Loquillo: «No sirvo para quedarme en el mismo lugar mucho tiempo»

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«La música es actitud, es decir cosas y formar parte de la cultura de un país. No es un mero entretenimiento, como se nos pretende hacer creer»

 

Tras una década turbulenta en la que se ha dedicado a volver a encumbrar al personaje de rock, Loquillo regresa a la poesía. El año pasado publicó el álbum en directo La vida es de los que arriesgan, grabado durante aquellos surrealistas conciertos de la pandemia; acaba de ver la luz el libro disco Transgresiones, antología poética 1994 – 2024, en el que se recopila todo el trabajo realizado en las últimas tres décadas; por estas fechas inicia una ambiciosa gira centrada en su repertorio de poetas contemporáneos; a finales de año, verá la luz su próximo trabajo, que lleva meses grabado, dedicado al poemario Europa, de Julio Martínez Mesanza. Con todos los frentes abiertos, el Loco se muestra ilusionado por salir a defenderlos. Javier Escorzo charla con él en su visita a uno de los ensayos.

 

Texto y fotos: JAVIER ESCORZO.

 

La de Loquillo es una historia de contrastes. De blancos y negros. De cimas y abismos. En los ochenta, se instaló en el cielo de la fama con su grupo de entonces, los Trogloditas. Pocos años más tarde, a mediados de los noventa, fueron muchos los que le dieron por muerto. Fue precisamente en aquella década cuando Loquillo conoció a Gabriel Sopeña (poeta, Doctor en Filosofía y Letras, profesor universitario y miembro de bandas como Ferrobós, El Frente o Más Birras). Juntos dieron forma al sueño prohibido de grabar discos de poetas. Así lo recuerda el Loco: «Yo ya había apuntado cosas, por ejemplo cuando adapté “La mala reputación”, luego con la versión de Johnny Cash… Eso ya me estaba llevando a otra parte. Cuando Gabriel Sopeña entregó la canción “Brillar y brillar”, hablamos mucho. Yo tenía la oportunidad, por ser Loquillo y estar en una multinacional, de plantear ese proyecto. Con todo tipo de problemas, grabando por las noches, teniendo el estudio disponible un mes sí y otro no, conseguimos sacar La vida por delante (1994) y fue disco de oro».

Aquel álbum, sin duda, marcó un punto de inflexión en la carrera de Loquillo y, visto con perspectiva, pudo suponer el principio del fin de su andadura con los Troglos, cuyo esquema empezaba a quedársele pequeño a alguien que ya fantaseaba con explorar horizontes mucho más amplios.

 

«A finales del año pasado, sentí que estaba cansado del personaje y decidí que tenía que cambiar el registro para poder mantener la intensidad»

 

Después de aquella primera experiencia, llegaron otras obras como Con elegancia (1998), la banda sonora del documental de Susana Koska, Mujeres en pie de guerra (2004), el disco dedicado a la poesía de Luis Alberto de Cuenca, Su nombre era el de todas las mujeres (2011), y el directo posterior a la gira de este último álbum, Loquillo en Madrid (2012). Con el proyecto poético ya bien encaminado, llegó el momento de volver a centrarse en el rock durante una década en la que, como siempre sucede con el artista barcelonés, ha pasado absolutamente de todo: «Tras el disco de Luis Alberto, recuperé a la banda con La nave de los locos y todo fue un subidón hasta el concierto de Las Ventas y la gira del cuarenta aniversario. Grabamos en las mejores condiciones posibles El último clásico y, al inicio de la gira, con los recintos contratados y mucho taquillaje vendido, la pandemia nos destrozó, fue una ruina económica. Hicimos el show en el Wizink Center, fuimos los primeros en tocar en un Arena en toda Europa, para mil ochocientas personas y para el Banco de Alimentos. Fue un acto de fe y de valentía. Después, nos encerramos en el estudio y grabamos Diario de una tregua totalmente solos, era muy fuerte. Luego llegó mi enfermedad en el cuello, todo viene por algo. Pensé que, si me iba a quedar sin voz, lo mejor era dejar grabado un alegato, y ese alegato fue Diario de una tregua y Europa, de Julio Martínez Mesanza, que todavía no ha salido. Cuando volvimos a la carretera, con la gente sentada en sillas, se daba la circunstancia de que tu podías bailar una canción de Loquillo en la pista de una discoteca, pero no en un concierto de Loquillo. Aguantamos ese tirón también. En 2021, creo que por justicia poética, fuimos los primeros en tocar en el Wizink con la gente de pie. Eso fue muy emocionante, nos lo merecíamos todos. Y luego ya hicimos la gira de El último clásico y de Diario de una tregua a la vez, así hemos estado dos años. Mi desgaste era muy bestia y terminé rompiéndome el peroné; me operé en Barcelona y conseguí recuperarme en un mes y diez días, hacía sesiones diarias de mañana y tarde en piscina, en pista de atletismo, en gimnasio… Llegué al inicio de la gira en perfectas condiciones».

 

La vida después

El Loco habla de desgaste, y es evidente que tuvo que haberlo. No solo físico, que también, sino, sobre todo y muy especialmente, psicológico, pues a nadie se le escapa que la exigencia de lo acontecido en los últimos años había sido máxima. Y a eso hay que añadir algo que ya se ha convertido en una constante en su carrera: cada cierto tiempo, necesita dar un brusco giro de timón: «A finales del año pasado, sentí que estaba cansado del personaje y decidí que tenía que cambiar el registro para poder mantener la intensidad». Llegaba el momento de volver a refugiarse en la poesía.

 

«Ahora llega la fusión definitiva entre una banda de rock, la poesía y un cantante que puede jugar en los dos lugares. Aquí soy un intérprete, mientras que en los conciertos de rock español soy protagonista»

 

El primer paso, el preámbulo de lo que vendría después, sería la publicación del disco en directo La vida es de los que arriesgan, que salió en 2023, pero que realmente recoge grabaciones registradas durante la gira pandémica del año 2020. Por el carácter surrealista de las circunstancias en las que se desarrollaron aquellos conciertos, Loquillo se refiere a ese disco como «el disco pirata». Y no le falta razón para hacerlo: «No pudimos salir a la carretera con la banda, pero se me ocurrió volver a hacerlo con el proyecto de poesía, con una economía de guerra, todos en una furgoneta, con Josu García, con Alfonso Alcalá y con Laurent Castagnet, y con Gabriel Sopeña, que se unió a nosotros. Fue una gira valiente, sin vacunas, con un estado prácticamente de excepción. Había más personal de seguridad que de público. Hubo momentos muy desagradables que me recordaban a los peores momentos de la transición. Situaciones kafkianas, como tener inspectores dentro del camerino que nos acompañaban al escenario vigilando que lleváramos las mascarillas, investigaban lo que hacíamos, medían los centímetros que había entre silla y silla del público… Me siento muy orgulloso de haber hecho esa gira y de que otros compañeros de profesión también tuviesen la oportunidad de salir a tocar. Pudimos hacer muy pocas fechas, pero demostramos que el oficio continuaba; otros prefirieron quedarse en casa. En países de nuestro entorno se apoyó la cultura, los clubs pudieron seguir adelante y las bandas pudieron trampear sus giras; aquí, la solidaridad brilló por su ausencia. El ministro Uribe hizo unas declaraciones muy desagradables y eso todavía nos animó más. Un reducido núcleo de promotores se atrevió a organizar pequeñas programaciones y algunos alcaldes y alcaldesas lo respetaron, fueron muy valientes. Algún día me gustaría dar sus nombres. Mucha gente debería valorar a los artistas que salieron a la carretera y también a los que prefirieron quedarse al margen. Soy muy radical en esto, pero es que es nuestro oficio y, si no lo defendemos, seguiremos siendo los mismos comediantes de siempre, los que aparecen en las películas de Fernando Fernán Gómez. La música es actitud, es decir cosas y formar parte de la cultura de un país. La música no es un mero entretenimiento, como se nos pretende hacer creer».

Con el «disco pirata» ya en la calle y plenamente disponible para todo el que quiera acercarse a él (inicialmente se publicó únicamente en edición de doble vinilo, aunque varios meses más tarde se subió a las plataformas digitales), y cumpliéndose treinta años de la edición del primer disco de poetas, llegaba el momento de sacar pecho y poner en valor todo el trabajo realizado durante este tiempo: «Después de doce años, consideré que era el momento de recuperar ese personaje que es parte de mi vida y de mi historia. No quería dejarlo como una anécdota. Otros artistas han grabado discos de un autor, como hizo Bunbury con Panero, Quique González con Luis García Montero, Robe con Chinato o Christina Rosenvinge con Safo. Lo mío no era eso, lo mío era una trayectoria consolidada». Y para demostrarlo, además de para hacer un resumen de todo el trabajo que estos treinta años de poesía han dado de sí, acaba de salir a la venta el libro disco Transgresiones, antología poética 1994 – 2024. Su lujosa edición física recuerda más a un libro que a un disco: «Está basado en los poemarios de Visor, que tanto han hecho por la poesía en este país. Quería que tuviese ese formato de libro y que estuviesen todas las letras, la visión de Gabriel… Estoy muy agradecido a DRO / Warner, en especial a David Bonilla, porque es muy difícil que una compañía haga algo así en estos tiempos. Es como el disco que ha hecho J sobre la obra de Iván Zulueta (Plena pausa, 2023). Ese disco es una obra de arte conceptual, debería estar en el museo de arte moderno. Conseguir algo así es dificilísimo, y debería ser lo normal. Es necesario poder construir una alternativa al mainstream, aunque ya no sé para qué sirve esa palabra. Está bien que exista una música comercial, que siempre ha estado, pero tiene que haber otros lugares en los que la cultura pueda crecer. Y si no existen, habrá que crearlos. En peores situaciones vivían los grupos de rock de los años sesenta en España».

 

«Está bien que exista una música comercial, pero tiene que haber otros lugares en los que la cultura pueda crecer. Y si no existen, habrá que crearlos»

 

Diseñando la ruta

Tras la publicación de la antología, llega el tercer paso, que es volver a presentar en directo ese repertorio de poesía contemporánea. Ya se han anunciado las primeras fechas de la gira, aunque se espera que finalmente el número de actuaciones ronde la treintena. Para que todo esté a punto, Loquillo y su equipo se han encerrado dos semanas en el Teatro Gaztambide de Tudela (Navarra). Los pasillos del recinto son un hervidero, un ir y venir de técnicos comprobando los últimos detalles, de músicos poniendo en común sus impresiones sobre las canciones. Faltan solo dos días para el ensayo con público que ofrecerán en Tudela y se percibe la tensión, aunque siempre se cuela algún chascarrillo que hace brotar las risas de todos, para distender el ambiente: «¡Parecemos los Dover! ¿Dónde están las drogas?».

Esta gira es muy ambiciosa y eso se nota en cuanto se observa la escenografía. A los lados, en un plano algo atrasado, los músicos se colocan sobre varias plataformas circulares forradas en capitoné con luces LED en su interior. Hay también algunas barandillas de madera. Sin quererlo, uno se ve trasladado al sofá de una coctelería elegante, de esas en los que se puede tomar una copa con calma y charlar. Así podríamos imaginarnos Balmoral los que no tuvimos la suerte de conocer dicho establecimiento, tan importante en la vida y la obra de Loquillo. Pluto, que lleva veinte años trabajando con el Loco, ha participado en todos los prolegómenos que han precedido a esta aventura: «Ha sido un trabajo largo, llevamos más de un año con esto, dándole vueltas a la cabeza, planteando ideas… Hemos cuidado al máximo hasta el más mínimo detalle. Ahora que vemos el resultado, creo que ha merecido la pena todo el esfuerzo».

Se trata de celebrar como se merece el trigésimo aniversario de este proyecto, y también de resarcirse de la precariedad de la gira de la pandemia. En ese sentido, Loquillo es consciente de que se enfrenta a un nuevo hito de su carrera: «Estoy emocionado, pero también siento temor. Estoy muy bien arropado por un equipo que cree absolutamente en lo que hago. Y hemos tenido la suerte de que Last Tour apueste por esto. Ya no hay gente así. Desde Gay Mercader no había conocido a unas personas que creyeran en la música como ellos. Cuando conocieron el proyecto, se metieron de lleno. Por eso hemos podido hacer esto (señala al escenario). Y esto nos va a servir para enfrentarnos al nuevo proyecto de rock’n’roll español. Una pieza va construyendo la siguiente».

 

«Lo mejor que te puede ocurrir es que te tengan envidia. Si te afecta lo que te dicen es que eres más idiota que ellos. Yo me río mucho. Les jode mucho el personaje, y eso me encanta»

 

Algunas canciones suenan ahora con otro poso, con la verdad de la experiencia vital atravesando cada una de los estrofas. Escuchando las interpretaciones de Loquillo en el ensayo, es inevitable hacerse una pregunta: ¿se cantan de la misma manera los versos de “No volveré a ser joven” con treinta años que con sesenta? El artista no duda en su respuesta: «No. Canté “No volveré a ser joven” con treinta y tres años, y es una canción que hay que cantar con sesenta. Como “El encuentro”, que no la puedes entender a partir de cierta edad, cuando te ha pasado eso. O como “Cuando vivías en la Castellana”. Ese tipo de canciones tienen una edad determinada. Digamos que, en muchos de esos textos, me adelanté en el tiempo. Ahora tendrán un nuevo registro».

La banda que va a acompañar en directo al Loco en esta gira es, básicamente, la misma de la última etapa de rock. Así, a los ya conocidos Igor Paskual (guitarra), Pablo Pérez (guitarra), Josu García (guitarra), Alfonso Alcalá (bajo y contrabajo) y Laurent Castagnet (batería), se han unido Germán San Martín (piano, órgano y acordeón) y Cristina Suey (violonchelo). Esto, unido al hecho de que en la antología de Transgresiones se incluyan canciones de sus últimos discos de rock (“Los buscadores”, “Historia de dos ciudades”…), parece confirmar que Loquillo está cerrando el círculo y está uniendo, de una vez por todas, los dos personajes: «Me apetecía muchísimo hacer todos estos temas con la banda. Es la fusión definitiva. En las primera giras que hice con Gabriel (Sopeña) había mucha fagocitación del mundo del cantautor. En la de Con Elegancia llevábamos una banda de jazz espectacular, con músicos como David Mengual o Javier Villavecchia, que eran excepcionales. Con el disco de Luis Alberto empezó a darse esa fusión con Jaime Stinus, que hizo un trabajo increíble. Y ahora llega la fusión definitiva entre una banda de rock, la poesía y un cantante que puede jugar en los dos lugares. Aquí soy un intérprete, mientras que en los conciertos de rock español soy protagonista. Tengo que cambiar el rol, la expresión, la intensidad… Aquí tengo que contener, trabajo a favor de la idea. Es todo mucho más intenso y difícil. Es fácil pasar de la poesía al rock, pero al revés es dificilísimo. Tienes que adaptarlo todo, tienes que cortarte. Hay que trabajar muy duro. En los últimos años, he ido incluyendo canciones en los discos de rock que tenían que ver con esto. El tema de Dickens (“Historia de dos ciudades”), el tema de Sabino Méndez (“Voluntad de bien”)… Estaba muy relacionado. De hecho, Diario de una tregua termina con “Voluntad de bien”, que ya anunciaba lo que iba a venir».

 

«Estoy más cerca del final que del principio, así que voy a disfrutar lo que me queda»

 

Lo que iba a venir era la poesía. Y la poesía ya está aquí. Los músicos salen al escenario e interpretan algunas de las canciones que formarán parte del repertorio. No hay público, pero actúan como si las butacas que tienen en frente estuviesen todas ocupadas, con la misma intensidad que si el teatro estuviera lleno. El Loco canta concentrado y, cuando terminan “Con elegancia”, pide a su banda más énfasis en los estribillos. A Igor se le escapa algún molinillo con su guitarra en Rusty. Varios técnicos suben al escenario para realizar ajustes. El sonido es extraordinario, se pueden apreciar todos los matices que estas canciones ofrecen. También llama la atención la iluminación, que acentúa la calidez o el dramatismo, según el caso, además de subrayar la elegancia del atrezo. Si uno lo compara con la precariedad de los últimos conciertos de poesía, que fueron los del pandémico 2020, el contraste es brutal: «Sí, soy consciente de eso. Me acuerdo de cuando tocamos en Aranda de Duero, a las seis de la tarde para ciento veintisiete personas. Ahora estamos aquí y creo que nos lo merecemos. Todo parte del trabajo, de la intensidad, del esfuerzo, de creer en un proyecto y de no acojonarte por lo que te pueda pasar». No es cuestión de acojonarse, claro, pero sí conviene mantener los pies en el suelo y ser consciente de las circunstancias. El Loco lo es, y continúa con su explicación: «Estos son proyectos muy difíciles de llevar a cabo, y los teatros son lo que son. No puedes poner las entradas a precios desorbitados, tienes que ir con precios en los que apenas te queda margen, en cuanto te columpias un poco entras en pérdidas y no todo el mundo se atreve. Hay que arriesgar, hay que ser audaz y creértelo. Ya he pasado todas las fases del artista, lo he hecho todo, lo he visto todo. Estoy más cerca del final que del principio, así que voy a disfrutar lo que me queda».

Si se trata de disfrutar, todo apunta a que tanto el Loco como su banda y, sobre todo, el público, podrán hacerlo en cuanto la gira comience con los dos conciertos del Circo Price de Madrid. Todas las circunstancias parecen propicias para ello. Treinta años después, el proyecto está totalmente consolidado y sería lógico pensar que su autor ya no encuentra todas aquellas objeciones y prejuicios contra los que tuvo que luchar hace tres décadas; sin embargo, a juicio del propio Loquillo, continúa hallando la misma incomprensión: «Siguen poniéndome las mismas trabas. Hay periódicos para los que no existo. Hay cantautores que siguen preguntándose qué coño hacemos aquí. Quedan muchos promotores que siguen pensando que yo salgo con un libro y me pongo a recitar. Esto sigue ocurriendo, no es broma. A veces me dicen que ya tengo una banda de rock con veinticinco hits del rock español y que con eso podía funcionar. ¿Y? ¿Y qué? Siempre ha sido así, las cosas no han cambiado mucho. En realidad, creo que lo que no aceptan es que lo haga yo. Si llevara gafas de pasta y barba blanca, a lo mejor me harían más caso. Pero tengo la suerte de ser físicamente atractivo y molón (risas), y eso toca los cojones. Lo mejor que te puede ocurrir es que te tengan envidia. Si te afecta lo que te dicen es que eres más idiota que ellos. Yo me río mucho. Les jode mucho el personaje, y eso me encanta. Tú imagínate que me dieran el Ondas, que me dieran la Creu de Sant Jordi y me pusieran bien en El País. ¡Me destrozarían la carrera! ¡El mito de Loquillo se iría a la mierda!», exclama entre carcajadas.

Abandonamos el escenario sobre el que hemos compartido conversación. Entre bastidores, en un ambiente ya más distendido, los técnicos ordenan y preparan el material para la jornada del día siguiente; los músicos de la banda conversan entre ellos, cerveza en mano. Hay mucha camaradería en este equipo. Antes de entrar en su camerino, el Loco mira a su alrededor y lanza una última observación: «No sé a dónde nos va a llevar esto. Lo que sí sé es que todos los que estamos en este proyecto vamos a crecer, y eso nos va a ayudar a todos. Abandonar los grandes recintos nos va a venir bien a nivel de cabeza, nos va a sanear mentalmente. Me lo dijo Johnny Hallyday y tenía razón: nunca dejes de sorprenderte a ti mismo, nunca dejes de investigar. Yo no sirvo para quedarme en el mismo lugar mucho tiempo». De momento, todavía le quedan un par de días de ensayos generales en Tudela, el último de ellos con público. Después, varios meses de gira en los que, a buen seguro, su cabeza volverá a llenarse de ideas y proyectos que sabe Dios dónde le llevarán. Lo que es seguro, es que no se quedará parado.

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