Lina_ Raül Refree, de Lina

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DISCOS

«Crea paisajes sonoros básicos, sobrios, monótonos, que contrastan con esa voz de Lina que le fascinó, la de sirena, atrayente y luminosa, emocionante»

 

Lina
Lina_ Raül Refree
GLITTERBEAT RECORDS, 2020

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Había curiosidad por ver qué era capaz de hacer Raül Refree con Lina. Tras haber pintado de glamour internacional la música de Rosalía, tomaba para modelarla otra gran referencia ibérica: el fado. Si algo tiene que ver la depuración portuguesa con la española es que todo lo que no sea orgánico resta. Ahí ha de estar la voz y el enganche de esa voz con las palabras, nada más. Refree es especialista en, a posteriori, vestir ese nervio de fiesta, y desde que escuchó a Lina cantar en el Clube de Fado —uno de los santuarios del género— ideó una colaboración con ella, y viajó allí para invitarle a producir sus canciones.

Pero el tratamiento es muy diferente. Si con Rosalía potenciaba la decoración colorista, con la cantante portuguesa baja hasta tonos monocromáticos, se rodea de sintetizadores antiguos y crea paisajes sonoros básicos, sobrios, monótonos, que contrastan con esa voz de Lina que le fascinó, la de sirena atrayente y luminosa, emocionante. Escuchen “Medo” y lo tendrán del todo claro. Porque esta es otra de las claves del disco: son fados clásicos, extraídos de la obra de Amália Rodrigues, pero de ellos se sajan los instrumentos tradicionales para intentar conseguir la misma profundidad por otros caminos. Curiosamente, la única canción que acoge ese tintineo preciosista de guitarra es “Voz Amália de Nós”, un homenaje y a la vez una conexión con su voz, que cierra el disco tras once canciones de estirpe electrónica.

Esta es, pues, una dirección que acoge a canciones como “Cuidei que tinha morrido”, el mismo bajo continuo con efectos finales entre acuáticos y de réquiem, o “Sta Luzia”, donde la presencia inquietante de una antigua relación de su actual amante se alía con un fondo instrumental también inquietante, monocromático. Ese fondo instrumental se tensa hasta el límite en “Destino” y se convierte en casi angustioso.

Pero de golpe irrumpen otros paisajes. “Gaivota” y “Quando eu era pequenina” se anudan a un piano de estirpe romántica. Cambia el tono. En “Barco negro” ese piano se acompaña de unos coros finales casi espectrales y en “Foi Deus” el fondo se convierte en casi pastoril, con una flauta que evoca ese renacentismo hispano tan fértil. Renacimiento que queda claro en una cantata religiosa de final esplendoroso: “Ave María Fadista”.

De momentos de conexión surgen productos magnéticos. Lina invitó a Refree al Club del Fado. Al día siguiente, en el estudio, jugaron con las guitarras; pero, de golpe, el productor catalán se pasó al piano, y ese cambio marcó una evolución. No están los instrumentos tradicionales, pero sigue habiendo melodías preciosistas y palabras dolidas. Hay minimalismo, fondos oscuros, pero también alma con melancolía —el productor habla de una Nico a la portuguesa—, porque se explora esa uniformidad que no sofoca a la voz, que permite que pueda jugar. Que pueda jugar a la tristeza; créanlo, el juego más emocionante.

Anterior crítica de discos: The slow rush, de Tame Impala.

 

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