Libros: «Siempre hemos vivido en el castillo», de Shirley Jackson

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«Entre los adolescentes que edifican en el siglo XX arquitecturas mentales certeras y personales, irritadas, desafiantes, hay que quitarse el sombrero ante Merricat Blackwood, tan bien construida que al lector le asalta la terrorífica idea de que aparecerá apenas levante la vista del libro»

Shirley Jackson
«Siempre hemos vivido en el castillo»
MINÚSCULA

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

Entre los adolescentes que edifican en el siglo XX arquitecturas mentales certeras y personales, irritadas, desafiantes, hay que quitarse el sombrero ante Merricat Blackwood, tan bien construida que al lector le asalta la terrorífica idea de que aparecerá apenas levante la vista del libro. Merricat vive con su hermana mayor Constance y su tío Julian en una lujosa casa a las afueras de un pueblo del medio oeste americano cuya calle principal apenas cuenta con el ayuntamiento, un bar y un colmado. Merricat baja al pueblo dos veces por semana para hacer la compra. Se desplaza por él como por un tablero de juego. Estamos a principios de los años sesenta. El resto de su familia ha muerto seis años atrás, envenenados tras un almuerzo.

Precisamente el primer capítulo narra de forma magistral la visita a los comercios. Uno percibe de inmediato que la familia Blackwood no es bien recibida allí, pero a la vez notamos que esta relación se nos relata desde las sensaciones de la hermana pequeña, más envenenadas, deformes, que corren con ella hasta refugiarse en su casa, verdadero reducto de cuento de hadas. Un cuento de hadas en el que hay un par de hermanitas huérfanas y perdidas, una casa encantada, ogros, un bosque con tesoros, canciones de tan cruel inocencia como Merricat, mezcla de ternura y de perversión ante el mundo.

Es también una novela de pequeños detalles, de fulgores en las escasas y repetitivas acciones que se van desplegando en la casa que, como la mansión Usher, va encajonando a sus habitantes. La preparación de las comidas, Constance lavando el azucarero –que tenía una araña dentro– son imágenes de pulcritud inglesa que esconden auténticos infiernos. La aparición en casa del primo Charles no es más que la ruptura de ese orden que protegía la casa y guardaba estable el pasado. Su labor entonces va a ser recomponer todo, como un puzzle cuyas piezas se han roto, de ahí el final en que constantemente Merriet repite a su hermana lo felices que son. No deja el lector, tras cerrar la última página, la incomodidad de lo sombrío, pero algo le dice que es una novela que desvela la verdad, una verdad que es lo denso, lo que no se ve.

Anterior entrega de Libros: “El arte del fracaso”, de Berta Dávila.

 

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