Libros: «Desayuno con John Lennon y otras crónicas para la historia del rock», de Robert Hilburn

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«El método de Hilburn para hacer hablar a los creadores fue tan peligroso como, a la larga, beneficioso para su propósito: intimar con ellos. Cruzó ‘la línea’, esa frontera que sitúa los límites del oficio y tras la cual se puede perder el crédito y el juicio crítico»

«Desayuno con John Lennon y otras crónicas para la historia del rock»
Robert Hilburn
Traducción de Mariano Peyrou
TURNER


Texto: JUAN PUCHADES.


Con una trayectoria ligada al diario «Los Angeles Times», Robert Hilburn (Luisiana, 1939) ha sido durante cuatro décadas uno de los periodistas más influyentes del rock. No tanto por sus críticas de discos y conciertos, que también, sino por sus jugosas entrevistas con prácticamente todas las estrellas del firmamento rockero. Su método para hacer hablar a los creadores fue tan peligroso como, a la larga, beneficioso para su propósito: intimar con ellos. Hilburn cruzó «la línea», esa frontera que sitúa los límites del oficio y tras la cual se puede perder el crédito y el juicio crítico. Pero, mitómano contumaz, le fascinaba descubrir quién se escondía detrás de la estrella, o del aspirante a tal, y dio el paso. Salió bien librado –o eso parece, que él sabrá el precio (profesional, mental o personal) que ha tenido que pagar–, y logró entrevistas valiosas que hoy forman parte de la historia del rock. El ejemplo lo pone alguien tan refractario a la prensa como Bob Dylan, que siempre tiene tiempo para atender a Hilburn, en encuentros que pueden llevarles días.

En el notable «Desayuno con John Lennon y otras crónicas para la historia del rock», Hilburn ha eludido el formato de libro de memorias y ha optado por reunir una parte del voluminoso anecdotario que atesora, aproximándonos al ambiente que rodeó a algunos de sus encuentros más destacados. Como aquella última entrevista con John Lennon, pocas semanas antes de ser asesinado, en la que el ex Beatle comía chocolate a escondidas para que no le descubriera Yoko Ono, y en la que liberó sus ideas, o sus fantasmas, sobre los años junto al cuarteto. Otra muestra de que el «método Hilburn» funcionó: al día siguiente del homicidio de Lennon, Yoko lo recibió en su dormitorio del edificio Dakota, ofreciéndole las únicas declaraciones que haría públicas en aquellas fechas.

Hilburn muestra a un Dylan solitario en un bar de carretera en el que nadie lo reconoce, nos introduce en la delirante reclusión de un Michael Jackson (tal vez la figura más triste de cuantas presenta) obsesionado con la fama hasta el punto de echar a correr para huir de unos fans imaginarios (así, tal cual), presenta a Springsteen, desde el comienzo, como alguien íntegro (memorable el encuentro con un lamentable Phil Spector), desnuda a un sincero Elton John, relata también cómo fue utilizado a conciencia por Kurt Cobain o cómo se inició su amistad con un jovencísimo Bono (prologuista del libro), tan fascinado como él por las leyendas del rock, y dispuesto a escuchar y seguir los consejos del cronista/amigo.

Emociona leer los momentos vividos junto a Johnny Cash, desde el concierto en la prisión de Folsom (fue el único periodista que estuvo presente) hasta el ocaso en su retiro familiar. También relata cómo se le resistió su ídolo de juventud, Elvis Presley, al que no pudo entrevistar pese a su tenacidad asistiendo periódicamente a sus conciertos en Las Vegas, pues le resultó imposible franquear el muro alzado por un Coronel Parker que, incluso, hasta da un poco de pena en su patetismo. En los 90, aunque nadie lo entendió, Hilburn quedó fascinado por el rap y ahora apuesta abiertamente por el talento de Jack White, en el que ha depositado sus esperanzas para el futuro del rock (aunque en el tiempo transcurrido desde la redacción del libro parece que White anda más interesado por la diversión personal que en escribir una gran página en la historia del género).

Condescendiente consigo mismo, Robert Hilburn tampoco afila el cuchillo para trazar los retratos ajenos, pero se agradece su falta de amarillismo (evita sacar a la luz las miserias de aquellos que siente más próximos), pues con su pulcritud narradora revela retazos amables de las personas que habitan en el mito, y ese fue, a fin de cuentas, el objetivo que siempre persiguió.

Anterior entrega de libros: “Lo que me queda por vivir”, de Elvira Lindo.

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