Las olas del tiempo perdido, de Sandra Barneda

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LIBROS

«La novela es un contrapunto en el que el fiel de la balanza está firme entre la adolescencia y la madurez, y de la madurez es de donde vienen las sorpresas»

 

Sandra Barneda
Las olas del tiempo perdido
Planeta, 2022

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

A finales de los años ochenta, en los noventa con más brillo y más ímpetu juvenil, cinco amigos pasaban los veranos en Ajo, un pueblo ficticio de la costa cantábrica. Diego había nacido allí, hijo del heladero del pueblo, Lucía recalaba en casa de una tía y, los tres restantes, Martín y los hermanos Belén y Adrián, habitaban en lujosas mansiones de una de las urbanizaciones más prestigiosas de España, cercana al pueblo.

Una aciaga noche, cuando todos rondaban los veinte años, Adrián muere en un accidente de coche y el trauma es tan sajador que la pandilla inseparable se deshace como lágrimas en la lluvia, que dijo el clásico. Como todas las pandillas, hacían planes de futuro del sector presuntuoso y Adrián, el más luminoso de todos, constantemente tiraba deseos de futuro como quien tira alpiste a las palomas.

Han pasado muchos años, y su hermana Belén, de estas una prestigiosa psiquiatra con varios libros de autoayuda, decide convertirlos en ceniza para celebrar el cuadragésimo cumpleaños de un hermano que lleva veinte en la tumba. Pasado y presente, esa es la ambientación de la novela. El pasado fue esplendoroso, el presente se ahoga sin oxígeno, aunque algunos de los personajes logran salir a la superficie, donde han aterrizado con divorcios, segundas esposas e hijos.

A partir de la llegada de la antigua cuadrilla a la esplendorosa mansión de Belén, en Ajo, se empiezan a desarrollar conflictos del corazón. Todos los personajes tienen deudas con todos, pero también tienen ligazones; así, la relación se tensa y se suaviza, momentos de odio y de morderse los dientes, de ser la única familia a desear escapar con todas sus fuerzas. Son cuatro días de estancia, pero que valen por los veinte años que han estado separados, porque como una botella de cava que se abre tras ser agitada, todo el gas de lo que no se han dicho entra en ebullición.

Hay sorpresas, si no continuas sí bien dosificadas, en los días que ocupa la reunión y que marcan los capítulos. De hecho, la novela es un contrapunto en el que el fiel de la balanza está firme entre la adolescencia y la madurez, y de la madurez es de donde vienen estas sorpresas. De la adolescencia vienen el juego de la botella, las historias de Los Cinco —casi es un palimpsesto la novela—, los chicles Bang Bang, algunas canciones que marcaron los noventa y algunas actividades que les permiten recordar un pasado que se truncó y no está completo: el surf, las excursiones y desenterrar la cápsula del tiempo que habían depositado, hacía años, en una antigua casona abandonada. Las páginas que la describen quizás sean lo mejor del libro.

La trama que teje el texto, pues, es la costura de ese laberinto de relaciones en el pasado y las que se despiertan en el presente, en una novela que es muy solvente no por los personajes —cuyo retrato, muy por extenso, no deja lugar a la sugerencia—, ni por la tensión del lenguaje, ni por el suspense, sino por esconder bajo cada palabra emociones, las nuestras, las que puede sentir cada uno de nosotros, en un final que hubiera sido tanto más intenso si hubiera sido más breve.

Anterior crítica de libros: La pareja del número 9, de Claire Douglas.

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