisor con terapéutica amargura y saldar cuentas con el “fenómeno sin adulterar/ el vagabundo original”. Todavía hoy reconoce la dificultad para conocer al hombre más allá de la máscara. Y el pasmo de contemplar de reojo la interminable gira de un Bobby dispuesto a morir con las botas de cuero español calzadas hasta la empuñadora, víctima del viento y la ronquera sobre el podrido escenario de una feria remota. “Supongo que está hecho de kriptonita”, afirma. No le importa, al contrario, que la gente todavía asocie sus nombres: “Podría ser mucho peor”. Uno casi imagina la sonrisa, entre cariñosa y paciente, de quien supo envejecer sin ira y reconoce el genio ajeno más allá de las íntimas e intransferibles putadas.

En “Whistle down the wind” hay versiones de Josh Ritter, Tom Waits y Kathleen Brennan, Anohni (anteriormente Antony Hegarty), Mary Chapin Carpenter, Eliza Gilkyson, Tim Eriksen, Zoe Mulford y Joe Henry. Este último dirige la grabación con la sobriedad que uno siempre espera del multifacético tipo que entre mil hazañas produjo el mejor disco de soul de los últimos 20 años. El asombroso “Don’t give up on me” de su majestad Solomon Burke. El resultado es una obra melancólica. Venturosa. Amable y otoñal. Muy apropiada para apaciguar la desorientación de unos tiempos confusos. Sin doblegarse a la inevitable pesadumbre por el ascenso de tantos charlatanes. Un disco concebido como pequeña ovación por los detalles. Levantado sobre el convencimiento de que la lucha, a pesar de los pesares, a las incontables decepciones, las banderas mordidas bajo el polvo, las derrotas sin número y los contados momentos de plenitud y hermosura, mereció la pena. Ahí están, para atestiguarlo, el triunfo del movimiento por los derechos civiles y la revolución sexual, hoy, por cierto, asediada por la acuciante marabunta de los modernos puritanos y, más allá de la política y lo social, un catálogo de discos rotundos. De cuando la música parecía ser algo más que insípida alternativa entre mil y un pasatiempos. Un lujo haber navegado a su vera, señora. Ojalá que sus últimos años sean placenteros y dichosos. Lo merece.

 

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